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Entradas

Niños de la llave

Papa, sigo llevando la llave colgada al cuello como me enseñaste. Desde que te fuiste se acabaron las caricias, los juegos en los que tanto peleábamos por ganar, las risas, los cuentos... Mamá miraba como ida, sin palabras y sin lágrimas. Parecía una estatua de piedra. Un día se acostó y no se ha vuelto a levantar. Todos las tardes le leo la nota del colegio y se la dejo en la mesilla por si la quiere repasar cuando yo me voy, pero nada. La profesora dice que si no voy más aseado no podré entrar en la escuela. Toda mi ropa está sucia, papá, y nadie quiere ponerse a mi lado.  ¿Por qué no vuelves? Recuerdo lo divertido que era cuando estabas aquí, y, como un cascabeleo, me llega el alboroto de los tres cuando no había riñas en casa ni mandaba el silencio. Por la noche cuando me entra el miedo, abro tu armario, cierro los ojos y te respiro por dentro. Pienso si tú te acordarás también de mí. En el polvo del mueble de la entrada te he dejado escrito con el dedo: “Papá, si pasas por a

La santa compaña

La inesperada visita de sus padres dejó atónita a Deseada. Si se movía la seguían, si se paraba se paraban. Quiso hablar con ellos y se marcharon sin dirigirle la palabra. Se dejó caer en un sillón y lloró con desconsuelo. Los vecinos comentaban asombrados: “Sus padres la tuvieron pasados los cuarenta. ¡Qué contentos estaban! Y ahora... le niegan la palabra ¿Quién puede entenderlo?” La noche de los difuntos, al escuchar las doce campanadas, las amigas se deslizaron de sus camas y descalzas se encontraron camino del cementerio. Con las velas encendidas, avanzaron en procesión impregnando el aire de cera y misterio. Al frente iba Deseada con su preciado violín en las manos. Entre parpadeos de velas que atemorizaban y sombras terroríficas que estremecían, iban recitando las “Coplas de Manrique a la muerte de su padre”. Los gatos huían despavoridos y el viento expandía el resonar de las palabras. Deseada interpretó la “Danse Macabre” de Saint-Saëns con tanta pasión que sintió lib

Mi esperanza

Quién me iba a decir a mí que con mis manos encallecidas de tanto limpiar casas escribiría en el ordenador. Fue cosa de mi hija Esperanza, me matriculó en Educación de Adultos para que hiciera un curso de informática. Ir yo a estudiar con la vergüenza que me daba, si apenas fui a la escuela. Me convenció porque así podríamos hablar por el Skype. ¡Cielo santo qué palabra! Fue cuando se iba a ir a Alemania a hacer el máster en Ciencias Medioambientales con una beca por sus buenas notas universitarias. No es porque sea mi hija pero es listísima, aunque muy callada, en esto sale a su padre. Su padre y yo fuimos a verla a Gotinga, nunca habíamos salido al extranjero y estábamos nerviosos, pero teníais que ver cómo se desenvolvía en alemán, se nos caía la baba. Con la crisis en España tuve que buscar más casas porque me bajaron la hora el 50% y su padre metió horas extras de carga y descarga en un supermercado antes de ir a la calderería donde trabajaba. Orgullosos lo hacíamos para pagarle

Llueve sobre los puentes de Madison

Nunca más por muchos días que vivamos Temblarán los cabellos de tu nuca Por el inmenso amor tocados. Nunca más en la larga noche que nos espera Hablarán tus silencios Con la vibración del grito apasionado. Nunca más habrá un futuro de amor soñado Solo un cerrar de ojos Para que los recuerdos nos sigan abrasando Un sentir tu piel sobre mi piel Y susurros apasionados ¡Qué será de nuestras vidas! Seguirás sola cargando con tu angustia Y yo espectro bajo la lluvia esperando © María Pilar

El fantasma del palacio de Villa Suso

Se celebraba un Congreso sobre Lenguas Minoritarias en el Palacio de Villa Suso. En un receso, el representante chileno preguntó a una de las azafatas por los servicios. Giramos la cabeza para ver cómo su espalda se iba empequeñeciendo a medida que bajaba la escalinata para adentrarse en el antiguo sótano donde están los modernos baños. Se dice que son los más limpios de la ciudad porque los visitantes huyen de esta zona. El miedo al fantasma de la emparedada sigue atenazando. Su leyenda, bien conocida en la ciudad, obliga a los que tienen que bajar del Casco Viejo a la zona del ensanche a apresurar el paso o dar un largo rodeo para evitar el palacio. Corría el 1982 cuando las Instituciones de Vitoria decidieron rehabilitar el abandonado Palacio Renacentista de Villa Suso para transformarlo en un ambicioso centro de congresos dotado con los más modernos equipamientos técnicos. Era un día huracanado y gélido cuando el grupo de técnicos en restauración de edificios antiguos se a