Ir al contenido principal

Entradas

El encuentro con la encina seca

Todos los años son fieles a su cita en torno al tronco seco de una encina centenaria que se yergue en la planicie del monte, mientras espera convertirse en humus forestal.  Entre tanto, proporciona hogar a insectos, hongos y otros organismos a los que, con la generosidad que la caracteriza, alimenta. No está muerta, no todavía, porque es una explosión de vida.  Luchó por sobrevivir frente a las inclemencias del tiempo. El paso de las fragosas embestidas le dejaron huellas debido a las heridas que le ocasionaron y que tuvo que restañar.  Con la fuerza vital de su naturaleza, siguió dándolo todo: sombra, refugio y referencia. Hoy es un símbolo, el resto que queda de lo que fue un antiguo encinar. Se mantiene, aunque seca por dentro y por fuera, erguida y valiente, a pesar de la hendidura que la atraviesa, mostrando el mal que tanto la dañó. Por ese gran desgarro que la aqueja en su lomo rugoso, podemos suponer que  un rayo, envidioso y cruel, fue el que la hirió de muerte. Sigu

La luna y el mar

Anochece Señorial y grandiosa La luna llena emerge del mar Claridad extraña Brillo de plata que atrae cual imán. Por el adormecido acantilado Camino Ritmos que enredan mis pies Torbellino de espuma amarga Mar de fondo La noche estruja olores de algas Pasos vacilantes hacia atrás Entro en mi infancia El acantilado se aleja en éxtasis de bruma Equilibrios por el borde del sofá Caigo Entre flores de cardo y saúco Sopla la brisa húmeda En el horizonte parpadean luces Duro trabajo el de los pescadores Me agarro a una zarzamora Una nube de mariposas Llena la noche.

La vieja papelera

Estaba en la esquina de una bonita plaza con vistas a una calle importante: Jacinto Benavente, se llamaba. Era mi lugar de trabajo y me gustaba. Aunque fuera la última en el escalafón de los basureros, siempre me encontraban con la mirada al frente y el corazón dispuesto. Recogía papeles, chicles, desechos, hasta las bolsitas con las cacas de los perros, todo por mantener la ciudad limpia.  Era tanta mi energía que ni las malhumoradas borrascas ni las nevadas contundentes con fuertes rachas de viento podían conmigo. Me convertían en un ser informe, pero en cuanto salía un rayo de sol, mi mejor cara brillaba de nuevo.  El máximo daño me lo hicieron unos gamberros una noche de pintxopote que se entregaron a fuerza de patadas, con ahínco y pasión, a empotrarme contra la farola sobre la que me apoyaba. ¡Quién no ha oído llorar, alguna vez, a una papelera herida en el alma por unos vándalos sin escrúpulos! Esa vez, lamentablemente, me tocó a mí. Aquel hecho, que viví con tanta angustia

Conferencia de un brillante profesor

Nos ha dicho su profesor que ya ha roto a leer. ¡Enhorabuena! Tanto tesón, tanto esfuerzo y sobre todo tantos años añorando una oportunidad. Nos ha explicado, con todo lujo de detalles, que aún silabea, pero que está leyendo por tercera vez el Ulises de James Joyce.  Su profesor está muy orgulloso de usted, tal vez el orgullo sea mutuo y como fiel alumna no quiere pertenecer al «club de los mediocres, torpes y poco inteligentes». Así ha calificado a sus compañeros universitarios por no haber leído esta obra.  Nos vende su ejemplo como algo a seguir y yo me niego en redondo a absorber como una esponja las enseñanzas de tan «prestigioso» profesor que da conferencias en la universidad de Harvard. Cuando le oigo hablar así, henchido su ego como un pavo real, algo chirría en mi interior y los goznes se me descolocan. Zapatero a tus zapatos , oía yo a los abuelos cuando era pequeña. Pues eso le aconsejaría si tuviera espíritu democrático y nos dejara hablar. Sé lo difícil que es encontra

El precio del futuro de la ciudad de Vitoria

El precio del futuro es inevitable. La ciudad ya no es lo que era. Grandes esqueletos en construcción de edificios altos crecen por Zabalgana a pasos agigantados, acortando la distancia de seis kilómetros que separaban la ciudad del pueblo de Zuazo.  Ha desaparecido el estrecho camino que serpenteando entre hayas, quejigos y robles nos llevaba andando hasta al pintoresco pueblo de Zuazo. Vamos campo a través por las tierras removidas que las potentes excavadoras, con un ruido ensordecedor, están preparando para nuevas construcciones.  Antes de entrar en lo que queda del solitario bosque podemos apreciar mejor el contraste entre los ocres otoñales. La vegetación ya no es tan tupida y nos permite disfrutar de los rayos de sol abrillantando y reforzando el colorido. El cauce sinuoso de un arroyo con apenas un hilo de agua desemboca en un humedal natural cuyo entorno nos invita a descansar. Los sauces, plataneros y avellanos sombrean estratégicamente el entorno. La panorámica que abarcam