—Mamá, ¿a que no sabes qué he encontrado en internet?
—Ni idea, María.
—Un concurso de la editorial Platea para ilustradores de cuentos. Hay que entregar el proyecto este mes porque van a publicar el libro en navidades. Es todo un reto, mamá, quiero ganarlo.
Por la noche, cuando la casa se llena de silencio, es el mejor momento para María que sueña con esa llamada que le confirma que es la elegida. En pijama y con el pelo recogido se sienta ante el ordenador iluminado por el flexo. Rodeada de pinceles, colores y diseños en aparente desorden, sus ojos castaños se concentran en la destreza de las manos creadoras que persiguen las imágenes que le bullen en la cabeza.
El cuento trata de una niña, Celia, que vive en un pueblo de España. Una tarde sube al desván y por la buhardilla sale al tejado. Al principio le cuesta mantenerse, pero poco a poco, con los brazos abiertos como si fuera a volar, lo logra. Ve el pueblo a vista de pájaro, pasa por chimeneas que duermen la siesta de verano, y de repente, descubre que un niño, con la nariz pegada a un cristal, la está mirando. Lo saluda. Él le da la espalda. Decepcionada comienza a desandar su recorrido cuando oye el crujido de la ventana que se abre. Se gira y ve que con expresión suplicante la invita a entrar. “Sin hacer ruido”, le dice atemorizado. Tiene que pasar las tardes allí solo, así su mamá no se enfada ni se pone enferma por su culpa. Se hacen amigos. Una tarde el niño del ático desaparece. El papel que ondea al viento atrapado en la ventana dice:
“Me llevan a un internado. Volveré el próximo verano. Gracias por ser mi amiga.”
Terminado el trabajo, María, con las manos en la cara, repasa detenidamente los diseños. El niño con ojos tan azules como inocentes; los de Celia, grandes y profundos, son en un primer momento el rasgo que más destaca de su belleza cautivadora. El encierro del pequeño le provoca una cara de enfado que te abofetea. En cambio cuando sonríe sus ojos brillan y se le marcan unos graciosos hoyuelos en las mejillas; parece la risa de una niña a la que le hacen cosquillas. En ese momento uno piensa que la totalidad de Celia radica en su sonrisa.
A María le gusta su trabajo, mucho. Ya puede enviarlo.
Y un día, por fin, llega la llamada que espera.
—Ni idea, María.
—Un concurso de la editorial Platea para ilustradores de cuentos. Hay que entregar el proyecto este mes porque van a publicar el libro en navidades. Es todo un reto, mamá, quiero ganarlo.
Por la noche, cuando la casa se llena de silencio, es el mejor momento para María que sueña con esa llamada que le confirma que es la elegida. En pijama y con el pelo recogido se sienta ante el ordenador iluminado por el flexo. Rodeada de pinceles, colores y diseños en aparente desorden, sus ojos castaños se concentran en la destreza de las manos creadoras que persiguen las imágenes que le bullen en la cabeza.
El cuento trata de una niña, Celia, que vive en un pueblo de España. Una tarde sube al desván y por la buhardilla sale al tejado. Al principio le cuesta mantenerse, pero poco a poco, con los brazos abiertos como si fuera a volar, lo logra. Ve el pueblo a vista de pájaro, pasa por chimeneas que duermen la siesta de verano, y de repente, descubre que un niño, con la nariz pegada a un cristal, la está mirando. Lo saluda. Él le da la espalda. Decepcionada comienza a desandar su recorrido cuando oye el crujido de la ventana que se abre. Se gira y ve que con expresión suplicante la invita a entrar. “Sin hacer ruido”, le dice atemorizado. Tiene que pasar las tardes allí solo, así su mamá no se enfada ni se pone enferma por su culpa. Se hacen amigos. Una tarde el niño del ático desaparece. El papel que ondea al viento atrapado en la ventana dice:
“Me llevan a un internado. Volveré el próximo verano. Gracias por ser mi amiga.”
Terminado el trabajo, María, con las manos en la cara, repasa detenidamente los diseños. El niño con ojos tan azules como inocentes; los de Celia, grandes y profundos, son en un primer momento el rasgo que más destaca de su belleza cautivadora. El encierro del pequeño le provoca una cara de enfado que te abofetea. En cambio cuando sonríe sus ojos brillan y se le marcan unos graciosos hoyuelos en las mejillas; parece la risa de una niña a la que le hacen cosquillas. En ese momento uno piensa que la totalidad de Celia radica en su sonrisa.
A María le gusta su trabajo, mucho. Ya puede enviarlo.
Y un día, por fin, llega la llamada que espera.
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