Ir al contenido principal

Entradas

Del color de la leche de Nell Leyson

Información del libro.   Autora: Nell Leyson  Editorial: Sexto piso.  Páginas: 176.  Género: Narrativa.    Año de edición: 2013.  Traducción: Mariano Peyrou   Introducción.   En esta historia, Nell Leyshon ha recreado con una belleza trágica un microcosmos apabullante, poblado de personajes singulares como el padre de Mary que maldice a la vida por no darle hijos varones; el abuelo, que se finge enfermo para ver a su querida Mary una vez más; Etna, la criada del vicario que guarda tres sudarios bajo la cama, uno para ella, y los otros para un marido y un hijo que no tiene; todo ello, enmarcado por un entorno bucólico que fluye al compás de las estaciones y las labores de la granja. Todo cobra vida con una inocencia desgarradora gracias al empeño de Mary, protagonista y narradora, por dejar un testimonio escrito del destino que le ha tocado vivir, al que no tiene la posibilidad de renunciar.  Resumen.  Mary es una niña de quin...

La soledad de lo números primos

Título: La soledad de los números primos.  Autor: Paolo Giordano  Editorial: Salamandra.  Año de publicación: 2009.  Número de páginas: 288 La portada: el autorretrato de una modelo holandesa llamada Mirjan.  «En una clase de primer curso, Mattia había estudiado que entre los números primos hay algunos aún más especiales. Los matemáticos los llaman números primos gemelos: son parejas de números primos que están juntos, o mejor dicho, casi juntos, pues entre ellos media siempre un número par que los impide tocarse de verdad. Números como el 11 y el 13, el 17 y el 19, o el 41 y el 43. Mattia pensaba que Alice y él eran así, dos primos gemelos, solos y perdidos, juntos, pero no lo bastante para tocarse de verdad».  Esta verdad matemática es la metáfora que el autor ha escogido para narrar la relación de Alice y Mattia, dos seres únicos, marcados desde su infancia por una tragedia. Alice, por un accidente de esquí que la dejará coja de por vida. Mattia por aban...

La maldición de Casandra

Casandra vaticinó los terribles sucesos que iban a ocurrir, el día y la hora. Destacó la peligrosidad del agua. No la creyeron. Es más, la encerraron por exagerada y loca. Ella gritó todo lo que pudo para hacerse oír a través de los muros de la mazmorra. Para entonces, ya todos le habían dado la espalda y seguían con su vida cotidiana sin temor a la tragedia que proclamaba.  Y la tragedia nos atrapó en nuestro sueño. Después, la misma naturaleza lo envolvió todo en barro para no dejar al descubierto rostros queridos que quedaron rígidos para siempre. Yo, aunque doblegada, me mantengo en pie. ¡Como si el destino me hubiera elegido para ser testigo de este mar de caos y muerte! Con los pies en el fango, siento cómo cruje en algún punto mi columna. El desamparo es brutal. Ya habrá tiempo para el llanto. Ahora mis manos se unen a las de otros y, tal como estás en nuestros sueños, resurgirás. Tus piedras se alzarán de nuevo para formar un hogar.

El árbol solitario

En la cima del monte llamado El cerrillo hay un árbol. Solo uno, sin hermanos ni descendencia. Obstinado en su afán por sobrevivir, planta cara a las inclemencias del tiempo. Tiene ya muchos años y es de apariencia frágil, pero se crece ante las dificultades y sigue sin doblegarse a pesar del viento que con terrible furia intenta quebrarlo. “¡Largo de aquí, impostor, que esta montaña es mía!”. Él, astuto y valiente, deja pasar entre sus ramas las intensas ventoleras y así, una y otra vez, logra salvarse. Cuando la niebla cubre el monte y se adueña del pueblo, aguanta el silencio húmedo del que sale cada vez más sabio. ¿Y qué decir de la tormenta enloquecida que pretende fulminarlo con ráfagas de fuego seguidas del fragor del trueno? ¡Cuánta angustia sufre replegado sobre su cuerpo de madera! Logra sobreponerse porque, impregnado de memoria, se repite una y otra vez: “Pasará, esta también pasará”. Asimismo, la nieve lo viste con su blanca estampa y las crueles heladas le muerden los b...

El asesino de relojes

⁣ ⁣                                                                Imagen de Jarmoluk. Pixabay El reloj da las once de la noche con la exactitud cantarina propia de su condición suiza. Es hora de dormir. ¡Hora de dormir! Mañana tengo que madrugar. El sueño me abandona y el insomnio se apodera de mí una noche más. Me levanto. El traidor me mira orgulloso desde su situación privilegiada en el salón, junto a los cortinajes de terciopelo verde. Provocador, balancea el péndulo dorado de un lado a otro. Tictac, tictac. El sonido me pone los nervios de punta. Mi ansiedad crece. Me abalanzo sobre él y lo agarro con las manos para acabar con su tiranía. En ese momento, las once y diez que marcan las agujas se quedan congeladas para la eternidad. La casa permanece en silencio. Respiro hondo. Por fin puedo disfrutar del tiempo detenido. Me ...