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Sentimiento de culpa

Imagen de internet Le di una bofetada a mi hija. El que me contestara de tan malas maneras hizo que me encolerizara. Mis dedos habían quedado tatuados enrojeciendo su cara. Me quemaba la mano. Me pesaba en el alma. Rompí el silencio con palabras imprecisas de perdón y arrepentimiento. Quise cobijarla, abrazarla, como cuando era pequeña y que tanto le gustaba. "Déjalo ya, mamá", me dijo con los ojos húmedos sin derramar una lágrima. Lloraba hacia dentro y mi alma de madre se quebró al ver el dolor de la decepción en su mirada. Se dio media vuelta y, se alejó de mí. En mi interior la frustración aullaba. De puntillas y con el corazón encogido me acerqué a su habitación. Escuché un silencio tenso. No me atreví a rozar la puerta, a pedirle: "hablemos", por no enojarla más, por lo mucho que la quiero. Sigo disimulando el dolor que me quema por dentro porque sin ella mi vida ya no es mi vida y empiezo cada mañana con esa esperanza inconformista de que se vuelvan a

Cuando uno dice blanco, el otro... blaugrana

Va a ser un día complicado, se dijo Aurora al despertar pensando en que se jugaba el Clásico. Su preocupación eran sus hijos Raúl y David. Cuando nacieron todo fue caos en su entorno y nadie, excepto ella, se fijó en los ojos tan abiertos con los que se observaban sin pestañear. Aunque le decían que los recién nacidos no ven, esa mirada gélida de un gris opaco fue el presagio que acabó con sus sueños de madre.  La crueldad sistemática entre los hermanos confirmó sus sospechas. Parecían dos gatos en continua pelea. Si uno necesitaba luz, el otro oscuridad; si uno quería dormir, el otro berreaba y si uno decía blanco el otro… blaugrana. Era un sinvivir que a ella le tenía agotaba. —Os vamos a machacar —decía Raúl con la camiseta blanca. —¡Qué dices, idiota! Hoy comeréis el barro bajo nuestras botas. —De idiota nada, mamón.  — ¡Pum! Arrojó un derechazo al ojo de su hermano. —Te arrancaré la nariz, imbécil. —Y el zurdazo lo dejó sangrando. —¡Ay!, me ha mordido. —¡Basta! —gritó Aur

La musa de la escritura

Hoy hace un año que te fuiste… Digo a gritos que no te necesito, que ojalá no vuelvas. Miente mi orgullo para cubrir el dolor de mi impotencia. Ya sabes que mi cabeza es un cóctel de ideas encontradas, letras sueltas y sensaciones indefinidas. Qué diferencia con las composiciones escritas a golpe de vértigo, las notas de recuerdos con ilusión vividos, la actividad nerviosa, el febril pensamiento desbocado, todo un mundo que se diluía en la página en blanco. Mi imaginación no se resigna a esta inactividad actual y sigue alimentándome: me trae el choque de olas acunando a otros muchos en sus aguas, el espectáculo de un gnomo sibilino junto a una princesa destronada, un bello alfiler ensangrentado en el escenario de una explosión en Yakarta, hasta me tienta con el aroma de la riquísima sopa de la abuela. Miro tu hermética bola de cristal donde encierras la energía en un tiempo y un espacio diferente al que reclama el reloj para sí mismo. Te miro y tu fulgor me deslumbra y pienso

La casa vieja

Cuando todos os vais Me quedo sola, deshabitada Cobijo de tantas historias En mis muros tatuadas Lloran hacia adentro Me inundan el alma Tejados de teja hispana Agónico crujido en sombras Me desmorona y desarma. Hoy he vuelto a renacer Al sentir tus pisadas Pardales de marzo primaveral Revolotean en mi ventana Qué sosiego volver a verte Abrazándome con tu mirada Vencido por el tiempo Vienes a quedarte Esta siempre fue tu casa. Registrado en Safe Creative

Las cinco hermanas

Antes del amanecer, cuando los gallos aún dormían, un hermano lego del monasterio de San Millán de la Cogolla oyó un balbuceo de bebé. Ávido por saber qué era aquello, siguió aquel sonido y lo llevó a un bulto que se movía envuelto en una manta de arpillera. Eran cinco niñas recién nacidas que alguien había dejado abandonadas en la puerta. Se dejó llevar por su intuición de protección y las introdujo en el convento sin pensar que las mujeres lo tenían prohibido. “En el chamizo de la huerta, junto a la chimenea, estarán calentitas”, se dijo. Ordeñó una vaca con las manos y empapó un trozo de tela en la leche diluida en agua que les fue dando a chupar a las criaturas. El secreto era difícil de guardar por lo que muy pronto la comunidad entera estaba alborotada con la noticia. Todos los monjes corrieron a verlas y entre exclamaciones se santiguaban. Sus caras adustas y serias se suavizaban y sonreían por la ternura que les inspiraban, aunque sus palabras contradecían esa expresión al h