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Las palabras cuentan historias

«El chino lleva coleta» fue la primera frase que leí de seguido en mi cartilla. ¿Un chino con coleta?, me pregunté. No podía ser. Las chicas llevábamos coletas y no los chicos que todos iban con el pelo corto.  Tenía cuatro años y era mi primera escuela. Sentada en un banco corrido intentaba escribir la Ch entre las dos líneas marcadas en el cuaderno, pero por más que apretaba el lápiz la Ch rebasaba los límites. Se parecía a Alfonso, el compañero gordinflón que tenía al lado. Siempre ocupaba su sitio y parte del mío y yo tenía que hacer equilibrios para no caer al suelo por los codazos que me propinaba.  Era por la mañana. Lo recuerdo muy bien. El sol entraba a raudales por los ventanales que daban al patio y la luz peleaba con la atmósfera cargada que te invadía al entrar en el aula. Olía a polvo de tiza y hollín, a madera encerada y libros viejos. El rosal blanco ya había abierto sus capullos y lucía espléndido. Soplaba algo de viento porque las rosas se movían. ¡Los bellos y

Movida en el museo del Prado

Esa tarde de domingo flotaba una atmósfera especial en el museo. Los personajes desde sus cuadros me manifestaban una actitud inquieta y  al fondo había un runrún audible que me desconcertaba. El sonido de mis tacones apresurados se escucharon por los pasillos hasta llegar a la sala que me interesaba: Las meninas. Cuál no sería mi sorpresa al constatar que los focos de luz pintaban un cuadro de pared deshabitado. De la bella infanta, con su vestido blanco de princesita, aprendiendo los ritos del coqueteo que le enseñaban sus meninas, nada.  El ángel de Fra Angélico le susurró a María el misterio: Las Meninas habían desaparecido. Los susurros cobraron eco y en El jardín del Bosco se preparó tal caos entre dimes y diretes que el vigilante se temió lo peor. Alguien gritó que esta situación los colocaría en el primer puesto en el ranking de visitas y esto, les animó a celebrar desnudos una bacanal al arrullo del agua que expande el aroma de la naturaleza fresca.  Alberto Durero, sin mov

Qué sola queda la casa

En tu casa que era mi casa Sigues tras la ventana Recoges miedos en el aire incierto Viento de agosto que el pan amasa Qué lentas pasan las horas Bajo la tierra seca y espigada Dan vida a las sombras Jirones de fantasmas El parpadeo del sueño Me alarma Esperar que se rompa el silencio Y anunciar el alba Un carro toma la calle De madrugada Su traqueteo noctámbulo Me acerca a tu cama Y al oído te digo El vecino ya toma ventaja Despiertas del sueño Te levantas Te vas al amanecer Qué sola queda la casa

La gloria venidera

Datos técnicos Editorial:  Independently published  Nº de páginas: 144 Formato:  Tapa blanda / Epub  ISBN: 9781521597675  Año de edición: 2017    La Gloria Venidera es un encanto de novela corta, una joya literaria que brilla en todo su esplendor. Nos dice el escritor-protagonista: «Escribir es un acto gozoso». Un gozo es para el lector encontrase con una obra así. Para leer lento, degustar y disfrutar de la esmerada escritura, del armonioso balanceo de las palabras, de su prosa cuidada, del rico y elegante estilo al que ya nos tiene acostumbrados la autora; con citas de importantes autores dignas de encuadrar. Todo gracias a un exhaustivo trabajo de corrección para unificar el estilo, arreglar los desajustes de la trama y pulir el lenguaje. Muy jugoso el capítulo que dedica a los críticos literarios.  Sin duda, la gran protagonista es la Literatura. Es el eje del libro, domina la vida tanto de Javier, el protagonista, como de su mujer. Los dos la cuidan y miman como a una hija y

Instantes

Empiezan las rebajas. Al cruzar la calle ante unos grandes almacenes, un cabello corto, muy fino, de color castaño, capta mi atención entre la gente. Se me pierde entre la multitud apresurada que intenta encontrar las mejores gangas. Poco después, una mano de mujer adulta con una alianza de oro en el anular derecho, se atusa el pelo. La sigo. Me llega su voz, oigo su risa. Noto cómo agacha un poco la cabeza para protegerse del viento frío que da de cara. Se sube el cuello del abrigo azul. Una chispa de emoción me recorre. ¡Es ella! Llena de entusiasmo agilizo el paso de manera atropellada entre los que me rodean. Tengo tantas ganas de hablar con ella, de sentir su cálido abrazo. Sus manos. Siempre haciendo algo, nunca quietas. Las imágenes también se atropellan en mi cabeza. Me veo de niña. Siento cómo esas manos me hacen las trenzas o me prueban la ropa que me hace nueva. Manos seguras, fuertes, manos de madre que parecen multiplicarse. Sentir que está ahí, pasar mi mano po