Hacía cuatro meses que se habían celebrado las pompas fúnebres del dictador Franco con tanta repercusión mediática que habían paralizado el país. Y dos meses que malvivíamos con la ciudad paralizada por la mayor huelga de su historia. Los precios subían, los impuestos subían y los flacos salarios se estancaban. Eran días tristes en Vitoria con grandes tensiones que ocasionaban los ya dos meses sin cobrar. Las tiendas cerradas, rebuscadores en la basura, se liquidaban las cajas de resistencia y la intransigencia patronal se mostraba inamovible. Las manifestaciones obreras llenaban las calles demandando mejoras salariales con el aliento frío de los antidisturbios en la nuca. Se olía el miedo.
—¿Alguna vez pensaste que esto fuera tan brutal? —me dijo Mikel con la mano en las lumbares doloridas por los golpes policiales.
—Esto... ¡Pero qué es esto! —grité enojada— ¡Cabrones! Y los medios de comunicación dirán que han sido cuatro exaltados.
Antes de abordar el barrio de Zaramaga, ya nos llegaba un rumor que se iba acrecentando.
Eran muchos.
Caminaban hombro con hombro con el entusiasmo del grito acompasado que me acompañará siempre: "¡Libertad! ¡Libertad!"
Los “grises”, parapetados con sus cascos y escudos, se ensañaron cargando con contundencia. El humo nos impedía respirar. Gritos desgarradores de los que eran golpeados de forma tan salvaje. El estallar de disparos nos dejaba sordos. Con los ojos irritados por los gases lo veíamos todo nublado. ¿O eran lágrimas que escocían? Las barricadas ardían, los adoquines volaban por los aires y las sirenas de refuerzo se oían por toda la ciudad. El lugar era impracticable.
Por fin, una voz: “¡A la iglesia!”
Y la iglesia fue nuestra perdición. Primero la gasearon con miles de personas dentro. Presos de la asfixia y el pánico intentamos salir.
—¡Fuego!
Relámpagos con estampidos como fuegos de artificio nos estaban matando. Cayeron los primeros compañeros. Y luego más y más. Había sangre, sangre que se extendía. Sangre pisoteada del salvaje asesinato cometido en una iglesia de barrio. Se levantó un rabioso clamor generalizado: "¡No disparen!"
Los gritos callaron. Solo quejidos.
Después, silencio.
Los latidos en mi cabeza eran fuertes y rápidos.
Vi a Mikel sollozando sin cesar. Me acerqué para consolarlo. Lo abracé y mis brazos atravesaron su cuerpo. Entonces comprendí el porqué de sus lágrimas.
Yo era una de las asesinadas. Me llamaban Libertad.
—¿Alguna vez pensaste que esto fuera tan brutal? —me dijo Mikel con la mano en las lumbares doloridas por los golpes policiales.
—Esto... ¡Pero qué es esto! —grité enojada— ¡Cabrones! Y los medios de comunicación dirán que han sido cuatro exaltados.
Antes de abordar el barrio de Zaramaga, ya nos llegaba un rumor que se iba acrecentando.
Eran muchos.
Caminaban hombro con hombro con el entusiasmo del grito acompasado que me acompañará siempre: "¡Libertad! ¡Libertad!"
Los “grises”, parapetados con sus cascos y escudos, se ensañaron cargando con contundencia. El humo nos impedía respirar. Gritos desgarradores de los que eran golpeados de forma tan salvaje. El estallar de disparos nos dejaba sordos. Con los ojos irritados por los gases lo veíamos todo nublado. ¿O eran lágrimas que escocían? Las barricadas ardían, los adoquines volaban por los aires y las sirenas de refuerzo se oían por toda la ciudad. El lugar era impracticable.
Por fin, una voz: “¡A la iglesia!”
Y la iglesia fue nuestra perdición. Primero la gasearon con miles de personas dentro. Presos de la asfixia y el pánico intentamos salir.
—¡Fuego!
Relámpagos con estampidos como fuegos de artificio nos estaban matando. Cayeron los primeros compañeros. Y luego más y más. Había sangre, sangre que se extendía. Sangre pisoteada del salvaje asesinato cometido en una iglesia de barrio. Se levantó un rabioso clamor generalizado: "¡No disparen!"
Los gritos callaron. Solo quejidos.
Después, silencio.
Los latidos en mi cabeza eran fuertes y rápidos.
Vi a Mikel sollozando sin cesar. Me acerqué para consolarlo. Lo abracé y mis brazos atravesaron su cuerpo. Entonces comprendí el porqué de sus lágrimas.
Yo era una de las asesinadas. Me llamaban Libertad.
El 3 de marzo de 1976, fue uno de los días más tristes y aciagos que se vivió en la ciudad de Vitoria-Gasteiz. Ese día la policía acabó con la vida de cinco trabajadores y produjo más de un centenar de heridos de bala desalojando la iglesia de San Francisco de Asís. Los obreros fueron derrotados, pero no vencidos. El dolor y la indignación fue un clamor popular. Y lo sigue siendo cada 3 de marzo.
ResponderEliminarUn saludo a todos los que paséis por aquí con todo mi cariño y agradecimiento. María Pilar
Genial relato, aveces parece q ue la libertad solo queda en palabras y muerte. Me encanto
ResponderEliminarSí recuerdo esos sucesos de Vitoria. Por entonces, el comienzo de la Transición, las iglesias de Madrid y otros muchos lugares, comenzaron a ser el refugio de los trabajadores y los que queríamos una España en libertad.
ResponderEliminarA mí mi pilló con un hijo de un año y embarazada de otro, pero nunca dejé de leer y creo que lo encontré en la revista Cambio 16.
Lo quisieron ocultar, pero los Sucesos de Vitoria, salieron a la luz.
Buen relato y buen recuerdo. Es importante no olvidar nuestra historia más reciente.
Un relato brutal en recuerdo de la brutalidad policial (y política) de una época negra, así como un homenaje a los que sufrieron las consecuencias de reivindicar justicia y libertad. Al principio no sabía si era ficción o realidad, pero al poco he comprendido que se trataba de la dura verdad, exceptuando ese final fantástico. Me ha encantado la forma en que lo has tratado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hay que tener presente la historia y darla a conocer a quienes piensan que les ha tocado vivir su peor momento. Desde luego que no es bueno, pero los ha habido peores.
ResponderEliminarBesos.
Espeluznante el relato, sobre todo por los tristes que lo inspiran. Apenas recuerdo aquello (era muy, muy joven), aunque sí tengo grabados en la memoria los días de la agonía y muerte de Franco, entrada de Juan Carlos I…
ResponderEliminarCon este texto, honras la memoria de los muertos y heridos. ¡Bravo por ti!
Un beso, María Pilar.
Los pueblos no han de olvidar su historia. Vitoria sigue ahí. Besos, María Pilar.
ResponderEliminarAqui a la policia les respondemos con bombas molotov
ResponderEliminarBesos
Tu relato eriza la piel, se vive porque cada palabra se clava en el corazón... Debemos recordar la historia para no repetirla.
ResponderEliminarUn abrazo afectuoso
Por lo que leo el mes de marzo de 1976 fue un mes aciago tanto en España como en Argentina, donde se derrotó el gobierno democrático y se adueñaron los militares del poder. Un drama a pura sangra y siempre sangre de obrero de trabajadores.
ResponderEliminarInmenso dolor al leerte.
mariarosa
Excelente relato. Fantástico.
ResponderEliminarTe felicito. Genial el último giro y broche.
Besotes, MPilar