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Día del libro

Leer, leer, leer, vivir la vida Leer, leer, leer, vivir la vida que otros soñaron. Leer, leer, leer, el alma olvida las cosas que pasaron. Se quedan las que quedan, las ficciones, las flores de la pluma, las solas, las humanas creaciones, el poso de la espuma. Leer, leer, leer; ¿seré lectura mañana también yo? ¿Seré mi creador, mi criatura, seré lo que pasó? Miguel de Unamuno  (1864–1936)

El efecto de una llamada

Absorbida por la realidad inmediata, la rutina de cada día me parece un terreno liso y llano, sin cortes ni fisuras. Tu llamada por inesperada me produjo el efecto balsámico del viento cuando suavemente levanta las hojas y revoloteando a mi alrededor me muestra una de esas ranuras imperceptibles de las que está poblada la cotidianidad. A través de ella me encontré con una chica de pelo rizado, pantalón vaquero y calzado deportivo; de apariencia frágil, pero que se convierte en una fortaleza en cuanto habla, tenaz y enérgica en la defensa de sus convicciones, cargaba una mochila de ilusiones ante el nuevo proyecto que nos deparaba el porvenir. ¿Cómo decirle que no? Se acabó mi rutina placentera.

La Semana Santa de mi pueblo

Juan de Balmaseda Madera policromada Iglesia de Santa Columba, Villamediana (Palencia) El Miércoles Santo nos daban las vacaciones escolares que a mí más me entristecían. Aunque comenzaba la primavera y se oía ya cantar a los pájaros en sus nidos, esos días de Semana Santa todo se paralizaba y se teñía de gris: la plaza del pueblo se quedaba sin las habituales risas y jolgorio de los niños, el pueblo parecía inactivo y las personas de negro que andaban por la calle lo hacían sumisas y silenciosas en una sola dirección, la de la iglesia, para cumplir con las obligaciones religiosas. Vestida de domingo, con el olor de la ropa planchada con la plancha de hierro metida en la lumbre, entraba en la inmensidad de la iglesia con apenas un palmo de altura. Era para echarse a temblar, grandes telas moradas cubrían los santos y la iluminación de la velas por doquier creaba unas sombras chinescas en movimiento espeluznantes que me hacían contener la respiración y mirar para abajo. Esta actit

Tus propias palabras de despedida

Los estragos del tabaco

Ya hacía años que el humo de su tabaco no le envolvía en su nube tóxica. Un día dijo que lo dejaba y lo dejó de manera fulminante sin someterse a programas de autoayuda ni recursos paliativos. Con carácter fuerte y voluntad férrea siempre había comentado: Cuando quiera dejarlo lo dejo. N o contaba con la otra parte. Habían sido muchos años de convivencia y el enemigo ya campaba a sus anchas por su organismo. En el último tiempo pasaba los días tranquilamente sentado en su sofá leyendo con el run-run de la tele haciéndole compañía. A medida que la primavera se había ido acercando a su ventana y el trino de los pájaros lo habían sacado de su letargo invernal, parecía que una sangre renovada le rocorría todo su ser y el espíritu de la vida prendió en su interior. Quería salir, andar, recorrer esos caminos abriendo los brazos para que le prendiese un nuevo renacer. Se puso en pie con dificultad para caminar el pequeño trecho hasta el comedor. Allí reposaba la bandeja con el desayuno