Salíamos de Poncebos con destino a Caín. Una ruta a pie de unos doce Kilómetros con una riqueza paisajística impresionante. La verdad es que la dificultad de la ruta era baja. Bastaba caminar por la estrecha senda tallada literalmente en la roca de la montaña que atraviesa el desfiladero, sin desviarse un paso a la izquierda, porque entonces, sí, puede ocurrir el desastre.
Allá en el fondo, se oía el rumor del río. Mi pareja abría la marcha. Yo me fui quedando rezagada paulatinamente. Apenas podía caminar. Hasta llegar a aquella situación. Sin que pudiera enfrentarme a ello.
Al empezar la subida, el monstruo del precipicio se instaló en mi cabeza antes de que mis ojos lo afrontaran. Despiadado se burlaba de mí, y la angustia iba en aumento. La pelea que se daba en mi mente cortó por lo sano las maravillas del paisaje exterior. Un sudor frío me envolvía y estaba a punto de llorar, por impotencia, ante aquella situación extrema.
Ese día comprendí que la naturaleza tiene muchas artimañas para convencerte de lo ínfima que eres. Se silenció. En medio de aquella quietud extraña entré en una crisis de pánico. No podía respirar. Me surgían extraños pensamientos. Y el temor a la muerte se apoderó de mí. Tan solo oía la voz de mi cerebro: «Te vas a caer». Sabía cuánto me llamaba la muerte, podía sentirla. Un gemido cortó el aire, había salido de mi garganta. Agazapada contra la roca, lloraba lastimosa mi final.
Al ver que no seguía, mi pareja regresó a mi lado. Su paciencia se vio recompensada, al fin, cuando con la angustia reflejada en mi cara, pude decirle: «el precipicio me tiene atrapada».
—Acrofobia —dijo. —Quién cree que se va a caer al vacío, termina cayéndose.
Ya no hubo más conversación. La dificultad de mi situación no permitía tales lujos. ¡Cómo agradecí su silencio! Estaba doblada, agarrada a las lascas de la roca en la que se había abierto la senda. Mis manos sangraban. Toda entera temblaba. Y mi mirada aterrada debió asustarle. Recuerdo el miedo reflejado en sus ojos. Avisó al grupo para decirle que nosotros no seguíamos. Me cogió por la cintura y me sacó de aquel infierno.
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