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Los días sin ti

Para Leire   Déjame que te cuente  Que el arcoíris brilla de nuevo.  Tras días de oscuridad, presión y desasosiego  Pasaron soles y lunas, mañanas y noches, llantos y silencios  Y sin darnos cuenta  Nos metimos en la noche eterna  Con la terrible idea de no volver a vernos  La gente iba y venía rumiando recuerdos  La quietud de la madrugada nos inquietaba   ¿Cómo comprender lo ocurrido?  Por suerte empezamos a entender  Que no estábamos solos  Una nueva primavera nos saludaba   Teníamos vecinos, amigos y te teníamos a ti  Lejos para abrazarte, tocarte, pero estabas  Cada vez que tu mirada iluminaba la pantalla  Esculpías nuestra sonrisa  Y el mundo era más feliz.  Ahora que ya te has vacunado  Déjame que te cuente Que el arcoíris brilla de nuevo. 

Reseña de Duelo

«Se llamaba Salomón. Murió cuando tenía cinco años, ahogado en el lago de Amatitlán. Así me decían de niño, en Guatemala. Que el hermano mayor de mi padre, el hijo primogénito de mis abuelos, el que hubiese sido mi tío Salomón, había muerto ahogado en el lago de Amatitlán, en un accidente, cuando tenía mi misma edad, y que jamás habían encontrado su cuerpo».  Así comienza esta maravillosa novela de Halfon de apenas cien páginas.  El misterio de la muerte del niño Salomón es el eje que vertebra toda la obra. El narrador, en primera persona, con una prosa precisa y la lírica de la anáfora, nos va haciendo partícipes de todos los datos que va encontrando sobre el suceso. Y lo que parecía tener tan claro en un principio, que el niño se había ahogado en el lago, se va a ir complicando hasta el punto de llevarle a pensar que no todo ocurrió como había creído.   Cuando ya adulto regresa a ese lago en busca de respuestas, nos transporta a un presente de ruina y abandono.   « Me golpeó un olo

La batalla de Vitoria

 Amanecía el 21 de junio de 1813. Los cañonazos del ejército dirigido por el general Wellington retumbaron en la pequeña ciudad de Vitoria, de apenas siete mil habitantes. Temblaron los vitorianos tras una noche tensa. Caminaban encorvados bajo la pesadumbre. Se oían exclamaciones y silencios elocuentes.   Wellington pensó que era el mejor lugar para tender una emboscada al francés. Allí se enfrentaron los dos ejércitos en una batalla campal. Miles de muertos cuelgan olvidados en alguna lista.  Al atardecer, cayeron las defensas francesas; huían en desbandada.   De manera directa, el protagonista del desenlace de la guerra fue un convoy de carros cargados de joyas, oro y obras de arte que los bonapartistas llevaban a Francia. Cuando finalizó la batalla, miles de soldados ingleses se lanzaron sobre el botín de los carruajes y abandonaron la persecución del enemigo.  Wellington, encendido en rabia, los insultaba a gritos. Su  valet, mientras, abría el maletín de madera con el juego de

La flor del brezo

«Si el corazón pudiera pensar se pararía» (Fenando Pessoa) RETO: Escribir un microrrelato enmarcado. (Grupo Idazki) Laura y yo nos habíamos conocido en mi ciudad, Aldridge, a la que ella fue un verano para mejorar su inglés. Después de un tiempo, preparábamos muy ilusionados nuestra boda. Mi madre, que iba a ser la madrina, pensó que la flor de brezo no podía faltar. Como buena inglesa vivía en una casa con jardín donde dos veces al año se llenaba de flores el brezal. Y este fue el motivo de discordia entre mi novia y ella.   —Ian — me dijo Laura un tanto irritada—, tu madre quiere que todos los invitados lleven una flor en el ojal. ¡Qué cursilada!   Yo siempre fui un espíritu débil frente al carácter autoritario de mi madre y sufría por ello. Pero algo despertó en mí en aquel momento que dejó atrás al asustadizo Ian y, lejos de encerrarme en un silencio triste como hacía habitualmente, empecé a hablar por mí mismo:   —Cuenta la leyenda que las lágrimas que Malvina derramó, al tener

El ruiseñor enjaulado

 El excéntrico Antxon, a pesar de ser pequeño y feo, tenía labia de conquistador. Se divirtió tentando a la solterona Mabel, una belleza que esperaba su príncipe azul, y lo encontró convertido en sapo, pero con una abultada chequera.   Decía trabajar los fines de semana para reflotar la empresa. Ese sábado, al salir de casa con su aspecto singular y la estúpida barba roja, se giró para contestarle a Mabel un tanto abatido:     —Sí, vuelvo mañana, por supuesto. —Y le lanzó un beso al aire.     Tras el ventanal, ella vio la plaza ajardinada llena de luz y frescor primaveral por la que su hombrecillo se alejaba con ese aire indescriptible del que va ansioso a una cita y no quiere ser pillado. Su actitud exageradamente afectuosa había sembrado en ella las sombras de la sospecha. No le cabía duda de que él era consciente del daño que le infligía y con qué torpeza lo intentaba envolver para quedar como víctima.  Un rumor huraño le fue creciendo por dentro acompañado de un redoble de tambor