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Acrofobia

Salíamos de Poncebos con destino a Caín. Una ruta a pie de unos doce Kilómetros con una riqueza paisajística impresionante. La verdad es que la dificultad de la ruta era baja. Bastaba caminar por la estrecha senda tallada literalmente en la roca de la montaña que atraviesa el desfiladero, sin desviarse un paso a la izquierda, porque entonces, sí, puede ocurrir el desastre.  Allá en el fondo, se oía el rumor del río. Mi pareja abría la marcha. Yo me fui quedando rezagada paulatinamente. Apenas podía caminar. Hasta llegar a aquella situación. Sin que pudiera enfrentarme a ello.  Al empezar la subida, el monstruo del precipicio se instaló en mi cabeza antes de que mis ojos lo afrontaran. Despiadado se burlaba de mí, y la angustia iba en aumento. La pelea que se daba en mi mente cortó por lo sano las maravillas del paisaje exterior. Un sudor frío me envolvía y estaba a punto de llorar, por impotencia, ante aquella situación extrema. Ese día comprendí que la naturaleza tiene muchas artima

Parejas desparejadas

Qué solo me he quedado. Acostumbrado a hacerlo todo en pareja, qué va a ser de mí. Aquí, en este rincón, olvidado, me cuesta recordar el olor a tierra y a vida. Mi respiración agitada ya no lo percibe. Paso los días amodorrados entre estas cuatro paredes con las que choco de vez en cuando. Los otros, al verme compungido, creen que soy tonto o se mueren de la risa. Vivo atormentado con el temor de que algo malo me suceda y nadie se dé cuenta.   Hace unos días, lo vi. Un sentimiento de alivio profundo se apoderó de mí. De cuando en cuando, me miraba para asegurarse de que yo seguía allí, y sonreía levemente. Tenía necesidad de él. Lo raro era que él también tenía necesidad de mí; pero ninguno de los dos nos atrevíamos a dar el paso. Y el tiempo pasaba. A veces me acompañaba una cierta tristeza porque si nos dispersábamos no nos volveríamos a ver. Fue cuando escuché una sonrisita a mi lado.   —¿Quieres ser mi pareja? —Me susurró un tanto tímido. Y sus nubes azules acariciaron, con in

El coadjutor

 Raúl, el coadjutor de la parroquia de San Vicente, era un joven sacerdote envuelto en un halo de tristeza. Algo que las feligresas admiraban porque lo consideraban un rasgo de su gran espiritualidad. En realidad, acarreaba una derrota personal que hacía que sus noches fueran negras, tan negras como la tinta de los chipirones que le preparaba su madre protectora.   Un impulso apremiante lo llevaba a vestirse de mujer y transformado en travesti esperaba al anochecer para salir de casa. Con pasos cortos, iba bamboleándose con torpeza sobre unos altos tacones, dejando a su paso la fragancia de una colonia varonil. Era espigado y había aprendido a sonreír de soslayo. Harto de prometerse cambiar y no conseguirlo, se apoltronaba en un tugurio de la calle Pintorería para beber lo que no está escrito.   Al amanecer, corría sofocado con los zapatos en la mano. A hurtadillas, entraba en la casa parroquial. Con la respiración agitada y lágrimas en los ojos juraba que jamás volvería a salir. Un c

El parque de la Florida

Esta deliciosa mañana, el parque de la Florida de Vitoria parece más hermoso. Un amor verde en primavera. Todo él huele a dicha y aventura. Con su marcado estilo francés, no faltan los coloridos parterres ni las fuentes ornamentales lanzando agua. En el centro de la glorieta, está el romántico quiosco de música donde tantos vitorianos han bailado al calor de la sonrisa de su pareja. Los bancos invitan a sentarse para disfrutar del sonido de los colores, refrescarse con el rumor del agua o captar las buenas vibraciones del ambiente.   La parte de estilo inglés, justo al lado, es un auténtico bosque encantado. Lo transita un pintoresco río con puentecitos de cuento. Faltan los peces de colores. En las zonas de quietud, el reflejo de los altos árboles de países lejanos brilla al fondo del agua como un juego de espejos. Apiñados susurran hazañas épicas verde cristal que silencian el ronco arrullo de las palomas y los trinos de los pájaros. Se percibe el ruido húmedo de la madre tierra, la

Nada de Carmen Laforet

FICHA TÉCNICA  Título: Nada  Autor: Carmen Laforet  Editorial: Austral Género: Narrativa española  Páginas: 275  Premio Nadal 1945 La propuesta de lectura surge en el grupo de lectoescritura, Idaski, por ser el centenario de la autora.   Si tuviera que ponerle un color a esta novela me quedaría con el gris. Creo que es el más acorde con la época que nos dibuja y con las reflexiones de su protagonista y narradora, Andrea.   Una joven, muy pálida, que se pierde por las calles de la Barcelona de los cuarenta para poder eludir el mundo hostil que vive en la casa de su abuela. El ambiente angustioso de una familia de clase alta hundida en la miseria, la violencia constante, la mugre que los envuelve, así como los problemas psicológicos de sus tíos hacen inviable la convivencia.  Una joven de ojos grandes y delgada, muy delgada, con los ruidos en el estómago dolorido por los arañazos del hambre. Una joven que, intuyo, no sabe amar, porque nunca ha sida amada. Nunca ha sentido una caricia