Todos a la búsqueda y captura del bronceado. Que para ello hay que pasarse buenos sofocones y grandes incomodidades, no importa. Arena por aquí, arena por allá. La pelota del niño que nos cae encima, la arena del que sacude la toalla, las gotas de agua que nos van dejando los bañistas, obstáculos en movimiento por doquier; todo se aguanta antes de volver al lugar de origen con el color pálido anterior a las vacaciones.
Uno puede estar pasando una crisis económica como la de este país ahora mismo, pero no tanto como para parecer pobre y provinciano. El color iguala y en este caso se busca el de los que viven bien y pueden permitirse muchas horas en contacto con la naturaleza. En una palabra, los de poder adquisitivo alto que siguen siendo los que marcan la pauta; aunque, también es verdad, que no siempre optaron por el mismo color.
Conocí a una señora, señorita decía ella porque no había conocído varón, que con muchos años sobre sus espaldas bajaba a la era y sentada en el trillo daba vueltas y vueltas hasta desgranar el cereal. A más de 30º aguantaba con botines y falda larga, guantes de cabritilla y pañuelo a la cabeza con sombrero de paja encima. Los tiempos ya habían cambiado, pero no para ella que a falta de búcaros de Estremoz para rumiar como en la Meninas de Veláquez, seguía resguardándose de los rayos solares para parecer lo que no era.
Aquí hay preciosas playas, como esta de Noja, paisajes verdes y agradables temperaturas. Es el reclamo que año tras año atrae a los veraneantes. Los hoteles, apartamentos y campings ya se han ido ocupando. Los chiringuitos están abiertos, las tumbonas preparadas y rebosan en las tiendas los productos playeros captando la atención de los turistas. Todos, con un ojo en la playa y otro en el cielo, están pendientes del tiempo cuyos representantes se han quedado anclados en un punto fijo como los discos rayados: “sol en toda España excepto la cornisa Cantábrica que…”
Empieza el sirimiri, viene acompañado de una fuerte brisa que hace que la sensación térmica sea unos grados por debajo de la temperatura ambiente. Pronto las toallas de playa se reconvierten en grandes mantas para protegernos del frío, lo mismo ocurre con las sombrillas que resguardan de la lluvia. Sigue el sirimiri azuzado por el viento. —Aquí todos le dicen sirimiri, no calabobos como en otros lugares— “Si a lo que venimos es a no pasar calor y poder dormir bien”, exponen algunos abiertamente para que los que están en retirada les oigan.
¡Quién no se consuela es porque no quiere!
Uno puede estar pasando una crisis económica como la de este país ahora mismo, pero no tanto como para parecer pobre y provinciano. El color iguala y en este caso se busca el de los que viven bien y pueden permitirse muchas horas en contacto con la naturaleza. En una palabra, los de poder adquisitivo alto que siguen siendo los que marcan la pauta; aunque, también es verdad, que no siempre optaron por el mismo color.
Conocí a una señora, señorita decía ella porque no había conocído varón, que con muchos años sobre sus espaldas bajaba a la era y sentada en el trillo daba vueltas y vueltas hasta desgranar el cereal. A más de 30º aguantaba con botines y falda larga, guantes de cabritilla y pañuelo a la cabeza con sombrero de paja encima. Los tiempos ya habían cambiado, pero no para ella que a falta de búcaros de Estremoz para rumiar como en la Meninas de Veláquez, seguía resguardándose de los rayos solares para parecer lo que no era.
Aquí hay preciosas playas, como esta de Noja, paisajes verdes y agradables temperaturas. Es el reclamo que año tras año atrae a los veraneantes. Los hoteles, apartamentos y campings ya se han ido ocupando. Los chiringuitos están abiertos, las tumbonas preparadas y rebosan en las tiendas los productos playeros captando la atención de los turistas. Todos, con un ojo en la playa y otro en el cielo, están pendientes del tiempo cuyos representantes se han quedado anclados en un punto fijo como los discos rayados: “sol en toda España excepto la cornisa Cantábrica que…”
Empieza el sirimiri, viene acompañado de una fuerte brisa que hace que la sensación térmica sea unos grados por debajo de la temperatura ambiente. Pronto las toallas de playa se reconvierten en grandes mantas para protegernos del frío, lo mismo ocurre con las sombrillas que resguardan de la lluvia. Sigue el sirimiri azuzado por el viento. —Aquí todos le dicen sirimiri, no calabobos como en otros lugares— “Si a lo que venimos es a no pasar calor y poder dormir bien”, exponen algunos abiertamente para que los que están en retirada les oigan.
¡Quién no se consuela es porque no quiere!
Me recordaste a mis abuelas, ellas no tomaban sol porque decían que hacía mal a la piel.
ResponderEliminarUsaban sombrilla a la hora de la siesta cuando tendían la ropa, quizás hayan traído de Europa eso de el color de la piel.
¡Qué lejos en kilómetros, pero qué cerca en costumbres estaban nuestras abuelas! Graciela,me ha gustado mucho tu comentario. Feliz semana.
ResponderEliminarEstamos muy unidos, más de lo que una pueda imaginarse :)
ResponderEliminarMi abuela Catalina vino de Francia, mi nona Juana de Italia, un abuelo de Suiza...nuestro país tiene tantos colores, logro de la inmigración.
Lo que demuestra que la inmigración une y enriquece.
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