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Carta de un emigrante

                                                                           Heerbrug - Suiza, 15 de noviembre de 1965    Querida madre:  Espero que al recibo de esta esté bien, yo mu bien.  El viaje en tren para llegar hasta aquí fue mu largo, todo el día y la noche completa, pero como estaba cansado, porque la verda madre, la noche anterior no pude pegar ojo, la mayor parte del tiempo lo pasé durmiendo y así se me izo más corto.  Al llegar nos esperaba un autobús para llevarnos a la empresa y acernos el reconocimiento médico. Nos tuvimos que desvestir enteros y me acordé de uste madre, de los buenos consejos que me dio, como el de que fuera a bañarme al canal para quitarme la roña que se me pegaba trabajando con las ovejas.  Ya e encontrado pensión, una señora mayor que vive en una casa mu grande con jardín. ¡Imagínese! Estoy solo en una habitación con cuarto de baño y una gran ventana que si te asomas ves los montes altos y nevados de este país, porque aquí no hay mesetas

María, la hija de María

En las familias hay secretos que no se cuentan a viva voz, pero que son traídos y llevados entre cuchicheos por la gente del pueblo. Así, en voz baja, previo juramento de que no se lo diría a nadie, me llegó el gran secreto de mi familia por una compañera del colegio: Tu madre no es hija de tu abuelo. La llamé mentirosa y le di tal empujón que se cayó de culo. Sin embargo, me dejó preocupada y empecé a mirar a los míos de manera diferente. Investigué, pregunté.   La guerra había terminado, según dicen los libros, 10 meses antes de la llegada de mi abuelo al pueblo. Había caído herido y permaneció todo ese tiempo en un hospital. Regresó renqueante portando un simple capazo bajo el brazo. Mi abuela lo esperaba con un campo árido, cuarteado por la sequía, y dos vacas flacas que ni leche daban.   Esa noche, los vecinos escucharon el llanto de un bebé tras los muros de la casa. Las malas lenguas dijeron que María había tenido una relación extramarital en ausencia de su marido. Y Manuel, qu

Kafka en la orilla

Kafka en la orilla  de Hanuri Murakami, traza dos historias paralelas: Por un lado, cuenta la vida de Kafka Tamura que decide fugarse de casa el día que cumple quince años porque odia a su padre. En la huida, espera encontrar a su madre que lo abandonó a los cuatro años. Sus pasos lo llevarán al sur de Japón, a Takamatsu, donde encontrará refugio en una peculiar biblioteca.  El otro protagonista del libro es Tanaka, un hombre de avanzada edad, quien de niño, durante la II Guerra Mundial, sufrió un extraño accidente del que salió sumido en una especie de olvido de sí, con dificultades para comunicarse. A los 60 años, abandona Tokyo y emprende un viaje acompañado por Hoshino, un joven camionero, que le conducirá, como a Kafka, a la biblioteca de Takamasu.  Así, vidas y destinos, se van entretejiendo en un curso inexorable que no atiende a razones ni a voluntades. Creo que hay que leer este libro, donde lo fantástico y arbitrario tiene un gran peso, dejándose llevar por el discurrir de lo

El juego de la teja

Imagen de Álvaro Peña Nos observaba desde la acera  Un día de sol radiante  Jugando sin permiso  En el centro de la calle. Era nuestro patio de recreo  Una geografía improvisada  No pasaba nadie  Todo estaba en silencio  Como él mientras miraba. Los cuadros bien marcados Del juego de la teja Protestas ante las trampas  Éramos jueces implacables  El ansia de ganar estimulaba  El número de victorias contaba. Su voz de madrileño nos distrajo  «¿Puedo jugar?»   Nos hizo descubrir lo que desconocíamos:  ¡La calle era nuestra!   Como niños viejos, sin permiso, jugábamos.   

Allá donde te encuentres

Querida Alicia: Hace ya ocho meses que te fuiste y no he sabido nada de tu vida. Durante este tiempo he deambulado por la casa sintiendo la soledad de tu ausencia. Cada objeto, cada rincón, todo me habla de ti y me emociono, no puedo evitarlo. Es como si aquí a mi lado estuviera esa Alicia a la que tanto quiero, la verdadera, la que llenaba de ilusión, sonrisas y vida la casa. La malhumorada de los últimos tiempos no eras tú. Estabas ya tan acostumbrada a que todo cuanto te sucediera fuera algo extraordinario, que te pareció de lo más soso y estúpido que la vida siguiera por el camino normal. Te resistías a dejar de soñar en este mundo de adultos tan complicado. Por eso, mientras te dedicaste a contar cuentos a un público cautivado, el de los niños, que te recordaba tus felices días de infancia, todo fue estupendo. Cuando tu prestigio como narradora creció, fueron otros los que reclamaron tu presencia. El encontronazo, en la isla de Ely, con el presidente de la Sociedad