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El asesino de relojes

⁣ ⁣                                                                Imagen de Jarmoluk. Pixabay El reloj da las once de la noche con la exactitud cantarina propia de su condición suiza. Es hora de dormir. ¡Hora de dormir! Mañana tengo que madrugar. El sueño me abandona y el insomnio se apodera de mí una noche más. Me levanto. El traidor me mira orgulloso desde su situación privilegiada en el salón, junto a los cortinajes de terciopelo verde. Provocador, balancea el péndulo dorado de un lado a otro. Tictac, tictac. El sonido me pone los nervios de punta. Mi ansiedad crece. Me abalanzo sobre él y lo agarro con las manos para acabar con su tiranía. En ese momento, las once y diez que marcan las agujas se quedan congeladas para la eternidad. La casa permanece en silencio. Respiro hondo. Por fin puedo disfrutar del tiempo detenido. Me acuesto. Unos minutos más tarde, el sonido carraspeño de un impostor, con toda su cachaza y crueldad, se hace notar en el piso de abajo con el carillón del “Av

La marquesa de Montealto

  Escribir un microrrelato inspirado en el mural.  Incluir un personaje simbólico. (Yo he cogido la urraca).    Cuando el Sr. Ruiz le ofreció el anillo más grande que había en la joyería, supo que era un impostor, tal como le había dicho su fiel doncella. No le importó. Con el marquesado había heredado una fortuna más que suficiente para los dos. De mirada profunda y palabra arrolladora, había despertado en ella los sueños de adolescencia. Necesitaba un hombre. Un hombre que se enfrentase a las pisadas nocturnas de su anterior marido al acercarse a la habitación cada noche. Justo antes del “Sí, quiero”, una urraca irrumpió en el gabinete por la ventana. Arrojó a los pies de la marquesa una hoja de papel escrita a mano. Las palabras saltaban ante sus ojos brillantes y diáfanas. “Al Sr. Ruiz le gusta la vida, le gustan las aventuras, le gustan los hombres”. Con la cólera en el rostro, levantó la cabeza y vio que en la silla de él languidecía olvidado un gorro de terciopelo verde. A ella

La busca

Ficha técnica Editorial: Cátedra Fecha de edición: 1 de mayo de 2010.  ISBN: 9788437626673  Encuadernación: Tapa blanda.  N.º páginas: 472  Materias: Narrativa. La busca   es la lucha por la existencia de los vencidos desde los fondos más bajos de la sociedad. Los llegados a la ciudad del mundo rural para buscarse una vida mejor. El libro destila amargura. Siempre se puede caer más bajo, salir del arroyo parece imposible. A pesar del famoso pesimismo barojiano, ¡cuánto amor por la vida! De fondo, una crítica a dos temas inherentes en la vida de las ciudades modernas. Por una parte, las clases acomodadas y, por otra, los que viven en la miseria nutriéndose del basurero que los primeros crean. Para nada aparece el poder político constituido; el gran poder es el del dinero.  El título, La busca , indica una forma de vida. La que trata de sobrevivir, de resolver lo inmediato. “Aquí no viven más que los de la busca, rondas y prostitutas” (p. 133).  En realidad, no constituye una novela c

El gran viaje

Imagen de RosZie - Pixabay En mi pequeño mundo estaba todo oscuro, bueno, eso lo supe después cuando la luz me hirió los ojos. Me había adaptado a vivir en aquel mar. Hacía piruetas para sumergirme y volvía a salir. ¡Yupi! ¡Qué divertido! Si chocaba contra alguna limitación, era tan blandita que lo repetía. ¡Pum, pum, pum! Claro que llegó un día en el que mi mar se fue y el espacio se empequeñeció. Ya no podía jugar. De repente, algo empezó a moverse con un ruido estrepitoso que tiraba de mí. Yo no quería salir, pero, ¡hala!, me deslicé sin control. Primero la cabeza, luego, ¡zas!, todo mi cuerpo se escurrió. No fui bien recibida por los terrores que habitan en este lado. Los ruidos me atemorizaron, el frío me abofeteó y lloré. Oír mi llanto me asustó y lloré más y más. Entonces sentí el roce de sus labios, los primeros besos, el susurro de sus palabras. “Te quiero, hija”. Y me aferré a ella, el árbol de la vida.

Ella podía hacerlo todo

Mantener su recuerdo hace que permanezca entre nosotros. El gato enfermo había vomitado en el comedor. El olor nauseabundo me provocaba arcadas. Madre abrió de par en par la ventana. De entrada, el aire primaveral no pudo con aquella peste que con su presencia llenaba toda la estancia. Después, se arrodilló y empezó a fregar el suelo con fuerza, lo limpió a fondo. Por fin, empezó a pasear por todos los rincones del espacio con la pequeña pala de hierro de la cocina en la mano. Portaba un carbón encendido que humeaba al volatilizarse el azúcar que le había echado, lo que producía un olor característico, agradable. Según ella, era el método más eficaz contra los malos olores. Fuera, el sonido del motor de un coche tapó el cloqueo de las gallinas que huyeron en desbandada.  —Lo que me faltaba —dijo madre. Si tu padre no soporta los malos olores, devolverá, seguro.  Dejó la pala en el alféizar, removió las ascuas, fijó sus ojos en ellas e inspiró profundamente. Sonrió. Entonces salió a