Al salir del trabajo me paró en la calle. Su juventud, su melena al viento y sus grandes ojos me miraron con una gran franqueza para decirme:
—Tengo que hablar contigo.
Le hice un gesto para que me acompañara a una cafetería.
—No, no; aquí mismo. Será breve. No quiero que pienses que soy una cobarde. Cuando nos hemos presentado en la reunión, me hubiera gustado decir que soy portadora del VIH, pero me lo he callado. Al principio, cuando lo supe, se lo comenté a mi mejor amiga. No he vuelto a saber de ella. Lo mismo me ha pasado cuando he empezado nuevas relaciones. Ahora ya no se lo digo a nadie. He tenido que empezar a vivir de nuevo conmigo misma y a hacer nuevas amistades, pero lo del VIH lo mantengo en silencio. Para mí es angustiante llevarlo dentro, porque es muy difícil vivir con esto, pero mucho más sentir que te miran como a una apestada. No puedo evitarlo, ¡joder! El rechazo me afecta. En terapia nos dicen que el problema lo tienen los que se alejan de ti. ¡Qué fácil es hablar así cuando no eres tú el afectado!
© María Pilar
Breve y concisa. Suficiente para reflejar el gran dilema que nos rodea y que nos acompaña. ¿Sabes? Lo que no experimentamos en nuestra propia carne siempre nos da motivo para criticar a los demás, sobre todo para no comprender nada de lo que los demás sienten.
ResponderEliminarUn abrazo
Somos una sociedad hipócrita, fingimos sentimientos hacia los males ajenos, pero cuando estos tienen cara y están a nuestro lado los rechazamos.
ResponderEliminarUn abrazo:)