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Soneto a la tierra herida

Resignada grandeza sorprendente De la naturaleza tan ultrajada Sometida, agredida y humillada Desconcierta haciéndose emergente Grandísima zozobra nos embarga Atmósfera inquietante que la habita Negra cicatriz ufana ilícita Dorsal que profundiza lo que amarga Pies encallecidos por el asfalto Odalisca que bailas rutilante Avergonzada de tal felonía Auténtico poema el de tu canto Impregnando tesón al caminante Que en La Tierra, encuentra su valía.

Cuento infantil: Aventuras del conejito Huri

Las historias para niños deben escribirse con palabras muy sencillas, porque los niños, al ser pequeños, saben pocas palabras y no las quieren muy complicadas. Me gustaría saber escribir esas historias, pero nunca he sido capaz de aprender, y eso me da mucha pena. (José Saramago) Aquel mes de julio toda la familia del conejito Huri fue de vacaciones al país de Juanconejeras. Cuando los chopos del soto movían sus ramas con la brisa del atardecer, los animales del lugar se reunían en torno a la charca y se contaban sus aventuras: las ranas con su croac-croac, los grillos con su cric-cric y los pájaros con su pío-pío. Entre todos formaban una algarabía que se podía escuchar por toda la zona. Huri quería ser explorador, vivir aventuras y a su vuelta contarlas. Un día, con su pantalón de color azul, sus orejas bien tiesas y su pequeña mochila a la espalda, subió al monte. Empezó a deslizarse a la velocidad del viento por aquella tierra donde crecían plantas que olían muy bien. Saltan

Jaque mate o la partida de la vida

    Art Grigorious Panagiotis La luz de la tarde va declinando en un atardecer de tonalidades de fuego. Mientras las hojas de los chopos suenan a fuerte lluvia bajo un cielo sin nubes, él pasea solo por el pueblo. Cada piedra y cada rincón le traen recuerdos perfectamente definidos en voces, aromas y colores que le refrescan la memoria. Recibe un estremecimiento de nostalgia y respira el aire denso de todo lo vivido. Al regresar, se impone una de esas tardes casi mágicas ante el tablero de ajedrez. Sigue con el ritual de jugar la partida todos los días. Una sombra de mujer lo acompaña. Sabe que no es ella, pero no le hace preguntas. Al terminar la partida, desaparece. Juega negras. De momento la partida va muy igualada. Al mover su pieza cae el alfil contrario lo que inclina el lance a su favor. La dama negra observa el tablero y él queda completamente sorprendido cuando mueve el otro alfil. — ¡Jaque! Algo lo está distrayendo. La cortina se mueve y no hay viento. Una band

El color de tu piel

Unai era hijo único de una familia de la burguesía bilbaína. En sus astilleros se fabricaban barcos que navegaban por el ancho mundo. Hacía dos años se había casado con Begoña, una joven vizcaína de clase media y belleza deslumbrante. Ambos eran la imagen de la felicidad. Él la llevaba a los viajes de negocios y con orgullo la presentaba en las reuniones y fiestas a las que acudían. En uno de sus viajes a Nueva York, Begoña se puso de parto. Llegaba el primogénito, el ansiado heredero. Cuando Unai, ¡por fin!, pudo entrar en la habitación, lo hizo precedido de un mar de flores cuyo aroma lo inundaba todo y dificultaba la respiración. Su alegría se truncó en un rictus de desagrado al ver al precioso niño. ̶ ¿Qué broma es esta? —preguntó con la dureza del granito y el cruel sarcasmo. En los ojos le latía el fuego de la ira y apretaba los puños hasta hacerse daño —¡Es negro! ¡Hija de puta, me has engañado! Cuando se presentó solo en su casa familiar de Las Arenas, su padre le aclaró

El loco de la casa gris

La primera vez que se subió a una bici, Laia empezó a pedalear manteniendo el equilibrio para no caerse sin ningún tipo de ayuda. Engatusaba a los gatos para quemarles los bigotes, los perros huían de ella y terminó por aparentar que le eran indiferentes. No tenía miedo a las alturas a pesar de los golpetazos que se había dado en sus vuelos sin red. En la oscuridad mantenía los ojos bien abiertos y los oídos atentos al menor ruido. Anochecía cuando salió de casa con cautela. En compañía de su amigo Raúl, se dirigió a la casona que por su estado desvencijado parecía estar abandonada. La circundaba un jardín invadido por la maleza y los árboles eran tan altos que apenas asomaba el tejado de pizarra. Las arpías de la vecindad decían que vivían en ella dos hermanos, uno de ellos estaba loco, por lo que el otro lo tenía encadenado. Con sigilo la rodearon y decidieron meterse por debajo de la alambrada en la zona que el muro estaba en ruinas. A Raúl le pareció peligrosa la aventura y retr