Mantener su recuerdo hace que permanezca entre nosotros.
El gato enfermo había vomitado en el comedor. El olor nauseabundo nos provocaba náuseas. Madre abrió de par en par la ventana. De entrada, el aire primaveral no pudo con aquella peste que con su presencia llenaba toda la estancia. Después, se arrodilló y empezó a fregar el suelo con fuerza, lo limpió a fondo. Por fin, empezó a pasear por todos los rincones del espacio con la pequeña pala de hierro de la cocina en la mano. Portaba un carbón encendido que humeaba al volatizarse el azúcar que le había echado, lo que producía un olor característico, agradable. Según ella, era el método más eficaz contra los malos olores. Fuera, el sonido del motor de un coche tapó el cloqueo de las gallinas que huyeron en desbandada.
—Lo que me faltaba —dijo madre. Tu padre no soporta los malos olores, devolverá, seguro.
Dejó la pala en el alféizar, removió las ascuas, fijó sus ojos en ellas e inspiró profundamente. Sonrió. Entonces salió a su encuentro para llevarlo a la cocina donde le había preparado el almuerzo.
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