Ir al contenido principal

Un gorro de colores

Mis ojos temerosos de niña no veían otro cielo que el gris húmedo en los de mamá, a la que últimamente le afectaba tanto lo que se le metía en ellos. Para papá eran días sin tiempo, tal vez porque en casa el tiempo se había roto como se rompen los juguetes viejos.
La abuela siempre se sentaba en su silla baja, junto al ventanal de la sala. Un cestillo de mimbre colocado a sus pies estaba lleno de ovillos de lana de diferentes colores. Ella entre tejer y devanar pasaba el tiempo, aunque más de una vez la había sorprendido con la mirada extraviada en un punto incierto, como si hilase pensamientos para construir un futuro más alegre que nos sacara del empantanado negro.
—Mantén los brazos así, sin perder la tensión de la lana, no los cierres.
Pronto cogí el ritmo de girar un poco una mano y luego la otra. Ella, con la destreza de su muñeca iba ovillando a la par que desenredaba la madeja de los recuerdos y me los iba contando, como siempre, sentada en su silla baja de esparto. Así, a través de mí los hizo vivir en el tiempo.
— ¿Qué estás haciendo, abuela?
—Un bonito gorro de colores, para cuando vuelvas al colegio. Una amapola de adorno en un lado te animará mucho.
Se me iluminó la cara al verlo. Sonriendo al verme feliz, me hizo un gesto de complicidad y añadió: “Será nuestro secreto”.
Atisbó tras la puerta para asegurarse de que nadie nos veía y me lo probó. Era muy suave y estaba impregnado de su aroma de lavanda, esa entrañable fragancia que me enseñó a identificarla y a quererla y que hoy cuando la percibo me trae de nuevo su presencia.
Llegó el primer día de vuelta al colegio. Con mi flamante mochila a la espalda, puesto el gorro con pompón rojo y mis guantes a juego, hice un gesto para sacarme el pelo. Mamá, con su alegría natural, me mostró la trenza que se había tatuado en el hombro izquierdo y rápidamente con un rotulador me dibujó una a mí, a modo de anillo, en un dedo.
A los niños les encantó mi mochila y a las niñas el anillo. A nadie le importó que estuviera siempre con el gorro puesto.

Safe Creative #1902049848904

Comentarios

  1. Bellísimo Pilar!!!
    Entrañable!!
    Un abrazote para vos!!
    Lau.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias preciosa Lau. Me alegra un montó que te haya gustado. Besos.

      Eliminar
  2. Que buenos recuerdos de infancia, con es abuela tan especial.
    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En esos momentos de dolor, la abuela encontró la manera de infundir esperanza. Grandes mujeres que pasando desapercibidas eran un gran sostén en la familia.
      Besos Alfred

      Eliminar
  3. Con suavidad nos planteas profundos sentirse
    Cariños

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Profundos y dolorosos sentires. Nunca un niño debiera pasar por esa experiencia. La vida es así de cruel, a veces.
      Todo mi cariño querida Abu.

      Eliminar
  4. Hasta a mí me tocó alguna vez poner los brazos a la madeja para ayudar a formar el ovillo, haciendo esos giros con las muñecas para que no se atascara la lana en las manos. Es entrañable, como dice Laura.
    Un abrazo, María Pilar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Entrañable, esa es la palabra del mundo familiar que creaban aunque hubiera preocupaciones serias como la enfermedad terrible de la niña. Ellas sabían poner su grano de esperanza.
      Por momentos te he visto empequeñecido con la madeja de lana.
      Besos Chema

      Eliminar
  5. Recuerdops valiosisimos de nuestros abuelos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Que no se deben olvidar y por eso algunos los escribimos.
      ¡Feliz verano Marcos!

      Eliminar
  6. Hola María Pilar, buenas noches,
    fantástico relato!
    los niños no comprenden los codigos de niño-abuelo, sólo lo hacen cuando ellos son los protagonistas...
    lo importante es que la niña logró su meta y la abuela también, (las dos felices)


    Excelente fin de semana
    un cálido abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La niña lució su gorro, sí. Y los niños no se preocuparon por su falta de pelo. A veces los mayores somos más morbosos envolviendo nuestras preguntas en una compasión innecesaria. No era el caso de esta abuela.
      Besos Ariel

      Eliminar
  7. ¿Porque lo que a nosotros nos parece tan importante a los demás ni les afecta ni lo perciben? con lo bonito que quedó el gorro de colores. Abrazos señora de las letras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El gorro quedó precioso y los pequeños así lo apreciaron. Los mayores hubiéramos estropeado ese momento verbalizando el porqué de no quitárselo.
      Caluroso abrazo Ester

      Eliminar
  8. Hermoso!!!
    abrazos miles,buen finde amiga.

    ResponderEliminar
  9. Uy que tierno relato aveces la gente juzga sin entender lo importante. Te Mando un beso

    ResponderEliminar
  10. La amapola es esperanza para ese gorro que no puede quitarse. Un relato tejido con amor. Un abrazo María Pilar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La amapola de apariencia tan delicada, pero tan resistente a la dureza del clima y a las tierras tan secas en las que crece. Al utilizarla la abuela con toda una experiencia de vida, infundía esperanza.
      Cariñoso abrazo.

      Eliminar
  11. Las abuelas son grandes tejedoras de gorros y de historias.


    Un abrazo Pilar

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así es Malque, y más las abuelas de antes.
      Abrazo grande, grande.

      Eliminar
  12. El relato es conmovedor.
    Bien por esos niños que no preguntan.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Los niños, curiosos por naturaleza, no preguntan lo que ya saben; excepto algún pipiolo que le parece más importante imitar el comportamiento de los mayores.
      Besos Toro

      Eliminar
  13. Mi abuelita hacia maravillas.

    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es que la sabiduría de las abuelas de antes...
      Besos Chaly

      Eliminar
  14. que placer lo que haces
    me encanta tu blog

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Este blog permanece vivo gracias a tus visitas y comentarios. Te agradezco estos momentos especiales que me regalas.

Más vistas

Hagamos un trato

Te propongo un pacto. No removamos más el pasado, no le demos más vueltas ni nos echemos más en cara lo que ocurrió, ya no lo podemos cambiar, dejémoslo correr por el camino del olvido, no me gusta esta guerra soterrada ni este mirar de soslayo con la desconfianza como carga. Llevamos un tiempo con el rictus de la tristeza pegado y el alma rota sin querer dar el brazo a torcer. «Demasiado vehemente», me dices; «excesivamente racional», te contesto. Esto es un «toma y daca» y esta guerra no va a parar. Ya sé que soy impulsiva, alocada y me lanzo sin escuchar tus voces de contención, pero reconoce que eres tan racional, tan pausado y mides tanto las palabras que a tu lado últimamente no hago más que bostezar. Me gusta volar como el viento, necesito sentirme en libertad, no me atosigues. Cuando yo he tomado decisiones no nos ha ido tan mal. Y sobre todo no cargues sobre mi conciencia, sabes que soy muy sensible y el sentimiento de culpa me hace pasarlo fatal. Te pasas la vida planific

Amanecer deslumbrante

Salimos de casa con aspecto somnoliento. Al subir al remolque, ayudados por los dos hermanos mayores, percibimos el viento gélido de la madrugada. No era normal que nos llevaran con ellos; pero ese día, así padre lo había decidido. La calle en la que vivíamos aparecía oculta en la penumbra, se nos hacía extraña. Dejamos el pueblo solitario y silencioso envuelto en la neblina matinal. En el remolque nos encogimos como pudimos para evitar el frío que nos hacía castañetear los dientes y nos provocaba pequeñas chimeneas de vaho que se fundían con la niebla; esfuerzo inútil, pues el traqueteo descomponía nuestras figuras y nos lanzaba a la una contra la otra. No así los hermanos mayores que, apoyados en las cartolas, se dejaban acunar por el movimiento y se hacían los dormidos. El tractor reptaba ruidoso por la subida del Carramonte. Al llegar al alto del páramo por la zona de Valdesalce, amanecía. Nos apeamos de un salto. Impresionaba el mundo que se abría ante nosotros. Miré a mi a

Cuando uno dice blanco, el otro... blaugrana

Va a ser un día complicado, se dijo Aurora al despertar pensando en que se jugaba el Clásico. Su preocupación eran sus hijos Raúl y David. Cuando nacieron todo fue caos en su entorno y nadie, excepto ella, se fijó en los ojos tan abiertos con los que se observaban sin pestañear. Aunque le decían que los recién nacidos no ven, esa mirada gélida de un gris opaco fue el presagio que acabó con sus sueños de madre.  La crueldad sistemática entre los hermanos confirmó sus sospechas. Parecían dos gatos en continua pelea. Si uno necesitaba luz, el otro oscuridad; si uno quería dormir, el otro berreaba y si uno decía blanco el otro… blaugrana. Era un sinvivir que a ella le tenía agotaba. —Os vamos a machacar —decía Raúl con la camiseta blanca. —¡Qué dices, idiota! Hoy comeréis el barro bajo nuestras botas. —De idiota nada, mamón.  — ¡Pum! Arrojó un derechazo al ojo de su hermano. —Te arrancaré la nariz, imbécil. —Y el zurdazo lo dejó sangrando. —¡Ay!, me ha mordido. —¡Basta! —gritó Aur

El vaivén de la vida

En la vida de Clara había aparentemente de todo menos paz y sosiego. Era de esas personas que cuando te pasan, su estela tira de ti y te hace girar la cabeza deseando alargar tu mano entre la brisa que ondea los rizos de su melena. Esa noche Clara se separó de la fiesta, se quitó los zapatos de tacón de vértigo, la máscara de top-model y se abandonó en el columpio de sus pensamientos. Cualquier observador habría olido la tristeza que embargaba tanta belleza. Sabía que Rubén no se creía que ella se dormía en cuanto se acostaba, pero callaba. Rubén sabía que esa tarde ella había llorado, pero dijo: ̶ Cariño, ¿estás ya preparada? La rutina había llegado a sus vidas como un intruso para definitivamente quedarse. Su ambición profesional, el estatus social y ese ajetreo diario de fiestas y relaciones sociales para alzar una muralla sobre la que asentar su seguridad, había resultado una telaraña en la que se habían perdido y ahora… ahora todo ello solo servía para acallar el incómodo

La musa de la escritura

Hoy hace un año que te fuiste… Digo a gritos que no te necesito, que ojalá no vuelvas. Miente mi orgullo para cubrir el dolor de mi impotencia. Ya sabes que mi cabeza es un cóctel de ideas encontradas, letras sueltas y sensaciones indefinidas. Qué diferencia con las composiciones escritas a golpe de vértigo, las notas de recuerdos con ilusión vividos, la actividad nerviosa, el febril pensamiento desbocado, todo un mundo que se diluía en la página en blanco. Mi imaginación no se resigna a esta inactividad actual y sigue alimentándome: me trae el choque de olas acunando a otros muchos en sus aguas, el espectáculo de un gnomo sibilino junto a una princesa destronada, un bello alfiler ensangrentado en el escenario de una explosión en Yakarta, hasta me tienta con el aroma de la riquísima sopa de la abuela. Miro tu hermética bola de cristal donde encierras la energía en un tiempo y un espacio diferente al que reclama el reloj para sí mismo. Te miro y tu fulgor me deslumbra y pienso