Ir al contenido principal

Entradas

El prestidigitador

Con más años vividos que los que le quedaban por vivir, los misterios se le desvelaron . Al principio, Nerea no entendía nada. ¿Qué hacía ella en el camerino del gran ilusionista Cardini en el Madison Square Garden? ¿Y las joyas? Lo del viaje a Nueva York fue cosa de su hijo Aitor. ¡Cómo se arrepentía! Fijó su vista en la puerta en ademán de espera. Al verlo entrar, ya sin maquillaje tuvo que ahogar un grito. Llevó las manos a la cabeza como si no pudiera creerlo. Pronto se rehízo y lo asaeteó a preguntas. Él hablaba amontonando las palabras como si temiera ser rechazado. —Al verte sentada en las gradas del pabellón he experimentado tal sacudida que me habría abalanzado para atraparte. En los metros que nos separaban estaban todos los kilómetros recorridos durante estos años. Me pareció que el tiempo daba marcha atrás. Tenía que retenerte. Por eso el truco de hacer desaparecer tus joyas. Aquí están, en mi maletín, como entonces. "Esmeraldas con brillantes", decían los p

Vuelve a casa por Navidad

Vuelve, a casa vuelve por Navidad y los copos de nieve que descienden suavemente le dan la bienvenida. Blacky, el pastor mallorquín, lo recibe con saltos de alegría porque sabe de su pertenencia. La madre emocionada lo abraza y JR cierra los ojos porque siente que la vida tiene ese color que hace realidad los sueños y esa fuerza le da alas para afrontar cualquier reto. Cuando está lejos, muy lejos, a veces a la deriva a veces sin tiempo; hay momentos que le llega la caricia de un viento. Un viento que se cuela más allá de la vega, más allá de los cerros, atraviesa la niebla y pasa inadvertido rozando paisajes, esquivando gente, se convierte en bella mariposa, en cantarín pardal o en hoja de los chopos del soto que le lanza destellos. Él impaciente espera que se interrumpan los días para, por fin, dejarse envolver en esa pérdida de la noción del tiempo que solo le ofrece su pueblo. De la mano de su madre, como un niño, recorre la casa que no es una casa cualquiera, vive y late con

Cuando un monte se quema

El viento sur soplaba esa noche de otoño cuando Carlos me atrajo con mimo, me rozó con sus labios, respiró muy hondo y parecía sentirse encantado. Después, me lanzó por la ventana y caí en la broza al otro lado de la valla del patio. Las hojas crujieron enfadadas, me rechazaban de plano y querían que me largase de allí porque la tragedia se cernía en mi entorno, pero no podía moverme, necesitaba ayuda, me estaba ahogando. Un destello de fuego apareció en las hierbas más cercanas que como yesca se volatilizaron. Un hilo de humo se fue extendiendo, se oyó un chisporroteo y unas llamas amarillas se agitaron, el ramaje seco ardió. La noche estaba como ausente, el inconsciente viento siguió soplando hasta sacar una lengua roja que se elevó en el aire, su calor contagió al monte cercano de encinas. El humo se hizo más negro que la noche entre los árboles centenarios y tapó el cielo estrellado. Las llamas se apoderaron de la espesura, se propagaron con su rugido incontrolable y lo arr

La vigía

En tu casa que es mi casa Sigo tras la ventana Recojo miedos en el aire incierto Viento de agosto que el pan amasa Qué lentas pasan las horas Sobre la tierra seca y espigada El parpadeo del sueño Me alarma Esperar que se rompa el silencio Y anunciar el alba Dan vida a las sombras Jirones de fantasmas Un carro toma la calle De madrugada Su traqueteo noctámbulo Me acerca a tu cama Y al oído te digo El vecino ya toma ventaja Despiertas del sueño Te levantas Te vas al amanecer Queda en reposo la casa © María Pilar

El mejor cazador puede ser cazado

La loba esteparia Cuando los inviernos venían muy fríos el temor crecía en todo el vecindario. Parapetados en la oscuridad de la noche, los lobos con astucia y sigilo bajaban al pueblo y cometían sus atropellos: los corrales eran asaltados, los rebaños de ovejas despedazados y los perros más valientes caían bajo sus garras. Los hombres maldecían su suerte a la vez que se sentían subyugados por esa fuerza bruta que, como si de una inteligencia superior se tratase, les ponía en jaque esquivando sus trampas. A juicio de los entendidos, ese año los estaba atacando la loba más grande que se había visto en la zona desde tiempos inmemoriales. De madrugada se adentraron en el monte en el más absoluto silencio, tapaban la boca con pañuelos o bufandas para que las bocanadas de aliento ante el frío exterior no los delatasen. Solo la nieve al caer de las ramas de las encinas, entre las que iban alineados, llenaba las sombras con un ¡plaf! húmedo al chocar contra el suelo. Desde la ladera