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Si el pasado llama a tu puerta

Aitor salía del área de descanso Ruta de Europa donde había parado para comer cuando le entró una llamada en el móvil. Al ver el prefijo de Francia tuvo un mal presentimiento. Dejó que sonara. Se cerró el anorak y corrió hasta el camión para protegerse del temporal de viento y frío de noviembre. Con las manos heladas conectó el motor y salió huyendo dirección Madrid. Volvió a sonar. Estaba ahí. Podía sentirlo. Podía olerlo. El olor del miedo —¡Qué hostias pasa, tío! ¿Por qué no contestas?—La voz firme y autoritaria que le llegaba del otro lado de los Pirineos le confirmó lo que intuía: "el Burua". Intentó ocultar tras la suya la debilidad nerviosa que sentía: —¿Quién coño eres? —Mira Ortzi, a mí no me vaciles. Tenemos un trabajo para ti. Tú no estás fichado y hay que ejecutarlo en Francia el 20 de noviembre. Ortzi —pensó— el seudónimo que muy pocos conocían. Rememoró su época de estudiante con grandes ideales. Las manifestaciones y los enfrentamientos con la policí

Atrapada por el azar

 Cuando le cree dormido se desliza de la cama. Una madera cruje levemente bajo sus pies descalzos. En la penumbra adorna su imagen con las joyas que tintinean. Se toma su tiempo, un tiempo que ya solo tiene para su adicción. Sale de la habitación con los zapatos de tacón en la mano. El ascensor se para en el bajo. Encara la noche con su melena al viento al encuentro de su suerte.  Su aroma lo envuelve a él como las sábanas de ese cuarto en el que permanece. Palpa el lado abandonado de la cama aún caliente para convencerse de que no está soñando.  « Un amante, seguro que tiene un amante. »  Y llora en silencio su cobardía. Mientras, ella entra en un casino envuelta entre haces de luces y promesas de fortuna. Sentada en torno a la ruleta, parece fascinada con el rodar de la bolita en juego. En ella ha depositado su última esperanza en una sola apuesta. El croupier canta un número y la raqueta se lleva sus joyas. Una furia rabiosa brota de su garganta:  «   ¡Maldición! »,  y golpea con

Un amor prohibido

Mi pecado lo conoce el mundo entero. ¡Qué le voy a hacer! A mí me gustaba más ella que él, tan peludo y descuidado y siempre pensando en las musarañas. Yo necesitaba algo que me permitiera sentir la fantasía y que me elevara de aquella vida tan rutinaria. Con ella encontré ese punto de evasión que me llevó a una sensualidad sin artificios porque simplemente me alentaba al disfrute en libertad. Andábamos desnudos por aquel jardín al que nos habían invitado a una fiesta cuando nos encontramos por primera vez. Con la piel satinada y las mejillas arreboladas lucía tan hermosa que no pude menos que alargar mi mano para acariciar su rostro. Sonreía ruborizada al sentir el cosquilleo de mis dedos. El embrujo de la mezcla de dulzura y sensualidad hizo brotar en mí la pasión. Cuando me la presentaron fue para decirme que ni se me ocurriera pensar en ella. Para entonces yo ya había hecho un largo recorrido de pícaras miradas e intenciones lujuriosas. Cuando mis labios se acercaron a su pi

Día Internacional de la Poesía

De un amanecer luminoso  Insistentes trinos Soñando me despiertan El sueño de aquel día.  El arroyo cantarín  Conoce mi secreto  Lo susurran los chopos Acariciados por viento.  Espumosa estela de mar  Surca un cielo limpio  Entre ambas orillas  Mi corazón dividido.  Puerta que se abre  Mariposas que la traspasan  Un ocaso tornasolado  Titilar de estrellas lo atrapan.  Nada más hermoso bajo el sol  Que sentir tu cercanía y tu mirada  Tu guiño de complicidad, tu palabra.  © María Pilar

El vaivén de la vida

En la vida de Clara había aparentemente de todo menos paz y sosiego. Era de esas personas que cuando te pasan, su estela tira de ti y te hace girar la cabeza deseando alargar tu mano entre la brisa que ondea los rizos de su melena. Esa noche Clara se separó de la fiesta, se quitó los zapatos de tacón de vértigo, la máscara de top-model y se abandonó en el columpio de sus pensamientos. Cualquier observador habría olido la tristeza que embargaba tanta belleza. Sabía que Rubén no se creía que ella se dormía en cuanto se acostaba, pero callaba. Rubén sabía que esa tarde ella había llorado, pero dijo: ̶ Cariño, ¿estás ya preparada? La rutina había llegado a sus vidas como un intruso para definitivamente quedarse. Su ambición profesional, el estatus social y ese ajetreo diario de fiestas y relaciones sociales para alzar una muralla sobre la que asentar su seguridad, había resultado una telaraña en la que se habían perdido y ahora… ahora todo ello solo servía para acallar el incómodo