A las ocho menos veinte, la vida de Araceli Cambronero salta por los aires. Viajaba en uno de los trenes malditos del 11 de marzo de Madrid. Había corrido mucho para entrar en el vagón y se quedó junto a la puerta en la estación de Entrevías. Cinco minutos apretados entre la masa de gente que llevaba el vagón y el tren llega a Atocha. Se abren las puertas, sale para dejar paso a los pasajeros y... "Salimos volando todos al suelo..."
Es solo una mujer a la que personas muy queridas le habrían llorado amargamente si hubiera muerto, sin embargo, le han dado la espalda.
Para ella hay un antes y un después, pero a pesar de que fue marcada a fuego, que sueña sin descanso con trenes vacíos, que le atormenta la pregunta "¿por qué yo sí salí y los demás no?", que se siente impregnada de un olor que nunca en la vida se va a poder quitar, es incapaz de ganar la partida al miedo y tomar cada día el mismo tren.
En tratamiento psicológico desde entonces se sabe menos alegre, menos confiada y más decepcionada, aunque no se queda en un rincón llorando su desgracia; quiere poner sonrisas ante tanta vida truncada. Cuida a una madre de una víctima aquejada de Alzheimer y es admirable su tesón por seguir adelante.
¡Araceli, estamos contigo!
Es solo una mujer a la que personas muy queridas le habrían llorado amargamente si hubiera muerto, sin embargo, le han dado la espalda.
Para ella hay un antes y un después, pero a pesar de que fue marcada a fuego, que sueña sin descanso con trenes vacíos, que le atormenta la pregunta "¿por qué yo sí salí y los demás no?", que se siente impregnada de un olor que nunca en la vida se va a poder quitar, es incapaz de ganar la partida al miedo y tomar cada día el mismo tren.
En tratamiento psicológico desde entonces se sabe menos alegre, menos confiada y más decepcionada, aunque no se queda en un rincón llorando su desgracia; quiere poner sonrisas ante tanta vida truncada. Cuida a una madre de una víctima aquejada de Alzheimer y es admirable su tesón por seguir adelante.
¡Araceli, estamos contigo!
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