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Inmune al desaliento

—¿Habéis visto al señor de los tulipanes?
Hace tiempo que no lo veo sentado en el banco de la gran explanada de la Plaza Mayor. Siempre llevaba la misma ropa, pero su aspecto era limpio y cuidado. Me llamaban la atención sus finas manos de excelente científico español hasta que la crisis puso el mundo al revés y se quedó sin fondos la universidad en la que trabajaba. El tiempo se quedó atrapado en la neblina y lloró lágrimas amargas. Él esperaba que esa bruma grisácea, que pintaba un cielo oscuro y huidizo, se rasgara y saliera de nuevo la luz por algún lado. Mientras, no sabía qué hacer con los tulipanes para regresar a casa con unas monedas. No los ofrecía a los que pasaban; le faltaba labia, poder de convicción. No, no era experto para eso. Lo suyo era el estudio que asocia las bacterias a la metástasis. Su mente seguía cavilando y más allá del negro horizonte, su firme mirada veía fórmulas y resolvía problemas que... ¡Cuántas vidas podría haber salvado!
—Yo sé donde está porque no lo pierdo de vista. Soy el poderoso capitalismo y para nada me interesa la gente que piensa. Aunque físicamente se encuentra muy cerca de mí, un abismo nos separa. La ciudad entera es mía y se debate entre la amargura y la desesperación que mi esfumado grisáceo le contagia, pero calla y acata lo que se le pone delante. Sólo él se me resiste delimitando con el rojo sangre de los tulipanes su espacio vital. "Por dignidad", dice. "Por ser fiel a sus principios". Ser grotesco encerrado en su mundo desde el que pretende despertar a la vida. Afino el grisáceo de mi paleta para difuminar su tozudez imperturbable. Resiste con indiferencia. Caerá.

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Hagamos un trato

Te propongo un pacto. No removamos más el pasado, no le demos más vueltas ni nos echemos más en cara lo que ocurrió, ya no lo podemos cambiar, dejémoslo correr por el camino del olvido, no me gusta esta guerra soterrada ni este mirar de soslayo con la desconfianza como carga. Llevamos un tiempo con el rictus de la tristeza pegado y el alma rota sin querer dar el brazo a torcer. «Demasiado vehemente», me dices; «excesivamente racional», te contesto. Esto es un «toma y daca» y esta guerra no va a parar. Ya sé que soy impulsiva, alocada y me lanzo sin escuchar tus voces de contención, pero reconoce que eres tan racional, tan pausado y mides tanto las palabras que a tu lado últimamente no hago más que bostezar. Me gusta volar como el viento, necesito sentirme en libertad, no me atosigues. Cuando yo he tomado decisiones no nos ha ido tan mal. Y sobre todo no cargues sobre mi conciencia, sabes que soy muy sensible y el sentimiento de culpa me hace pasarlo fatal. Te pasas la vida planific

Amanecer deslumbrante

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