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Homenaje a una Gran Mujer

MADRE Llegó el momento esperado y temido Me negué a salir El vértigo al vacío me ahogaba Se adueñaron de mí Los primeros azotes Mis primeras lágrimas Me pusieron en tus brazos No podía verte No sabía de palabras Dulce palpitar conocido Me llamó, me llamaba Tu olor me acogió Un parpadeo de fragancia Y me hicieron de abrigo Tus manos tan cálidas Me acurrucaste en tu pecho Me cantaste una nana Se aunaron nuestros ritmos La paz frente a la batalla Agarré tu dedo, mi mástil Y tu cuerpo de madre, mi ancla. Uno de los visillos del amplio ventanal de la cocina estaba recogido, allí estaba ella; nos miró, nos saludó con una sonrisa y siguió con su faena entre pucheros para tenerlo todo a punto a la hora de la comida. Ese flash de su rostro agradable, cargado de experiencia, con su expresión sonriente y jovial, ha quedado grabado en mi memoria. Muy buena cocinera y excelente ama de casa, en ese momento parecía solamente preocupada porque lo que estaba haciendo le saliera

Irena Sendler - El ángel del gueto de Varsovia -

Un amigo me ha mandado un email contándome la historia de Irena Sendler. Nunca había oído su nombre y su actuación me ha impresionado. Parece que para las «grandes personalidades» sigue siendo una desconocida, pero no así para la gente del pueblo que a su manera sabe mantener la memoria de una gran persona fuera de los circuitos de los grandes premios.  Yo me uno a esta cadena silenciosa. Una señora de 98 años llamada Irena Sendler, (Varsovia,15/02/1910 - Idem, 12/04/2008) falleció sin el Premio Nobel de la Paz.  Durante la 2.ª Guerra Mundial, Irena consiguió un permiso para trabajar en el Ghetto de Varsovia como especialista de alcantarillado y tuberías.  Sus planes iban más allá.  Sabía cuáles eran los de los nazis para los judíos. Irena sacaba niños escondidos en el fondo de su caja de herramientas y llevaba un saco de arpillera en la parte de atrás de su camioneta, para niños de mayor tamaño. También llevaba en la parte de atrás un perro al que entrenó para ladrar a los sol

Amanecer deslumbrante

Salimos de casa con aspecto somnoliento. Al subir al remolque, ayudados por los dos hermanos mayores, percibimos el viento gélido de la madrugada. No era normal que nos llevaran con ellos; pero ese día, así padre lo había decidido. La calle en la que vivíamos aparecía oculta en la penumbra, se nos hacía extraña. Dejamos el pueblo solitario y silencioso envuelto en la neblina matinal. En el remolque nos encogimos como pudimos para evitar el frío que nos hacía castañetear los dientes y nos provocaba pequeñas chimeneas de vaho que se fundían con la niebla; esfuerzo inútil, pues el traqueteo descomponía nuestras figuras y nos lanzaba a la una contra la otra. No así los hermanos mayores que, apoyados en las cartolas, se dejaban acunar por el movimiento y se hacían los dormidos. El tractor reptaba ruidoso por la subida del Carramonte. Al llegar al alto del páramo por la zona de Valdesalce, amanecía. Nos apeamos de un salto. Impresionaba el mundo que se abría ante nosotros. Miré a mi a

La esperanza también se pierde

¡Qué pesada es la losa que nos aplasta! Hoy se ha inclinado un poco más, Nos asfixia, nos atenaza, nos ahoga. ¿Hasta cuándo la podremos soportar? Han segado los pies del que la quería frenar, Han cortado las manos del que la podía sujetar, Han disparado sobre la nuca del que no pensaba igual, Han sellado, para siempre, la voz del que clamaba: ¡LIBERTAD! ¿Qué nos espera en esta tierra donde el mal triunfa con tanta impunidad? - En Memoria de Fernando Buesa - 22 – 2 -2000 © María Pilar

El abuelo cumple 89 años

El abuelo sigue firme, agarrado a esos terruños que domina con los ojos cerrados. «Aquí vamos tirando», responde cuando le preguntan qué tal está. Nuestras visitas se producen en fechas señaladas: Navidad, cumpleaños, fiestas de agosto, aniversario de la abuela…  Tiene salud, se ocupa de la huerta y da largos paseos al atardecer. Parece sentirse a gusto rodeado del paisaje y el paisanaje de su pueblo.  Cumple los 89 como si le cayeran de golpe y empieza a hablar de que se siente viejo. El mover enormes piedras, limpiar el arroyo, trabajar en la huerta y pasar horas ayudando en la reconstrucción del muro de la casa, han hecho que se sienta algo más cansado de lo habitual. Con el buen tiempo volverá a su actividad cotidiana.   Cuerpo proporcionado y ojos azules, pequeños de curioso observador sin descanso, a la sombra de unas pobladas cejas blancas, como blanco es el pelo, abundante para su edad; la boca, muchas veces seca de incansable hablar, con el vaso de agua y azúcar siempre cer