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¿Cuál es la palabra más bonita del español?

Hay palabras contundentes como noray que hostigadas por los vientos saben a óxido y huelen a mar, y hay palabras dotadas de gran fragilidad como felicidad que cual pompas de jabón todos queremos atrapar. Hay palabras irresistibles como cereza cuando el crujido de su carnosidad estalla en nuestra boca inundándola con su jugo, y hay palabras que nacen en Vitoria como naipe y recorren mundos elegantes y adinerados; también pasan por las manos de los indigentes que jugando matan las tediosas horas de su vida. Y..., hay palabras a las que tú no eliges sino que son ellas las que te eligen a ti una tarde que decides quedarte en casa porque llueve. Está ante tus ojos y la lees una y otra vez: jacarandá .  Es un flechazo a primera vista.  Sin conocer su significado ya dices: me la quedo. En un primer momento engatusa con su sonoridad y enamora con su ritmo. Después, su tronco fortalecido con constancia y voluntad, su vistosa frondosidad y el atractivo que encierra, hacen que te en

La tierra enamorada

Cuando el Río fluía, La Tierra se dejaba querer luciendo sus mejores galas. Enamorados los dos cantaban y bailaban. En esa época, amigos no les faltaban. Las Nubes les visitaban con frecuencia, el Sol lucía orgulloso y retardaba su marcha, el Viento los envolvía con sus abrazos cada vez que pasaba. Y la Tierra les regalaba ramos de margaritas y violetas, de rosas y lavanda. Él lo observaba todo tras los cristales de sus gafas que conferían a su figura una impenetrable mirada. Enfundado en su gabardina y cubierto con txapela vasca, un mutismo le envolvía sin participar en nada ¿Tenía acaso celos de La Tierra enamorada? ¿Presentía lo que estaba por venir? Un día vio cómo el Río, pletórico en otros tiempos, languidecía y agonizaba. Un veneno químico le destrozaba las entrañas. Las Nubes ahora pasaban silenciosas y alejadas. El Sol no aparecía y los Vientos los azuzaban. A Él le rompió el corazón al ver La Tierra abandonada. Había perdido el color y había perdido el alma. Era un

El veroño se convirtió en un gato rabioso

El pasado 31 de octubre el termómetro marcaba 29 grados. Con falda larga veraniega y camiseta de tirantes salí de casa para intentar captar con mi cámara los colores otoñales. La gama de verdes primaveral se había transformado en un abanico multicolor como corresponde a esta época del año. Los castaños de indias pintaban sus hojas de óxido y los abedules lucían de amarillo dorado, pero a mí lo que más me gustaba era el esplendoroso rojizo de los arces que con gran personalidad destacaba entre el verde tardío de los fresnos y el oscuro perdurable de los pinos. De repente, un enorme gato negro se me cruzó por el camino. Cuando lo enfoqué fijó sus pupilas verdes en el objetivo, se le erizó el pelo y maulló con furia. Justo cuando apreté el botón del disparo se abalanzó sobre mi, me arañó la cara, se me enganchó en el pelo y me mordió en un hombro. Yo corría, gritaba, pedía ayuda porque me era imposible desprenderme de él. La gente que pasaba huía despavorida. Seguramente pensaban que

El internado de chicas

Miren Madinabeitia (1954-1969)  Miren nació en Eguino en 1954, tenía quince años cuando la encontraron muerta en el patio del colegio de las Ursulinas donde estudiaba interna. Estaba descalza y vestía un camisón blanco. Amanecía un triste día de invierno, entre grises nubarrones, sin alma, que le hacían de sudario.  Dicen que el internado ya no es lo que era  Que el jardín está sin árboles,  Que la secuoya murió de tristeza.  Antes las niñas la abarcaban  Muchas niñas y muchas manos,  Estirando, estirando hasta lograrlo.  Dicen que todo es silencio y deterioro  Que solo queda la empinada escalera  Para contarlo  Dicen que los que contemplan  La tristeza inmensa de sus ruinas  Se santiguan a su paso.  Dicen que al anochecer  Sombras de culebras se arrastran  Peldaño a peldaño  Dicen que un rasgado visillo tiembla  En una de sus desvencijadas ventanas  Sombra del miedo  De la joven que al vacío fue arrojada. 

La casa que habitas

Desde la distancia he visto La casa que habitas No es la más grande, lo suficiente Me he acercado Su entrada está abierta El pastor alemán Vigila su puerta Dormida a voces nuevas El rumor de mis zapatos Del pasado aviva las huellas Cuando en los meses cálidos Entre la frondosa higuera Del rastrero mirlo Intentabas proteger tus cerezas Os veía jugar al escondite Un runrún entre hojas secas Para al final llevarse en su pico La grana de la carne fresca Son esas pequeñas cosas De los día lejanos En que éramos felices Sin saber constatarlo Cae la noche Salgo a tu puerta En la bóveda oscura Horadada por luciérnagas La Osa Mayor Me espera