Mis ojos temerosos de niña no veían otro cielo que el gris húmedo en los de mamá, a la que últimamente le afectaba tanto lo que se le metía en ellos. Para papá eran días sin tiempo, tal vez porque en casa el tiempo se había roto como se rompen los juguetes viejos.
La abuela siempre se sentaba en su silla baja, junto al ventanal de la sala. Un cestillo de mimbre colocado a sus pies estaba lleno de ovillos de lana de diferentes colores. Ella entre tejer y devanar pasaba el tiempo, aunque más de una vez la había sorprendido con la mirada extraviada en un punto incierto, como si hilase pensamientos para construir un futuro más alegre que nos sacara del empantanado negro.
—Mantén los brazos así, sin perder la tensión de la lana, no los cierres.
Pronto cogí el ritmo de girar un poco una mano y luego la otra. Ella, con la destreza de su muñeca iba ovillando a la par que desenredaba la madeja de los recuerdos y me los iba contando, como siempre, sentada en su silla baja de esparto. Así, a través de mí los hizo vivir en el tiempo.
— ¿Qué estás haciendo, abuela?
—Un bonito gorro de colores, para cuando vuelvas al colegio. Una amapola de adorno en un lado te animará mucho.
Se me iluminó la cara al verlo. Sonriendo al verme feliz, me hizo un gesto de complicidad y añadió: “Será nuestro secreto”.
Atisbó tras la puerta para asegurarse de que nadie nos veía y me lo probó. Era muy suave y estaba impregnado de su aroma de lavanda, esa entrañable fragancia que me enseñó a identificarla y a quererla y que hoy cuando la percibo me trae de nuevo su presencia.
Llegó el primer día de vuelta al colegio. Con mi flamante mochila a la espalda, puesto el gorro con pompón rojo y mis guantes a juego, hice un gesto para sacarme el pelo. Mamá, con su alegría natural, me mostró la trenza que se había tatuado en el hombro izquierdo y rápidamente con un rotulador me dibujó una a mí, a modo de anillo, en un dedo.
A los niños les encantó mi mochila y a las niñas el anillo. A nadie le importó que estuviera siempre con el gorro puesto.
La abuela siempre se sentaba en su silla baja, junto al ventanal de la sala. Un cestillo de mimbre colocado a sus pies estaba lleno de ovillos de lana de diferentes colores. Ella entre tejer y devanar pasaba el tiempo, aunque más de una vez la había sorprendido con la mirada extraviada en un punto incierto, como si hilase pensamientos para construir un futuro más alegre que nos sacara del empantanado negro.
—Mantén los brazos así, sin perder la tensión de la lana, no los cierres.
Pronto cogí el ritmo de girar un poco una mano y luego la otra. Ella, con la destreza de su muñeca iba ovillando a la par que desenredaba la madeja de los recuerdos y me los iba contando, como siempre, sentada en su silla baja de esparto. Así, a través de mí los hizo vivir en el tiempo.
— ¿Qué estás haciendo, abuela?
—Un bonito gorro de colores, para cuando vuelvas al colegio. Una amapola de adorno en un lado te animará mucho.
Se me iluminó la cara al verlo. Sonriendo al verme feliz, me hizo un gesto de complicidad y añadió: “Será nuestro secreto”.
Atisbó tras la puerta para asegurarse de que nadie nos veía y me lo probó. Era muy suave y estaba impregnado de su aroma de lavanda, esa entrañable fragancia que me enseñó a identificarla y a quererla y que hoy cuando la percibo me trae de nuevo su presencia.
Llegó el primer día de vuelta al colegio. Con mi flamante mochila a la espalda, puesto el gorro con pompón rojo y mis guantes a juego, hice un gesto para sacarme el pelo. Mamá, con su alegría natural, me mostró la trenza que se había tatuado en el hombro izquierdo y rápidamente con un rotulador me dibujó una a mí, a modo de anillo, en un dedo.
A los niños les encantó mi mochila y a las niñas el anillo. A nadie le importó que estuviera siempre con el gorro puesto.
Bellísimo Pilar!!!
ResponderEliminarEntrañable!!
Un abrazote para vos!!
Lau.
Gracias preciosa Lau. Me alegra un montó que te haya gustado. Besos.
EliminarQue buenos recuerdos de infancia, con es abuela tan especial.
ResponderEliminarBesos.
En esos momentos de dolor, la abuela encontró la manera de infundir esperanza. Grandes mujeres que pasando desapercibidas eran un gran sostén en la familia.
EliminarBesos Alfred
Con suavidad nos planteas profundos sentirse
ResponderEliminarCariños
Profundos y dolorosos sentires. Nunca un niño debiera pasar por esa experiencia. La vida es así de cruel, a veces.
EliminarTodo mi cariño querida Abu.
Hasta a mí me tocó alguna vez poner los brazos a la madeja para ayudar a formar el ovillo, haciendo esos giros con las muñecas para que no se atascara la lana en las manos. Es entrañable, como dice Laura.
ResponderEliminarUn abrazo, María Pilar.
Entrañable, esa es la palabra del mundo familiar que creaban aunque hubiera preocupaciones serias como la enfermedad terrible de la niña. Ellas sabían poner su grano de esperanza.
EliminarPor momentos te he visto empequeñecido con la madeja de lana.
Besos Chema
Recuerdops valiosisimos de nuestros abuelos.
ResponderEliminarQue no se deben olvidar y por eso algunos los escribimos.
Eliminar¡Feliz verano Marcos!
Hola María Pilar, buenas noches,
ResponderEliminarfantástico relato!
los niños no comprenden los codigos de niño-abuelo, sólo lo hacen cuando ellos son los protagonistas...
lo importante es que la niña logró su meta y la abuela también, (las dos felices)
Excelente fin de semana
un cálido abrazo
La niña lució su gorro, sí. Y los niños no se preocuparon por su falta de pelo. A veces los mayores somos más morbosos envolviendo nuestras preguntas en una compasión innecesaria. No era el caso de esta abuela.
EliminarBesos Ariel
¿Porque lo que a nosotros nos parece tan importante a los demás ni les afecta ni lo perciben? con lo bonito que quedó el gorro de colores. Abrazos señora de las letras.
ResponderEliminarEl gorro quedó precioso y los pequeños así lo apreciaron. Los mayores hubiéramos estropeado ese momento verbalizando el porqué de no quitárselo.
EliminarCaluroso abrazo Ester
Hermoso!!!
ResponderEliminarabrazos miles,buen finde amiga.
Caluroso abrazo Fiaris
EliminarUy que tierno relato aveces la gente juzga sin entender lo importante. Te Mando un beso
ResponderEliminarLo mismo digo Citu. Cuídate mucho. Besos.
EliminarLa amapola es esperanza para ese gorro que no puede quitarse. Un relato tejido con amor. Un abrazo María Pilar.
ResponderEliminarLa amapola de apariencia tan delicada, pero tan resistente a la dureza del clima y a las tierras tan secas en las que crece. Al utilizarla la abuela con toda una experiencia de vida, infundía esperanza.
EliminarCariñoso abrazo.
Las abuelas son grandes tejedoras de gorros y de historias.
ResponderEliminarUn abrazo Pilar
Así es Malque, y más las abuelas de antes.
EliminarAbrazo grande, grande.
El relato es conmovedor.
ResponderEliminarBien por esos niños que no preguntan.
Besos.
Los niños, curiosos por naturaleza, no preguntan lo que ya saben; excepto algún pipiolo que le parece más importante imitar el comportamiento de los mayores.
EliminarBesos Toro
Mi abuelita hacia maravillas.
ResponderEliminarBesos
Es que la sabiduría de las abuelas de antes...
EliminarBesos Chaly
que placer lo que haces
ResponderEliminarme encanta tu blog