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Entre sueños y realidades

Salgo de Ponferrada con la mochila a la espalda y paso ligero para aprovechar la fresca del amanecer. Los kilómetros recorridos desde que empecé esta ruta del Camino de Santiago empiezan a pesarme en las piernas. El cansancio se va acumulando. Los pies recién curados de sus llagas me piden a gritos un descanso. Me animo sabiendo que la meta está ya cerca. Pronto las nubes se cierran y empiezan a descargar enfurecidas. Se les une un viento frío racheado que hace que cada uno de mis pasos sea una lucha titánica. Arrastrando los pies doloridos, aterido de frío y calado hasta los huesos, entre un ambiente gris gélido, llego al albergue avanzada ya la tarde. A duras penas, he logrado superar la etapa de hoy. El pórtico de la Gloria que veía tan cercano cuando empecé esta aventura, hoy se me desvanece. Todo me da vueltas. La joven del albergue me abre la puerta. Sobre mis huellas de olvido y flashes de memoria, una luz irreal lo ilumina todo. La joven, de blancura virginal, vestida

Tras la huella de Sherlock Holmes

Siempre tomo el metro en la estación de Bayswater para ir a visitar a mi amigo a Baker Street. Nostálgico me adapto a los nuevos tiempos. El vagón va atestado de gente. La prisa los domina. Nadie parece reparar en mi presencia, para ellos soy un ser invisible en este rincón del vagón en el que me he acomodado. ¡Qué vida la de antes cuando viajaba en aquellos coches tirados por caballos! Sacudo el cordón de la campanilla y la Sra. Hudson me conduce a la habitación que, anteriormente, había compartido con él. Aunque la mañana está avanzada lo encuentro en bata hundido en su viejo sillón con las piernas cruzadas y la vieja pipa de brezo entre los labios exhalando volutas de humo. La habitación envuelta en una densa niebla del tabaco me indica que lleva toda la noche trabajando. Es la luz de una lámpara que languidece sobre el escritorio atiborrado de papeles la que me permite ver su perfil aguileño con la mirada perdida en una boina roja que destaca, ente otros objetos, en la mesita an

Prólogo sobre Ver dos veces las cosas

Conozco a Froilán de Lózar a través de su blog Curiosón. Fue una grata sorpresa que me pidiera leer este libro y escribir el prólogo. La tarea ha sido todo un placer. Ver dos veces las cosas es la ventana que nos ofrece el autor para que observemos y conozcamos el enorme potencial ecológico, turístico e histórico de la Montaña Palentina.  Una recopilación de artículos que no es autobiográfica, pero no cabe duda que trata de algo que le concierne y mucho. Porque de eso también va el libro, de ese paisaje interior que fue para él el descubrimiento de su tierra, ese pequeño país que lo vio nacer y que, intuyo, en su descripción ha influido mucho la añoranza.  Son maravillosos relatos con corazón, atravesados por la mirada nostálgica del autor y habitados por hombres y mujeres de la tierra a los que dedica este libro como homenaje y por los que toma partido.  El eje vertebrador de todos ellos es la constatación seria y preocupante de que la despoblación es un hecho y que la Montaña se mue

Maldita Primavera

Paseaba por el parque de Salburua cuando: ¡Aaach…aaatchú! Me encojo. Tiemblo. Ya está aquí. ¿Dónde me meto? ¡Sálvese quien pueda! Que se vista de sombras el día, que oculte esta radiante apariencia con la que se disfraza la peligrosa Primavera. Aparece luciendo sonrisa como una diosa. El cielo cobarde le regala su manto azul en vez de lanzarle una batería de rayos y truenos. El parque servil le extiende su alfombra florida sobre la que se contonea una pareja de cigüeñas de alto tacón y juguetean las urracas con su vestido negro sobre blanco. ¡Quién pudiera! El murmullo del agua del río Santo Tomás le canta la más bella canción mientras en el humedal, una protectora mamá pata enseña a nadar a sus once patitos. Las ramas desnudas de fresnos, arces, espinos y chopos se visten de tiros largos para que, entre sus hojas, una orquesta sinfónica de trinos le haga el gran recibimiento. Hasta los grillos… ¡Qué locos por hacerse oír! Y ella, ¿cómo responde? Inocula polen por aquí y por allá

Mujer alunarada, mujer afortunada

Paré el coche para comprar unas jugosas cerezas que a un lado de la carretera vendía una señora ataviada con faltriquera. Por delante de mí un joven le pidió medio Kilo. La vendedora puso un puñado en la romana oxidada con una mano regordeta de uñas negras. Después de ver trastabillar el brazo en forma de regleta, con la parsimonia que le caracterizaba, dijo: Cereza más, cereza menos… Usted también quiere medio, ¿no? Ante mi asentimiento siguió añadiendo y comentó: Les pongo un kilo y ya luego entre ustedes se lo reparten. ¡No me lo podía creer! Estaba a punto de protestar cuando una mirada cautivadora me descolocó. —Podemos quedar en el bar de al lado para hacer el reparto. —Vale —le contesté con mi mejor sonrisa que ya bailaba al ritmo de la suya. Hoy me ha llamado porque necesita verme y mi corazón se ha disparado en cuanto he oído su voz. Este tiempo de espera mirando el reloj aumenta mi nerviosismo. Me entusiasma la idea de que pueda haberse fijado en mí. Repaso mentalmente l