Antes de abrir los ojos ya oigo la lluvia golpear en la persiana. Desde que me he jubilado no existe mayor placer que retozar en la cama un rato más después de despertarme. Nada es comparable con sentirme dueña de mi tiempo. Me extraña que él esté todavía acostado y me deja perpleja cuando con una voz recriminatoria me dice:
—Ahora te vas con el vecino. No creas que no lo sé. Estáis liados.
—Sorpréndeme con un dromedario si quieres —le digo ante algo tan inefable y vulgar nada propio de él—pero no me vengas con esas bobadas.
Como sigue inmutable me levanto enfadada con el propósito de no dirigirle la palabra. Él, con su distracción habitual, hace como que no le importa. Sin hablarnos me doy cuenta que soy yo la que me siento presa, él nunca ha sido un hombre de muchas palabras. Y encima llueve. El gris cubre el colorido del paisaje. Las escarpadas están peligrosas y tampoco puedo ir a pasear al acantilado. Tengo que quedarme en casa. Quiero que sea él el que rompa este simulacro tonto que me he impuesto, así tendré una excusa para contestarle. Lo miro y por primera vez veo la vejez en su cara y la nostalgia en su mirada.
Me conmueve.
La hora del reproche ya ha pasado.
—¿Qué te ocurre?—le pregunto preocupada.
—En la fábrica me han robado—añade mientras estruja la txapela.
—No seas badulaque. Nadie te ha robado —respondo con energía para disimular lo que me ha impactado la inocencia con la que habla.
Me escucha, pero no me entiende.
De repente, él tan comedido en todo, empieza a moverse como un saltimbanqui y dice con una mirada vacía: “La niña de las trenzas”.
Me trae el recuerdo de cuando nos conocimos: Con mis trenzas y calcetines cortos estaba sola sentada en las escaleras de la entrada de la discoteca. Mi hermano no me dejaba entrar y siempre me vigilaba. A mí bailar era lo que más me gustaba. Como por arte de magia apareció él y con su esfuerzo por hacerse el gracioso, ya entonces era muy serio, logró hacerme reír.
Hoy algo le pasa a mi héroe, el que me salvó aquel día.
Asustada llamo a la doctora. Por fortuna está libre y viene enseguida.
—Demencia—diagnostica muy segura.
—Ahora te vas con el vecino. No creas que no lo sé. Estáis liados.
—Sorpréndeme con un dromedario si quieres —le digo ante algo tan inefable y vulgar nada propio de él—pero no me vengas con esas bobadas.
Como sigue inmutable me levanto enfadada con el propósito de no dirigirle la palabra. Él, con su distracción habitual, hace como que no le importa. Sin hablarnos me doy cuenta que soy yo la que me siento presa, él nunca ha sido un hombre de muchas palabras. Y encima llueve. El gris cubre el colorido del paisaje. Las escarpadas están peligrosas y tampoco puedo ir a pasear al acantilado. Tengo que quedarme en casa. Quiero que sea él el que rompa este simulacro tonto que me he impuesto, así tendré una excusa para contestarle. Lo miro y por primera vez veo la vejez en su cara y la nostalgia en su mirada.
Me conmueve.
La hora del reproche ya ha pasado.
—¿Qué te ocurre?—le pregunto preocupada.
—En la fábrica me han robado—añade mientras estruja la txapela.
—No seas badulaque. Nadie te ha robado —respondo con energía para disimular lo que me ha impactado la inocencia con la que habla.
Me escucha, pero no me entiende.
De repente, él tan comedido en todo, empieza a moverse como un saltimbanqui y dice con una mirada vacía: “La niña de las trenzas”.
Me trae el recuerdo de cuando nos conocimos: Con mis trenzas y calcetines cortos estaba sola sentada en las escaleras de la entrada de la discoteca. Mi hermano no me dejaba entrar y siempre me vigilaba. A mí bailar era lo que más me gustaba. Como por arte de magia apareció él y con su esfuerzo por hacerse el gracioso, ya entonces era muy serio, logró hacerme reír.
Hoy algo le pasa a mi héroe, el que me salvó aquel día.
Asustada llamo a la doctora. Por fortuna está libre y viene enseguida.
—Demencia—diagnostica muy segura.
Triste, muy triste realidad, cada vez más común.
ResponderEliminarBesos.
Este tema es muy fuerte para mí, me toca muy de cerca...
ResponderEliminarTu relato: Excepcional, como siempre Pilar!!
Cariños, Amiga!!
Lau.
La edad no vine sola
ResponderEliminarcomparto la bueno de tener todo el tiempo para ralizar nuestros gustos
CAriños
Un relato costumbrista que discurre con alguna sorpresa, la incongruencia acusatoria, y desemboca en el resultado tan habitual de una enfermedad senil. Abrazos
ResponderEliminarTan sencillo como triste y tan bien contado como siempre.
ResponderEliminarUn abrazo, María Pilar.
Se veía venir... triste, muy triste, más para el que lo ve que el lo padece, creo.
ResponderEliminarPilar, hacía tiempo que no venía por tu casa, he hecho bien en venir, siempre me recibes con estupendos manjares.
Un abrazo enorme.
Uy una historia muy triste y real. El paso de la vida nos cobra a todos. te mando un beso
ResponderEliminarHola María Pilar. Una historia que duele. Duele el olvido de toda una vida. Pero duele aun más, la decadencia de la salud. Muy tierno pero doloroso.
ResponderEliminarAbrazosssssssssssss
Demasiado triste, escrito de manera magistral, que llega muy profundo. El tiempo es implacable, no sabemos cómo será para nosotros. Uf!
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué bien has contado la historia, Pilar...Tan real como la vida misma, la vida nos prueba a todos y duele leerte, porque también yo he estado cerca de un familiar con esta enfermedad...
ResponderEliminarMi abrazo y mi cariño por tus buenos posts.
M.Jesús
Una realidad en toda regla! me quedo siguiendo tu blog, yo también tengo uno por lo que te invito a el, nos leemos, http://estoyentrepaginas.blogspot.com.es/
ResponderEliminarUn héroe caído. La niña de las trenzas será la heroína para su héroe. Besos Pilar. Emotiva historia.
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