Aunque permanecía cerrada y con sus puertas y ventanas selladas, yo bien sabía que la gran casona al lado de la nuestra latía suavemente porque era una casa con corazón, porque era una casa habitada. En sus piedras estaba grabada una intensa historia que a mí se me escapaba, la de la mujer misteriosa que vivía en ella y tan solo una vez al año se dejaba ver como salida de un cuento de hadas. Solo oír el chirriar del engranaje oxidado del gran portón remachado con herrajes, el tiempo se detenía, se me tragaba la voz e interrumpía mis juegos sabiendo que la mujer aparecería en nuestra casa atrapándome en aquella atmósfera de fábula que la rodeaba. Rápida me escondía detrás de la puerta y por la rendija espiaba. Era al final de la época estival, la higuera inclinada y vencida se desparramaba ocupando todo el corral rodeado por una tapia baja de piedra cerrateña que le hacía las veces de macetero. Su dueña, como había hecho años y años atrás, desde que alguien la dejó por otra prepara...
Un blog de relatos