Ya sabes, Julián, lo brutos que son los del pueblo. Te llevaron a las bodegas, dispuestos a seguir la farra que habían empezado en los bares: «Veréis qué pronto le quitamos esos aires de señorito de ciudad», decían.
Era noche cerrada, cuando volvíamos. Tus andares, haciendo eses, te retrasaron del grupo y nadie se dio cuenta de que me quedé contigo, para acompañarte. Por nada del mundo quería que los padres de tus alumnos te vieran en aquel estado. Es que yo ya me había fijado en ti, ¿sabes? Tan alto y despistado; con esa mirada tan bonita de miope que me embobaba. En el reducido habitáculo de la bodega, logré abrir un espacio para estar a tu lado con el corazón latiéndome a mil.
¡Cómo me gustabas!
Nos detuvimos en la zona de El mirador. Te hacía bien el aire fresco. Y allí, invisibles, en la oscuridad que sonorizó nuestros gemidos, ocurrió lo nuestro. ¡Las veces que te lo he contado! Cuando te preguntaba si te acordabas, siempre me contestabas: «Que sí, mujer». Siempre, menos la primera vez que no recordabas nada.
¡Cómo te portaste cuando te dije lo de mi embarazo! No veía el momento de contártelo. Fuiste todo un caballero. Me ahorraste la vergüenza de los comentarios del pueblo. «Una boda sencilla», dijiste. Dado mi estado, era lo más lógico.
Vida íntima entre nosotros, Julián, después de aquello, nada de nada. Conmigo nunca fuiste tierno. Eso que te gustaba escribir versos en aquellos cuadernos azules que guardabas con tanto misterio. Te ibas y me dejabas sola. Claro, que de quien estabas enamorado era de tu profesión. Cursos en verano, intensivos los fines de semana, campamentos con los chavales. Con ese ritmo, ya me dirás. Por eso sonreías cuando cada nueve de noviembre te mandaban flores, siempre sin tarjeta. Ni falta que hacía, qué menos que las madres te agradecieran el trabajo con los muchachos.
En el pueblo empezaron a llamarme con ironía: «La señora del maestro». Yo bien sabía que algunas me envidiaban. Un poco de mal genio sí tenías, pero jamás me pusiste la mano encima. Tenía claro que nunca iba a dejar que me tratasen como a mi madre. La lastimosa imagen de mi madre.
Hoy todo está cubierto por un manto de nieve. Si pudieras verme, notarías el vaho que me sale al hablarte. Es el frío del pueblo, ya sabes. ¡Anda! ¿Y ese ramito de violetas en tu lápida? «En el día de nuestro aniversario, 9 de noviembre. Cecilia». ¿Cecilia? ¡¿Pero qué es esto?! ¡¿Tú, un amor secreto?! ¡¡Y vas a quedarte tan callado como siempre!!
Unas pisadas recientes sobre la nieve se alejan de la tumba. Las sigo muy decidida y me llevan a la pequeña puerta de la parte de atrás del cementerio. Desde allí la veo alejarse. Es una señora elegante, con botas altas y abrigo de los caros, que yo de eso entiendo un rato. Al subirse al coche, se gira y su penetrante mirada se posa en mí. Me entra un miedo casi convulsivo.
Una vida, unas vidas discretas y un relato costumbrista siempre con tu pluma elegante y guardando lo mejor para el final. Un abrazo
ResponderEliminarAsí es, Ester, vidas de los pueblos que hoy tristemente se están quedando vacíos. Gracias por pasarte por aquí.
EliminarUn abrazo.
Muy bonito y tierno
ResponderEliminarMe alegro de tu paso por aquí, Tracy, y de tu emotivo mensaje.
EliminarUn abrazo.
Brillante. ¡Cómo siempre! ;)
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Alfred. Tú sí que sabes de relatos breves.
EliminarBesos.
Muy bueno, María Pilar. Para no variar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Chema. Siempre es una alegría encontrarte por aquí. Será por el cariño que te tengo.
EliminarUn abrazo.
Hola, María Pilar.
ResponderEliminarCon este relato nos muestras que ella consiguió lo que quería, a él. Pero nada más. Es triste pensar que uno solo aspire a eso, a nada más y se conforme hasta tal punto que no se pregunté, qué significan los silencios, las flores o la incomodidad de compartir una vida en la que solo exista deseo de escapar. Muy bueno.
Un beso.
Me parece que ella es de mente limitada, obsesiva y clasista: se ha casado y cómo, con el maestro del pueblo y cree que las demás la envidian. Algo muy aireado en este país en una época determinada, al menos en los pueblos. Cuando lo escribía pensaba que el lector iba a hacer su interpretación crítica al margen de las palabras de ella: La vida de amor oculta de él y la venganza de la amante una vez muerto, aunque entre líneas, tienen más peso que la vida vacía de ella. No sé si lo he logrado. En tu caso, al menos, veo que sí.
EliminarGracias por dejarme tu mensaje, Irene.
Un beso.
Excelente relato Pilar!! Siempre un placer leerte!!
ResponderEliminarCariños querida amiga!!
Lau.
Gracias, Lau.
Eliminar¡Todo mi cariño!
Todo un personaje el maestro, más que su profesión parece que le gustaban las madres de los alumnos.
ResponderEliminarMuy bien desarrollada la historia, María Pilar.
Besos.
Incauta. la mujer, encontraba una justificación a todas las actuaciones del marido: el trabajo. Al final, la amante le pone en evidencia lo vacía que ha sido su vida.
EliminarGracias, Mirella, por dejarme tu opinión.
Besos.
Al leer tu maravillosamente bien escrita historia, Pilar, no podía dejar de recordar la canción de Chiquetete que tantas veces he oído y tarareado. Creo que le haces un guiño en forma de narración, ¿o me equivoco?. En cualquier caso ha sido un disfrute leerte, como siempre.
ResponderEliminarComo dicen, cada uno sabe lo que se cuece en su casa...
¡Un beso enorme!
No conozco la versión de Chiquetete, seguramente también la cantó. Es un homenaje a "Un ramito de violetas" de Cecilia, el nueve de noviembre. Lo que empezó como un maravilloso cuento al estilo de James Joyce... Nada que ver con mi relato, pero me apeteció hacerlo porque es una de las canciones que ha ido creciendo junto a nosotros hasta convertirse en un clásico.
Eliminar¡Un besote!
¡Qué pena! Un amor no correspondido. Si alguien decide pasar toda su vida al lado de una mujer, debería ser por amor y no por "caballerosidad". Ese amor mal entendido y peor expresado lleva al fracaso, el fracaso de esa mujer que se contentó con tener a su lado al hombre del que se enamoró sin pedirle nada a cambio.
ResponderEliminarUn relato muy humano y muy bien llevado. Un homenaje a la Cecilia que cantó a un ramito de violetas.
Un abrazo.
Por eso la he dejado hablando sola. Una voz en un desierto de vida. Ella lo justifica por el trabajo que tiene, tal vez para poder llevar mejor ese sentirse tan sola en compañía. Me la imagino muy simple, pero con sentimientos. De él habría mucho que contar... A ella no le puso la mano encima, pero no siempre el maltrato es solo físico.
EliminarEfectivamente, un homenaje a Cecilia, el nueve de noviembre.
Un abrazo.
Excelente relato de época. Cuánto han cambiado las costumbres.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Sara. ¡Qué alegría! Es verdad que las costumbres son otras; por eso lo sitúo en un pueblo del interior de España y lo he exagerado un poco a la antigua.
EliminarBesos, preciosa.