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Volver a nacer

Wassily Kandinsky La noticia le produjo una gran inquietud y le lanzó a una actividad frenética. Era su manera de espantar los fantasmas que se aprovechan de hechos semejantes para hundirnos en el pasado y sacarnos las emociones de las entrañas. Llamó al hospital pidiendo información: —¿Quién es usted? ¿Es familiar? —le preguntaron desde la centralita. Se hizo el silencio y colgó. La nostalgia fue colándose como solo ella sabe hacerlo. Dejó lágrimas en la almohada. Se enteró por una nota de prensa que había salvado la vida de milagro, que el cuchillo no le había llegado al corazón por muy poco, que había requerido cirugía mayor y que tras el proceso de hospitalización necesitaría un tiempo de recuperación. Quería verlo, tenía que verlo. Un día, consiguió burlar la vigilancia de urgencias, y se alejó por el pasillo pisando firme, la sostenía una mente llena de recuerdos. Llegó a la planta en la que estaba ingresado. Lo encontró postrado en una cama de hospital, entubado y con

Víctimas y verdugos

El agresor actuó con astucia y rapidez. No exigió más dinero que los 350 € que en ese momento tenía la víctima en la mano, sabedor que, según las leyes de este país, eso no es más que una falta y para llegar a delito tiene que superar los 400 €. Su historial delictivo presentaba numerosas retenciones policiales para quedar en libertad muy pronto por orden judicial; aparte, contaba con otros delitos por los que había pasado temporadas en la cárcel. Con el uso del cuchillo intentó cubrirse las espaldas. El tipo era muy alto, fuerte y era evidente que presentaba buena musculatura. En una pelea cuerpo a cuerpo no tenía nada que hacer. Silenciarlo de por vida le pareció lo mejor. Por eso el apuñalamiento había sido certero, con fuerza, profundo, entre las costillas para llegar directo al corazón. A primera hora de la tarde les llegó el aviso a los de la UVI móvil: “Una hemorragia grave, no tiene buena pinta”. El conductor experimentado sabe que en esos momentos ganar segundos al tráfico

Atraco en la ciudad

Al encuentro en el tren le siguió un flirteo durante algún tiempo. Tuvo sus cotas de romanticismo, pero en esos momentos ninguno de los dos estaba dispuesto a asumir las renuncias que un mayor compromiso les exigía. Sus vidas profesionales transcurrían en paralelo y tenían que hacer encajes de bolillos para que coincidieran sus respectivas agendas. Los encuentros esporádicos siempre fueron en su casa de soltero, ambientada con un aire de transitoriedad propio del que está de paso. Decía, medio en broma, que si una vez entraba en la de Celia no iba a poder escapar. Para ella siempre fue su chico del tren, que era donde se habían conocido. Tras las últimas decepciones intentaba no comprometerse para no sufrir cuando llegara el relevo. Si una casualidad había hecho posible el encuentro, otra podría provocar el distanciamiento. No había lugar a preguntas, la vida real de cada cual se quedaba esperando como un despojo con la ropa que se quitaban y al vestirse la volvían a recuperar. Lo qu

Navidad es volver a casa

Todos volvemos a casa por Navidad. No es una casa cualquiera, vive y late con los que la habitan, desprende olor a calor y sabor a hogar. La casa de los abuelos en la que nosotros hemos cogido el testigo para un día pasárselo a los más pequeños. Presencias que son ausencias también ocupan su lugar. Es lo que le hace única y especial y está por encima de cualquier comparación. Pertenece a nuestro ciclo vital desde el principio y tenemos que cerrar los ojos para verla en toda su dimensión porque la realidad la ha ido transformando. Pero ni la más mínima pátina de polvo la cubre porque pertenece al ámbito de la infancia y está entrelazando el mundo de los afectos con los que construimos nuestros propios recuerdos. Es nuestra casa una de esas palabras con contexto porque significa mucho más que la definición fría del diccionario. Está cargada de olor, de sabor, de compañía y de espacios vitales. Es la luz del sol perfilando un precioso paisaje castellano con un cielo azul diáfano a

El bastón de caramelo

Se hizo la luz y el abeto lució engalanado envolviéndolo todo en la magia de la Navidad. Fluían las emociones y entre la gente se daban momentos de la más bella estampa navideña. Él era el único que desentonaba, tal vez ni eso, porque nadie se fijaba en su presencia y es que no desprendía las notas de un alegre villancico ni era un muñequito de nieve, tampoco el sonido de la campanita del trineo o el delicado susurro de una burbuja dorada en la copa del abuelo.  Había salido de las manos mágicas de un joven maestro pastelero que, en vez de los clásicos rojos y blancos de Papá Noel, le había dado la forma y color del bastón de su abuelo dotándole de un corazón cargado de buenos sentimientos. Sin libro de instrucciones le había embarcado en la aventura de la vida para que cumpliera sus deseos.  Y allí estaba, colgado como un adorno más, pero qué apagada quedaba su imagen confuncida entre las ramas del abeto. Desde su rinconcito, deslumbrado por tanta luz y color, tanta música envuelta