MADRE Llegó el momento esperado y temido Me negué a salir El vértigo al vacío me ahogaba Se adueñaron de mí Los primeros azotes Mis primeras lágrimas Me pusieron en tus brazos No podía verte No sabía de palabras Dulce palpitar conocido Me llamó, me llamaba Tu olor me acogió Un parpadeo de fragancia Y me hicieron de abrigo Tus manos tan cálidas Me acurrucaste en tu pecho Me cantaste una nana Se aunaron nuestros ritmos La paz frente a la batalla Agarré tu dedo, mi mástil Y tu cuerpo de madre, mi ancla. Uno de los visillos del amplio ventanal de la cocina estaba recogido, allí estaba ella; nos miró, nos saludó con una sonrisa y siguió con su faena entre pucheros para tenerlo todo a punto a la hora de la comida. Ese flash de su rostro agradable, cargado de experiencia, con su expresión sonriente y jovial, ha quedado grabado en mi memoria. Muy buena cocinera y excelente ama de casa, en ese momento parecía solamente preocupada porque lo que estaba haciendo le saliera
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