Se dice que las navidades eran las de antes, que hoy se ha perdido su espíritu. Que ahora solo hay jolgorio, luces y colores en las grandes superficies que atraen a los consumidores. Todo se reduce a comilonas y botellas de champán con la consiguiente resaca del día después.
Tal vez es que los que pensamos así nos hemos hecho mayores y hablamos desde la nostalgia de lo que vivimos. Sabemos que ese tiempo no volverá.
Tal vez los niños de hoy sigan esperando la Navidad con toda la ilusión que para ellos encierra la magia de esa palabra. Ni mejores ni peores, las suyas, porque este es su tiempo y han de disfrutarlo.
Para mí las mejores navidades fueron cuando Leire era pequeña. Empezaban a principio de diciembre, en concreto el largo fin de semana entre el seis y el ocho, que siempre es fiesta en España. Enfundados en abrigos, con guantes, gorros y bufandas para protegernos del frío que hace en Vitoria esos días (algunos grados bajo cero), nos íbamos al monte a buscar musgo, piñas, ramas de abeto y rocas.
Leire tenía las mejillas rojas por el frío, pero parecía no importarle y reía feliz. Con todo ello montábamos el belén que ocupaba un buen espacio porque cada año estaba más poblado. La niña era la que más entusiasmo ponía en ampliarlo. Además de las figuras del misterio del nacimiento, un cocodrilo en el río, mi espejo redondo para hacer un lago, figuras de Pinypon por aquí y por allá.
Yo siempre tenía el pegamento a mano desde el año que el Niño Jesús se rompió un brazo y una pierna. Leire, con dos añitos, lo había sacado de la cuna para jugar un rato con él. Otro año fue un rey el que cayó con camello incluido, en fin, gajes del oficio.
En otro lugar de la casa poníamos el árbol de Navidad con luces, guirnaldas y bolas. Al pie del mismo, un par de zapatos de cada uno para que el día de Reyes cayeran los regalos.
Cuando terminábamos de prepararlo todo, escuchábamos música navideña, cantábamos villancicos, brindábamos y probábamos el turrón como anticipo de lo que estaba por venir.
Después, nos íbamos al pueblo porque era en la casa de los abuelos donde nos reuníamos toda la familia para celebrar la Navidad.
Allí lo importante era el espíritu navideño que nos unía a todos, chicos y grandes, pasándolo bien al hacer juntos un montón de actividades.
Nosotros, que habíamos recibido la antorcha de la generación anterior, éramos conscientes de la huella que estábamos dejando a la siguiente y nos esforzábamos en que los más pequeños notasen que eran unas fiestas diferentes: donde la paz, la convivencia y la solidaridad eran posibles. Por eso las recordamos con tanto cariño.
Es posible que los niños solo valorasen las fiestas por los regalos, las largas comidas en familia en la casa de los abuelos del pueblo y los días tan locos, al vivir al margen de los horarios habituales y poder permanecer despiertos hasta altas horas de la noche. Pero estoy segura de que ellos tienen un sexto sentido con el que perciben la energía que hay en el aire y las relaciones de convivencia entre todos. Cuando estas son sinceras y auténticas, es el mejor ambiente en el que pueden vivir. Si no lo son, la falsedad les quedará patente, por más que nos esforcemos en entregarles los regalos navideños envueltos en el más brillante celofán.
Es el primer año que no festejamos la Navidad, mis hijas se han hecho grandes, vuelan con pensamientos propios...igualmente me gusta mirar los arbolitos armados en mi ciudad de diferentes maneras y materiales distintos, adornos y demás.
ResponderEliminarTe envio buenas ondas, deseos de paz interior ❤
Gracias Gabriela para ti también mucha energía positiva. Un abrazo.
ResponderEliminarFeliz Año nuevo!
ResponderEliminarEspero que te aguarden muchísimas cosas hermosas este nuevo año y el que termina, de deje la sensación de crecimiento, aprendizaje y muy buenos recuerdos.
Recibe un fuerte abrazo.
Karla, pero qué alegría encontrarte por aquí!
ResponderEliminarPara ti también un generoso Año Nuevo tanto como lo generosa que eres tú compartiendo tu blog y que no nos falte esa sonrisa y simpatía que siempre te acompaña.
Un abrazo.