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Mi esperanza

Quién me iba a decir a mí que con mis manos encallecidas de tanto limpiar casas escribiría en el ordenador. Fue cosa de mi hija Esperanza, me matriculó en Educación de Adultos para que hiciera un curso de informática. Ir yo a estudiar con la vergüenza que me daba, si apenas fui a la escuela. Me convenció porque así podríamos hablar por el Skype. ¡Cielo santo qué palabra! Fue cuando se iba a ir a Alemania a hacer el máster en Ciencias Medioambientales con una beca por sus buenas notas universitarias. No es porque sea mi hija pero es listísima, aunque muy callada, en esto sale a su padre. Su padre y yo fuimos a verla a Gotinga, nunca habíamos salido al extranjero y estábamos nerviosos, pero teníais que ver cómo se desenvolvía en alemán, se nos caía la baba. Con la crisis en España tuve que buscar más casas porque me bajaron la hora el 50% y su padre metió horas extras de carga y descarga en un supermercado antes de ir a la calderería donde trabajaba. Orgullosos lo hacíamos para pagarle

Llueve sobre los puentes de Madison

Nunca más por muchos días que vivamos Temblarán los cabellos de tu nuca Por el inmenso amor tocados. Nunca más en la larga noche que nos espera Hablarán tus silencios Con la vibración del grito apasionado. Nunca más habrá un futuro de amor soñado Solo un cerrar de ojos Para que los recuerdos nos sigan abrasando Un sentir tu piel sobre mi piel Y susurros apasionados ¡Qué será de nuestras vidas! Seguirás sola cargando con tu angustia Y yo espectro bajo la lluvia esperando © María Pilar

El fantasma del palacio de Villa Suso

Se celebraba un Congreso sobre Lenguas Minoritarias en el Palacio de Villa Suso. En un receso, el representante chileno preguntó a una de las azafatas por los servicios. Giramos la cabeza para ver cómo su espalda se iba empequeñeciendo a medida que bajaba la escalinata para adentrarse en el antiguo sótano donde están los modernos baños. Se dice que son los más limpios de la ciudad porque los visitantes huyen de esta zona. El miedo al fantasma de la emparedada sigue atenazando. Su leyenda, bien conocida en la ciudad, obliga a los que tienen que bajar del Casco Viejo a la zona del ensanche a apresurar el paso o dar un largo rodeo para evitar el palacio. Corría el 1982 cuando las Instituciones de Vitoria decidieron rehabilitar el abandonado Palacio Renacentista de Villa Suso para transformarlo en un ambicioso centro de congresos dotado con los más modernos equipamientos técnicos. Era un día huracanado y gélido cuando el grupo de técnicos en restauración de edificios antiguos se a

Reloj roto por amor (Acróstico)

(Reto escrito a dos manos por Ina Molina desde Canarias y María Pilar desde Vitoria.)  R ompió la hora todos sus segundos.  E l tiempo se detuvo en un suspiro.  L igeros ascendieron mis pies al otro mundo.  O bstinados en colarse por algún resquicio.  J uzgada por contradecir a mi destino:  R eina destronada en ese Paraíso.  O caso de tantos amaneceres destruidos.  T ornose todo en blanco y negro, grises.  O céano sin agua y sin tierra mis raíces.  (Ina Molina)  P or tu querer que encadenó mi alma. O leadas de viento golpearon como piedras.  R ocío de fuego sobre sauces amarillos.  A mándote el rescoldo de mi corazón herido  M ientras corrías tras mil quimeras.  O lvido fue tu diosa de la fortuna pasajera  R ecuerdos que agrandan tu sombría estrella.   (María Pilar)

Un gorro de colores

Mis ojos temerosos de niña no veían otro cielo que el gris húmedo en los de mamá, a la que últimamente le afectaba tanto lo que se le metía en ellos. Para papá eran días sin tiempo, tal vez porque en casa el tiempo se había roto como se rompen los juguetes viejos. La abuela siempre se sentaba en su silla baja, junto al ventanal de la sala. Un cestillo de mimbre colocado a sus pies estaba lleno de ovillos de lana de diferentes colores. Ella entre tejer y devanar pasaba el tiempo, aunque más de una vez la había sorprendido con la mirada extraviada en un punto incierto, como si hilase pensamientos para construir un futuro más alegre que nos sacara del empantanado negro. —Mantén los brazos así, sin perder la tensión de la lana, no los cierres. Pronto cogí el ritmo de girar un poco una mano y luego la otra. Ella, con la destreza de su muñeca iba ovillando a la par que desenredaba la madeja de los recuerdos y me los iba contando, como siempre, sentada en su silla baja de esparto. Así