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El coadjutor

 Raúl, el coadjutor de la parroquia de San Vicente, era un joven sacerdote envuelto en un halo de tristeza. Algo que las feligresas admiraban porque lo consideraban un rasgo de su gran espiritualidad. En realidad, acarreaba una derrota personal que hacía que sus noches fueran negras, tan negras como la tinta de los chipirones que le preparaba su madre protectora.   Un impulso apremiante lo llevaba a vestirse de mujer y transformado en travesti esperaba al anochecer para salir de casa. Con pasos cortos, iba bamboleándose con torpeza sobre unos altos tacones, dejando a su paso la fragancia de una colonia varonil. Era espigado y había aprendido a sonreír de soslayo. Harto de prometerse cambiar y no conseguirlo, se apoltronaba en un tugurio de la calle Pintorería para beber lo que no está escrito.   Al amanecer, corría sofocado con los zapatos en la mano. A hurtadillas, entraba en la casa parroquial. Con la respiración agitada y lágrimas en los ojos juraba que jamás volvería a salir. Un c

El parque de la Florida

Esta deliciosa mañana, el parque de la Florida de Vitoria parece más hermoso. Un amor verde en primavera. Todo él huele a dicha y aventura. Con su marcado estilo francés, no faltan los coloridos parterres ni las fuentes ornamentales lanzando agua. En el centro de la glorieta, está el romántico quiosco de música donde tantos vitorianos han bailado al calor de la sonrisa de su pareja. Los bancos invitan a sentarse para disfrutar del sonido de los colores, refrescarse con el rumor del agua o captar las buenas vibraciones del ambiente.   La parte de estilo inglés, justo al lado, es un auténtico bosque encantado. Lo transita un pintoresco río con puentecitos de cuento. Faltan los peces de colores. En las zonas de quietud, el reflejo de los altos árboles de países lejanos brilla al fondo del agua como un juego de espejos. Apiñados susurran hazañas épicas verde cristal que silencian el ronco arrullo de las palomas y los trinos de los pájaros. Se percibe el ruido húmedo de la madre tierra, la

Nada de Carmen Laforet

FICHA TÉCNICA  Título: Nada  Autor: Carmen Laforet  Editorial: Austral Género: Narrativa española  Páginas: 275  Premio Nadal 1945 La propuesta de lectura surge en el grupo de lectoescritura, Idaski, por ser el centenario de la autora.   Si tuviera que ponerle un color a esta novela me quedaría con el gris. Creo que es el más acorde con la época que nos dibuja y con las reflexiones de su protagonista y narradora, Andrea.   Una joven, muy pálida, que se pierde por las calles de la Barcelona de los cuarenta para poder eludir el mundo hostil que vive en la casa de su abuela. El ambiente angustioso de una familia de clase alta hundida en la miseria, la violencia constante, la mugre que los envuelve, así como los problemas psicológicos de sus tíos hacen inviable la convivencia.  Una joven de ojos grandes y delgada, muy delgada, con los ruidos en el estómago dolorido por los arañazos del hambre. Una joven que, intuyo, no sabe amar, porque nunca ha sida amada. Nunca ha sentido una caricia

Día del libro

Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio. (Scaramuche, de Sabatini) Bueno ese, y el libro que heredó de su tatarabuelo que había ido pasando de generación en generación hasta que llegó a sus manos. Un libro muy famoso y gracioso, su tesoro más preciado. Contaba mil cien aventuras de un loco que iba por los caminos de caballero andante. De ellas había aprendido cuanto sabía.  Diríase que sonreía a la vida y si esta le presentaba un problema se reía de ella. Tenía una habilidad especial para dotar de su propia existencia a tan pintorescos personajes, pues sacaba a cada tipo su lenguaje peculiar. Se situaba en una plazoleta y allí lo rodeaba la gente. A veces, les leía en voz alta las historias que le ocurrían al caballero y otras, se las narraba de memoria con tanto arte que a todos les divertía. Sobre todo, la de los molinos de viento que se convertían en gigantes contra los que tenía que luchar. Solo había que fijarse

El resplandor

"El que desde afuera mira por una ventana abierta nunca ve tantas cosas como el que mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, más tenebroso, más deslumbrador, que una ventana iluminada por una vela: lo que se puede ver al sol siempre es menos interesante que lo que pasa detrás de un vidrio. En aquel agujero negro o luminoso vive la vida, sueña la vida, padece la vida". (Baudelaire)  Cenábamos silenciosos en el comedor. Tan solo se oía el ruido de las cucharas cogiendo la sopa del plato. Yo, con la cabeza baja, jugaba con un rizo del pelo.   —No quiere tomar la leche —le dijo mi madrastra a papá.   Al oírla, me enderecé compungida en la silla. Papá se quitó las gafas y las dejó en la mesa para no ver la cara llorona de su hija, o la cara del miedo. Nunca llegué a acostumbrarme a sus gritos; pero aquella noche, conmigo, no tuvo compasión.