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Los juguetes viejos

A mis años, ya no participo en sus juegos, pero me gusta mirar por el ojo de la cerradura. La primera vez, pura casualidad, iba a acostarme cuando creí escuchar un suspiro proveniente del cuarto de los juguetes. Decidí echar un vistazo. Ahora, noche tras noche, mi ojo fisgón encara la puerta.

El soldadito de plomo, mutilado de guerra, sigue profundamente enamorado de la bailarina que con tanta delicadeza mueve los brazos al girar sobre un solo pie. A su vez, ella, lanza suspiros de amor por Ken, con el que no tiene nada que hacer porque es el novio florero de la famosa Barbie. La modelo mejor pagada del mundo, adicta a la dietas para adelgazar y a la cirugía estética para mantener la piel tersa y los pechos firmes a los sesenta años, también tiene su lado oscuro. Está colada por Tarzán y no para de hacerle seductoras caídas de pestañas. Antes se había encaprichado con el Dinosaurio al que intentaba seducir con sus encantos, pero un día, cuando se despertó, él ya no estaba allí. Tom y Jerry, rivales en tantas ocasiones, esta vez coincidieron en que le habían oído decir: «Me largo al Parque Jurásico que es mucho más divertido». Tarzán, en cambio, ha perdido la cabeza por el Gorila y anda frustrado porque, a pesar de su famoso grito, no consigue llamar su atención. El Gorila, tan grande como un castillo, es un tímido, y sufre en silencio su amor por Jane, que, con una sensibilidad especial, está profundamente enamorada del soldadito de plomo.

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