Mi participación para el VadeReto del mes de Mayo.
Serían las nueve de la noche cuando le dije al abuelo que no te había visto en todo el día. Se levantó como un resorte de la silla en la que estaba sentado para cenar y salió a tropel del comedor. Yo lo seguí.
¡Qué sola estaba la manta que usabas para dormir! Aunque tú no lo sepas, buscamos por toda la casa y no te encontramos. Impacientes abrimos puertas, te llamamos a voces, rebuscamos por rincones, bajo las camas, en los armarios… Ni sombra de ti. A veces te gustaba quedarte en el exterior hasta tarde. En la noche cerrada te llamamos: «¡Dixie! ¡Dixie!». En el garaje, en el jardín… Corrimos sin rumbo y no te vimos por ninguna parte.
Por fin, el abuelo cortó en seco la búsqueda.
—Es inútil seguir, pequeña. No sabemos dónde está. Andará perdido.
El abuelo es un sentimental que teme manifestar los sentimientos y se controla a sí mismo, con lo que en esos momentos parece enfadado. Sentados los dos en la terraza del jardín, nos embargó la tristeza mientras te esperábamos. Él, que habla con entusiasmo de los temas de la vida que ha vivido, esa noche, su locuacidad se la había llevado tu ausencia. Solo dijo: «No hay nada más triste que un gato sin casa, se los ve desorientados y hambrientos. Nos miran de manera inquisitiva con los ojos muy abiertos». Escuchándolo me eché a llorar. No me era posible imaginar mi vida sin ti. Tu pelaje suave y cálido, tu cola ondulante, notar los latidos de tu corazón cuando te cogía en brazos. Aunque tú no lo entiendas, el abuelo y yo te cuidábamos, pero éramos nosotros los que te necesitábamos.
Fuiste un regalo del vecino. El más pequeño de la camada y parecías enfermo. Yo te llevaba con mucho cuidado en el trasportín, se te veía exhausto y muy delgado. La veterinaria nos dijo que, si vivías, ibas a ser un gatazo. Te puso las vacunas correspondientes y la inyección antiácaros, y no dijiste ni miau por lo débil que estabas.
Creciste y te fuiste haciendo un joven gato muy guapo, negro con elegantes botines blancos. En la vieja cocina, frente a las llamas de unos troncos de encina en la chimenea, disfrutabas con la conciencia sensitiva de un gato. Después cerrabas los ojos y, ovillado, te dejabas ir en un sueño plácido. Entonces te hacías invisible, si no fuera por tus ojos, color ámbar, que abrías en cuanto yo entraba. Saltabas al suelo loco de alegría para jugar con todo lo que encontrabas. Los arañazos en mis brazos forman parte de ese juego entre los dos.
Una mañana, a la hora del desayuno, oímos un estrepitoso aleteo y vimos tras la ventana de la cocina una bandada de aves que huían asustadas. El agudo chiído, nos llevó raudos al jardín y allí depositaste a los pies del abuelo el gorrión que habías cazado. Nos dejaste preocupados. ¿Acaso eras, además de noble y juguetón, un gato cazador? El abuelo dijo que teníamos que hacer algo. En realidad, la solución la tomaron los pájaros que, desde ese momento, se posaban en las ramas más altas.
Después de una prolongada sequía, un día amaneció lloviendo a cántaros. Los desagües no podían tragar tanta agua y se encharcó la terraza, riachuelos corrían por el jardín y la lluvia racheada tamborileaba en los cristales de las ventanas. Como era el año 2023, y desde que habías nacido nunca había llovido, los sonidos de la lluvia te dejaron anonadado. Corriste a refugiarte en tu manta y permaneciste hecho una bola hasta que terminó el ruidoso espectáculo. Por la noche, nos dimos cuenta de que habías desaparecido.
Aunque tú no lo sepas, te echamos mucho de menos mientras esperábamos alguna respuesta de los anuncios que habíamos puesto. Pensar en tu imagen vagabundeando por la ciudad me ponía triste y, ansiosa, volvía del colegio apresurada para mirar tu espacio, donde tus objetos personales se habían quedado mudos e inservibles. Tal vez llorasen hacia dentro la ausencia de su dueño, como nosotros.
Una noche, las fuertes rachas de viento me despertaban de manera intermitente. La terraza se estremecía, el vendaval arrastraba las sillas y sacudía la persiana de mi ventana. Yo daba vueltas en la cama, me tapaba entera, metía la cabeza debajo de la almohada. Solo tú sabías de mis miedos y me protegías. Como un guardián protector, te quedabas mirando fijamente la puerta, dándome la espalda, y así, acurrucada, me dormía. Esa noche, no estabas. Temblando de miedo y agotada sentía cómo nacía en mí un sentimiento de desolación. De repente, me senté en la cama alarmada. Creía haber oído un leve ronroneo que me sonó a caricia. ¿Era un sueño o algo real? Desde encima del respaldo de la butaca, sentado en los cuartos traseros, me estabas mirando de manera inquisitiva, con los ojos muy abiertos. Salí de la cama y corrí hacia ti. Te estiraste, saltaste al suelo y moviste la cola como de costumbre. Te cogí en brazos, acaricié la suavidad de tu pelo y noté la sensación de vida que transmitías. Luego empecé a llorar mientras ronroneabas al abrazarte.
Muy buen relato María Pilar. Los que tenemos mascotas en casa, en nuestro caso un perro grande, sabemos bien lo que se sufre si les pasa algo o tienen cualquier problema de salud, por pequeño que sea, máxime todavía si se nos extraviaran. Excelente trabajo.
ResponderEliminarUn saludo!
Gracias, Antonio.
EliminarUn saludo!
Qué bonito, María Pilar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Chema.
EliminarUn abrazo.
Un relato a mayor gloria de una mascota imprescindible.
ResponderEliminarCon un buen final ;)
Besos.
Gracias, Alfred.
EliminarBesos.
Me ha emocionado leerte y mira que soy más de perro que de gatos, pero has escrito con tal sentimiento...
ResponderEliminarGracias, Tracy.
EliminarBesos.
Genial relato. Me encanto el final Te mando un beso.
ResponderEliminarGracias, Citu.
EliminarUn beso.
ains menos mal que volvió
ResponderEliminarme temía lo peor
te lo dice un amante de los gatos, tengo 4
Estupendo relato María Pilar
un placer la visita
Besos y lindo domingo.
Gracias, A. Javier.
EliminarBesos.
¡Precioso, María Pilar!
ResponderEliminarUn relato lleno de sentimientos. Amor por esa compañía tan necesaria e imprescindible. Miedo ante su pérdida. Desazón por su destino fuera de su hogar, La desesperación por no volver a verlo. La ansiedad por volver a sentirlo. La grandísima alegría por abrazarlo de nuevo.
Creo que fue Gandhi el que dijo algo así como: «La grandeza y nobleza de una persona se puede medir por la forma en que trata a los animales».
Enhorabuena por todo lo que hiciste sentir con este relato. Narrado con gran belleza y amor.
Muchas gracias por regalarlo al VadeReto.
Un abrazo grande.
Gracias por tu bello comentario, José Antonio.
EliminarUn abrazo.
Me gusta pensar que, de algún modo que se nos escapa, sí lo sabía. Quizá por eso volvió.
ResponderEliminarY yo que he escrito lo que he escrito, creo, como tú, que en el fondo lo sabía. Por eso volvió la noche del vendaval a proteger a la niña. Pruebas, ninguna, mera intuición.
EliminarHola María Pilar, un relato muy bonito, entrañable, de amor "gatuno", sin duda. Se nota que ese gato era muy especial y así nos lo has transmitido con tus palabras... Buen relato. Un abrazo. :)
ResponderEliminarHola Pilar me encantó la historia, los gatos tienen algo especial.
ResponderEliminarCreo que si fuera posible cruzar a un hombre con un gato mejoraría el hombre, pero se deterioraría el gato. Un abrazo.
Hermoso y real. Tengo experiencias gatunas semejantes en plena enfermedad haciendote compañía sin moverse de su sofá.
ResponderEliminarUn abrazo
¡¡Ay, los gatos!! Tengo uno y no sé lo que sería de mí si desapareciera. Noble, cariñoso, fiel,
ResponderEliminarUn relato precioso.
Un beso.
Hola Maria Pilar, que relato tan conmovedor... Las sensaciones que mi gatita persa me transmite cada vez que ronronea en mis brazos es casi indescriptible, expones en tu relato muchas sensaciones que aplaudo por la belleza y contenido de tu relato. Las mascotas nos hacen muchísima compañía. Me encantó. Un abrazo
ResponderEliminarWow, me encantó. A mí siempre me han gustado mucho los gatos y he tenido varios, tu relato me hizo recordarlos. Con tu excelente narrativa haces que vivamos esa angustia que se siente cuando tu gato se va (la mayoría vuelven, pero otros no). A veces llegan lastimados y a uno se le parte el corazón. Me gustó mucho tu relato, lo disfruté y lo sufrí a la par. Saludos.
ResponderEliminarBonito relato que seguro que compartimos todos los que tenemos uno
ResponderEliminarHola Pilar. Hace unos días mi pincher hembra, se me perdió, y es ciega desde hace una año, la busque por todas partes sin éxito. Mi amiga y yo como locas llamándola. Me la imaginé en manos de ladrones, ciega, echándome de menos, y me volví loca. Llame a esposo y me dijo que estaba con él, cuando bajó la basura se la encontró en el portal. Bueno, que decirte de tu relato, es conmovedor Pilar, tengo otra perrita schnauzer que tiene genes humanos jajajjaa... eso digo yo, porque siente todo lo que me pasa, y solo con mirarme me transmite lo que quiere, tiene una mirada humana, es muy lista, cuando la llevo al veterinario me dice que es muy buena, que es la única perra que ni se inmuta cuando le van a poner la vacuna, no mueve ni un pelo, debe tener el umbral del dolor muy alto. Lo primero que tuve fueros dos gatos persas, madre he hija. La madre tuvo una muerte trágica, cayo desde el octavo piso y murió. La hija murió al mes. En fín, que me ha encantado tu relato Pilar, los animales lo dan todo por nosotros, y nosotros, no todos los abandonamos.
ResponderEliminarGracias Pilar por este bello relato. Un beso y feliz tarde de miercoles.
¡Volvió! Son seres extraordinarios, maravillosos. ¡Qué bueno que volvió!
ResponderEliminarMaaadre mía! pero si al leerte me ha dado la sensación que estábamos en sintonía al escribir cada una su entrada, en la mía para mi los sueños son como el pelaje suave de un gato, aquí sueñas con que aparezca un gato, yo hablo de lluvia y tú tb... ¿ estaremos intercomunicadas cerebralmente? jajaja me ha gustado mucho y además, según he leído el título me ha venido a la cabeza esta preciosidad, for you ; )
ResponderEliminarUn beso grande cielo!
Una preciosidad de relato, atrapa desde el primer momento y se va entrando a una gran desolación, hasta que de repente en un día tenebroso, regresa la alegría del encuentro. Gracias, abrazo grande
ResponderEliminarTu relato emociona al leerlo y me alegra que haya tenido un final feliz. Eso tienen los gatos, su presencia acompaña, alegra, es sanadora peor son animales muy independientes y curiosos. No les gusta estar encerrados. Mi hija y nietas tienen 4, un macho adulto y tres hembras más jóvenes, preciosas. Besos
ResponderEliminarBeautiful blog
ResponderEliminar¡Hola, Mª Pilar! Un bonito relato en la forma, pero lo que más me ha gustado es el trasfondo. ¿Por qué se fue? ¿Por qué regresó? A la primera pregunta nos das la respuesta con esas pinceladas, ese cazar al gorrión, ese descubrir la lluvia... Sin duda, el gato como cualquier ser vivo quería vivir, quería descubrir qué había más allá de las paredes de esa casa. En el fondo, experimentó lo que la niña del relato deseará conocer unos años después, cuando abandone el hogar paterno para buscar su propia vida. ¿Por qué regresó? Quizá la vida le resultó menos atractiva que la comodidad y mimos que recibía en casa, quizá por nostalgia... Aquí los motivos solo los sabrá el gato, aunque los humanos, con esa costumbre de humanizarlo todo, pensemos que fue por amor a la niña. Fantástico relato, Pilar. Un abrazo!
ResponderEliminarInteresante comentario Una forma de ense♫ar sin que se note
ResponderEliminarTengo a mi nieto de cuatro patas y lo adoro.
ResponderEliminarHola Mª Pilar.
ResponderEliminarTodas las emociones humanas de abuelo y nieta en este relato que nos trae una gata aventurera y protectora de la niña de la casa. ¡Me gustó!
Un abrazo de Marlen.
¡Hola! Precioso relato cargado de emociones. Me alegra mucho que acabe bien y me parece interesantísimo la manera en la que has contado la historia, en la que la niña habla directamente con el gato. El lector pasa a ser espectador de los acontecimientos, pero incluso así, se mete de lleno en la historia. Me ha encantado esta estructura.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Con lo enamorada que soy de los gat@s!! Me ha encantado, María Pilar. Que bien descritas todas las escenas, y me has hecho vivir cada instante del abuelo y la niña; la pérdida, soledad, esas búsquedas, la tristeza... esperanza también.
ResponderEliminarLos gatos son cazadores por naturaleza, el primer gorrión que cazó, significa un regalo que le hace al abuelo. Son muy inteligentes y libres, él descubrió que cerca de su casa podía practicar con la caza, jugar fuera de ella, y cuando considerase el momento, volver. Dejas una frase que aparte de genial, la considero cierta; ..."el abuelo y yo te cuidábamos, pero éramos nosotros los que te necesitábamos". Eso mismo pensamos nosotros con la gatita que vive con nosotros.
Un deleite de relato. Felicidades.
Abrazos, y feliz semana :)
Qué complicidad transmites, María Pilar.
ResponderEliminarEse espacio emocional que ocupa Dixie y que peligraba no deja indiferente a nadie.
Un fuerte abrazo :-)