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Indignados en la RAE

Yo también estoy indignada, indignada no practicante en plazas y calles, pero indignada y cada día con las noticias que nos bombardean mi indignación crece. Estamos en el epicentro de una espiral que nos está tragando y de la que no sabemos salir.
La indignación es lógica, pero los esfuerzos individuales no llevan a nada: si callas consientes. Toda esa gente, indignada como yo, se ha juntado porque la exigencia colectiva de responsabilidades es la única que se puede hacer oír. Este es su gran logro, ha sabido aunar el dinamismo de muchas mentalidades diferentes en una sola dirección.
¿Cómo es posible que tanto jefe, directivo o asesor no se hayan enterado de nada? No entendían o no querían entender, o más bien no querían que los demás entendiéramos. ¿Dónde está la transparencia, objetividad y eficacia de esa casta de gestores tan fabulosamente pagados?
La prima de riesgo atrevida y descarada es la única que engorda, —con primas así no necesitamos enemigos— se hace acompañar de tres agencias cacatúas que repiten a los cuatro vientos la mala situación económica de este país y todas ellas la ponen en números rojos. ¡Vaya circo! Si no fuera por lo terriblemente dramático de sus consecuencias: desayunamos con recortes, comemos cifras espeluznantes de parados, de cena el polvo de los depósitos que se volatilizan y a descansar si puedes con más déficit, más recesión y más subida de impuestos.
Ante panorama tan desolador, no me queda más que reivindicar a la RAE que introduzca en el Diccionario de la Lengua Española la nueva acepción de la palabra indignados como resultado de la erosión del estado de bienestar tanto a nivel jurídico como material.

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