Sobre las seis de la tarde, Raúl llegó a la casa de sus padres para celebrar la Nochebuena en familia. El joven parecía desenvuelto y muy feliz. Al entrar, el olor a hogar lo devolvió a su infancia. El lechazo ya estaba en el horno adquiriendo el tostado crujiente tan rico y él llevaba un buen vino para acompañarlo. La madre, al verlo, se secó las manos en el delantal y lo abrazó emocionada. Era su niño, aunque Raúl ya había cumplido los treinta y cinco. Durante la cena, a la madre no le pasó desapercibido que, a veces, su hijo estaba como ausente. Sintió en su interior una vaga sensación de alarma. Al cabo de un rato, Raúl entraba en la conversación con ellos, reía con esa risa tan franca que lo caracterizaba y ella se alegraba. Pero en el fondo, le quedaba un runrún de preocupación. Secretamente, tenía miedo a que su hijo se fuera alejando más y más de ella. Todos sabemos cómo es una madre posesiva ante un hijo único. Todos sabemos lo que un hijo puede llegar a hacer ...
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