Me llamo Josefa, Pepa para los amigos. Aunque, más bien, creo que debería llamarme Pandora porque nací con un oscuro secreto acompañado de las instrucciones de no abrirlo bajo ningún concepto. Mi curiosidad me llevó a descubrirlo, primero para mí y después se lo mostré a mis padres. No lo entendieron. Desde entonces la convivencia con ellos se hizo insoportable. Tuve que abandonar la casa
Deambulé por el mundo dando tumbos. Fueron años borrosos a imagen de mi figura desdibujada y sin contornos. Luché como una leona para rasgar ese velo fijado con las clavijas de un supuesto orden natural y los restos de cada batalla perdida se quedaron prendidos en mi alma desgastada por tanta decepción. Un día estalló la tormenta que se venía fraguando en mi interior y arrasó los diques de contención que con tanto esfuerzo había levantado. No puedo expresar la desesperación con la que me acerqué a aquel puente. El viento me zarandeaba, el abismo me tentaba. Aplastada por el destino cruel que me obligaba a ir contra corriente, deseé poner fin a mis días. Un sudor frío me recorría la espalda, mientras en mi cabeza se agigantaba el ser grotesco y ridículo que pretendía ir erguido en tacones cuando calzaba el 43. Ese ser que me miraba sin la más mínima consideración me empujaba a terminar con aquello de una vez. Me sentía derrotada. Acabada.
En ese momento, la joven que vivía cautiva en mí, con aire sombrío y mirada asustada, apretó los puños hasta clavarse las uñas para imponerse con un grito desgarrador que quedó flotando en el aire: ¡Noooo! Me senté en el pretil y me encogí sobre mí misma para que el precipicio no me atrajera con tanta brutalidad. No sé cuánto tiempo estuve allí. Mucho. Fue complicado. Terrible.
Ya anochecía cuando fui consciente de mi rebeldía absurda. Intentaba que me comprendiera un mundo despiadado y había olvidado romper mis miedos, vivir la vida que siempre había querido sin andar por ella de puntillas y, sobre todo, aprender a quererme. Al constatarlo me sentí menos apesadumbrada. Aspiré el aire fresco del crepúsculo y la amenaza del puente se fue alejando de mi cabeza. Logré vislumbrar la manera en la que podría vivir al margen de tanta contradicción. Siempre me había gustado confeccionar mi propia ropa. Sería diseñadora. En mis manos los volúmenes de las telas cobrarían una vida libre de prejuicios y corsés al adaptarse a la individualidad de cada persona que pasara por mi taller.
Así nació Pepa que enterró definitivamente a José.
Deambulé por el mundo dando tumbos. Fueron años borrosos a imagen de mi figura desdibujada y sin contornos. Luché como una leona para rasgar ese velo fijado con las clavijas de un supuesto orden natural y los restos de cada batalla perdida se quedaron prendidos en mi alma desgastada por tanta decepción. Un día estalló la tormenta que se venía fraguando en mi interior y arrasó los diques de contención que con tanto esfuerzo había levantado. No puedo expresar la desesperación con la que me acerqué a aquel puente. El viento me zarandeaba, el abismo me tentaba. Aplastada por el destino cruel que me obligaba a ir contra corriente, deseé poner fin a mis días. Un sudor frío me recorría la espalda, mientras en mi cabeza se agigantaba el ser grotesco y ridículo que pretendía ir erguido en tacones cuando calzaba el 43. Ese ser que me miraba sin la más mínima consideración me empujaba a terminar con aquello de una vez. Me sentía derrotada. Acabada.
En ese momento, la joven que vivía cautiva en mí, con aire sombrío y mirada asustada, apretó los puños hasta clavarse las uñas para imponerse con un grito desgarrador que quedó flotando en el aire: ¡Noooo! Me senté en el pretil y me encogí sobre mí misma para que el precipicio no me atrajera con tanta brutalidad. No sé cuánto tiempo estuve allí. Mucho. Fue complicado. Terrible.
Ya anochecía cuando fui consciente de mi rebeldía absurda. Intentaba que me comprendiera un mundo despiadado y había olvidado romper mis miedos, vivir la vida que siempre había querido sin andar por ella de puntillas y, sobre todo, aprender a quererme. Al constatarlo me sentí menos apesadumbrada. Aspiré el aire fresco del crepúsculo y la amenaza del puente se fue alejando de mi cabeza. Logré vislumbrar la manera en la que podría vivir al margen de tanta contradicción. Siempre me había gustado confeccionar mi propia ropa. Sería diseñadora. En mis manos los volúmenes de las telas cobrarían una vida libre de prejuicios y corsés al adaptarse a la individualidad de cada persona que pasara por mi taller.
Así nació Pepa que enterró definitivamente a José.
Este relato quedó segundo en el concurso de R.C.
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ResponderEliminarGracias, Tara. Un placer verte por aquí. Nos vemos en el Tintero.
ResponderEliminarretazos que palabra que dice tantas maravillas Un placer el haberte hallado
ResponderEliminarGracias por dejarme tus impresiones. Puedes pasarte por aquí siempre que quieras. Para mí es un auténtico placer.
EliminarSaludos.
Muy buena historia.
EliminarEse personaje decidido a acabar con su propia vida por no tener redaños suficientes para enfrentarse a su condición y ese otro yo que le redime de caer no solo en un abismo físico.
Has sido capaz de resumir todo en una sola y última frase.
Un abrazo y suerte.
Hola M Pilar, un texto muy bien argumentado con ese protagonista que descubre su otro yo y lucha contra él mismo hasta el punto de intentar quitarse la vida.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.Suerte en el concurso
Un abrazo
Puri
Inesperado final María Pilar, el convencimiento total de tu identidad es lo que te hace ser, y lo que hace que los demas te vean como eres en realidad. Me ha encantado‼️🌼
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