Urjauzi y Otsoa eran pastores de la zona del Gorbea y grandes amigos desde la infancia. Sucedió que cierto día Urjauzi oyó de pronto un dulcísimo canto mientras pastoreaba su rebaño por las campas de Gujuli. Se sintió tan atraído por aquella maravillosa melodía que se olvidó del ganado y raudo se adentró en la espesura del bosque. El sonido de sus pisadas sobre las hojas caídas que rezumaban humedad rompía el silencio y tapaba otros ruidos apenas perceptibles que hacían pensar en seres del bosque que lo observaban sorprendidos con los ojos bien abiertos. Los troncos de los robles centenarios adquirieron rasgos de monstruos como en los cuentos, el olor a tierra húmeda hacía irrespirable el lugar y la espesura lo envolvía todo con su misterio, pero Urjauzi no fue consciente de esas señales. Al acabar una pronunciada bajada, separó unas ramas de sauce y pudo contemplar la quietud de las aguas de la laguna de Lamioxin de la que procedía el canto que lo encandilaba. Sentada en una roca, con los pies en el agua, una bellísima joven se peinaba su larga melena rubia con un peine de oro mirándose en un espejo. Urjauzi se quedó embelesado contemplándola. Ella levantó la vista y al descubrirlo, se zambulló. Él se fue acercando muy despacio hasta la orilla. Quería verla otra vez, pero el agua le devolvía tan solo las tonalidades otoñales de un bosque que se adentraba en los abismos del silencio.
Esperó.
La joven asomó la cabeza por detrás de la roca. Se ocultó y volvió a asomarse. Por fin, se decidió a cantar para él y sucedió que envuelto en la magia de aquella voz Urjauzi se enamoró perdidamente de ella. Ella le preguntó: «¿Te casarás conmigo?». Él le contestó que era su firme propósito desde ese mismo momento en que la había conocido. Así, pues, la joven, cogió una pequeña caja lacada atada con un cordón de oro, lo desató, la abrió y sacó un anillo de compromiso para él. Urjauzi ya no era el mismo, amaba y se sentía correspondido, no se podía ser más feliz. «Me voy a casar con la joven que vive en el bosque, la más maravillosa de este lugar», decía por el pueblo a cuantos encontraba.
Otsoa cavilaba.
Un día se acercó a la laguna con sigilo y le sobrecogió lo que vio entre las ramas. Al sumergirse la joven en la laguna, sus pies quedaron al aire un instante y eran garras palmeadas. ¡Era una lamia!
Se lo contó a su amigo, procuró convencerlo de que se alejara de ella, pero nada logró; al contrario, Urjauzi lo llamó envidioso y le dijo que no quería volver a verlo. Otsoa se alejó entristecido.
A pesar de todo, Urjauzi pidió a su novia que le enseñara los pies. La dura y fría mirada que lo taladraba corroboró lo que su amigo había dicho. Había ido buscando respuestas en ella y le aplastó el peso de su silencio. Furioso se arrancó el anillo y lo tiró al agua. Desde aquel momento la tristeza se apoderó de él. Pisaba los mismos prados de siempre, veía los montes tan conocidos, se sabía en el mismo sitio donde desde pequeño había disfrutado tanto, pero ahora nada lograba distraerle; ya no encontraba su propia casa tan acogedora y hasta el entorno le parecía menos bello. Durante dos días y dos noches enloqueció llamando a gritos a su amigo del alma al que no había creído. Después trabajó sin descanso en una sucesión de días tan vacíos como la oquedad que lo llenaba por dentro.
El crudo invierno trajo ataques de los lobos a los rebaños. Urjauzi en solitario les plantó cara, pero ver a sus mastines agonizar desgarrados le hizo sentir aún más la ausencia de Otsoa. Elevó los ojos al cielo y gritó desesperado. Entre el ramaje cubierto de nieve unos ojos lo estaban mirando. ¡Eran los ojos de Otsoa! Corrió hacia allí llamándolo. Solo vio un lobo atrasado que trotaba hacia la manada que ya alcanzaba la sierra del Gorbea.
El destino de su amigo le movió a buscar una solución. Le vino a la mente el espejo mágico de la lamia. Concedía todo lo que se le pedía mirándolo de frente. Se había jurado que jamás volvería a Lamioxin, pero por su amigo afrontaría sus dolorosos recuerdos y se lo robaría. Así podría hacer que Otsoa volviera a ser el de antes. Muchos días se acercó a la laguna hasta que la suerte lo acompañó y vio a la coqueta lamia. Quedó embelesado mirándola y casi se olvida de su cometido. Fue el descuido de ella al sumergirse para no ser vista, lo que le hizo reaccionar. Se acercó, cogió el espejo y se alejó lo más rápido que pudo. Sentado bajo un haya al lado del río Oiardo, no sabía cómo utilizarlo. Por más que lo miraba y le contaba lo de su amigo, no obtenía ningún resultado. Allí lo descubrió la lamia.
—¿Cómo te llamas? —le habló desde la distancia.
El chico miró al espejo pensando que era el que hablaba y le contestó: «Urjauzi». Y en ese instante se convirtió en la imponente cascada que domina el pueblo.
Urjauzi = cascada
Otsoa = lobo
Esperó.
La joven asomó la cabeza por detrás de la roca. Se ocultó y volvió a asomarse. Por fin, se decidió a cantar para él y sucedió que envuelto en la magia de aquella voz Urjauzi se enamoró perdidamente de ella. Ella le preguntó: «¿Te casarás conmigo?». Él le contestó que era su firme propósito desde ese mismo momento en que la había conocido. Así, pues, la joven, cogió una pequeña caja lacada atada con un cordón de oro, lo desató, la abrió y sacó un anillo de compromiso para él. Urjauzi ya no era el mismo, amaba y se sentía correspondido, no se podía ser más feliz. «Me voy a casar con la joven que vive en el bosque, la más maravillosa de este lugar», decía por el pueblo a cuantos encontraba.
Otsoa cavilaba.
Un día se acercó a la laguna con sigilo y le sobrecogió lo que vio entre las ramas. Al sumergirse la joven en la laguna, sus pies quedaron al aire un instante y eran garras palmeadas. ¡Era una lamia!
Se lo contó a su amigo, procuró convencerlo de que se alejara de ella, pero nada logró; al contrario, Urjauzi lo llamó envidioso y le dijo que no quería volver a verlo. Otsoa se alejó entristecido.
A pesar de todo, Urjauzi pidió a su novia que le enseñara los pies. La dura y fría mirada que lo taladraba corroboró lo que su amigo había dicho. Había ido buscando respuestas en ella y le aplastó el peso de su silencio. Furioso se arrancó el anillo y lo tiró al agua. Desde aquel momento la tristeza se apoderó de él. Pisaba los mismos prados de siempre, veía los montes tan conocidos, se sabía en el mismo sitio donde desde pequeño había disfrutado tanto, pero ahora nada lograba distraerle; ya no encontraba su propia casa tan acogedora y hasta el entorno le parecía menos bello. Durante dos días y dos noches enloqueció llamando a gritos a su amigo del alma al que no había creído. Después trabajó sin descanso en una sucesión de días tan vacíos como la oquedad que lo llenaba por dentro.
El crudo invierno trajo ataques de los lobos a los rebaños. Urjauzi en solitario les plantó cara, pero ver a sus mastines agonizar desgarrados le hizo sentir aún más la ausencia de Otsoa. Elevó los ojos al cielo y gritó desesperado. Entre el ramaje cubierto de nieve unos ojos lo estaban mirando. ¡Eran los ojos de Otsoa! Corrió hacia allí llamándolo. Solo vio un lobo atrasado que trotaba hacia la manada que ya alcanzaba la sierra del Gorbea.
El destino de su amigo le movió a buscar una solución. Le vino a la mente el espejo mágico de la lamia. Concedía todo lo que se le pedía mirándolo de frente. Se había jurado que jamás volvería a Lamioxin, pero por su amigo afrontaría sus dolorosos recuerdos y se lo robaría. Así podría hacer que Otsoa volviera a ser el de antes. Muchos días se acercó a la laguna hasta que la suerte lo acompañó y vio a la coqueta lamia. Quedó embelesado mirándola y casi se olvida de su cometido. Fue el descuido de ella al sumergirse para no ser vista, lo que le hizo reaccionar. Se acercó, cogió el espejo y se alejó lo más rápido que pudo. Sentado bajo un haya al lado del río Oiardo, no sabía cómo utilizarlo. Por más que lo miraba y le contaba lo de su amigo, no obtenía ningún resultado. Allí lo descubrió la lamia.
—¿Cómo te llamas? —le habló desde la distancia.
El chico miró al espejo pensando que era el que hablaba y le contestó: «Urjauzi». Y en ese instante se convirtió en la imponente cascada que domina el pueblo.
Urjauzi = cascada
Otsoa = lobo
Menuda leyenda, es puro género fantástico.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Alfred. Las leyendas de lamias y otros seres son muy propios de esta tierra.
EliminarBesos.
Una leyenda muy singular y llena de tristeza y desilusión, para el nacimiento de esa cascada.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Sara, las leyendas de lamias y seres que habitan el bosque son muy de mi tierra.
EliminarInspirada en todo ello he escrito esta historia jugando con esas dos palabras del euskera.
Un abrazo.
Jo, María Pilar, de esas historias que uno se bebe sin darse cuenta. De esas que se pueden contar de viva voz y escucharlas embelesado. Fantástica historia mitológica. Un fuerte abrazo!!
ResponderEliminarHola, David, la historia la escribí para tu concurso de El tintero, pero por circunstancias ajenas, la he publicado tarde.
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Un fuerte abrazo.
Magnífica, María Pilar. Me ha encantado. Cada vez me gusta más lo que escribes y cómo lo escribes. Felicidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Chema. Qué alegría lo que me dices porque tú sí que sabes por los años que llevamos en esto.
EliminarUn fuerte abrazo.
Hermosa leyenda, Pilar!! Un placer leerte, querida Amiga!!
ResponderEliminarCariños a montones!
Lau.
Gracias, Lau. Siempre es una alegría encontrarte al menos en este mundo virtual.
EliminarTodo mi cariño.
María Pilar.
Tu historia me atrapo,gracias cariños.
ResponderEliminarGracias, Fiaris. Un placer lo que me dices.
EliminarTodo mi cariño.
uy me ha encartado tiene un toque de leyenda te quedo genial
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado, Citu. Gracias por leer y comentar.
EliminarBesos.
Los cuentos y las leyendas tienen un atractivo muy especial, jugando entre el realismo y la fantasía. Esta historia es triste y hermosa a la vez. Me ha encantado. Has hecho un gran trabajo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Josep. Me alegra que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.
Una tierna y refrescante leyenda.
ResponderEliminarRefrescante por la cascada. Me ha gustado mucho
como la escribiste.
Besos, Pilar
Me alegra que te haya gustado. Gracias por leer y comentar. Un placer encontrarte siempre.
EliminarBesos, Myriam
Unos bosques tan peculiares como las leyendas que crecen en ellos y tu has sabido atraparnos con una narración ágil y clara. Abrazos
ResponderEliminarGracias, Ester. Un placer verte por aquí.
EliminarAbrazo.