Ir al contenido principal

Cuando uno dice blanco, el otro... blaugrana

Va a ser un día complicado, se dijo Aurora al despertar pensando en que se jugaba el Clásico. Su preocupación eran sus hijos Raúl y David. Cuando nacieron todo fue caos en su entorno y nadie, excepto ella, se fijó en los ojos tan abiertos con los que se observaban sin pestañear. Aunque le decían que los recién nacidos no ven, esa mirada gélida de un gris opaco fue el presagio que acabó con sus sueños de madre. 

La crueldad sistemática entre los hermanos confirmó sus sospechas. Parecían dos gatos en continua pelea. Si uno necesitaba luz, el otro oscuridad; si uno quería dormir, el otro berreaba y si uno decía blanco el otro… blaugrana. Era un sinvivir que a ella le tenía agotaba.

—Os vamos a machacar —decía Raúl con la camiseta blanca.
—¡Qué dices, idiota! Hoy comeréis el barro bajo nuestras botas.
—De idiota nada, mamón. 
¡Pum! Arrojó un derechazo al ojo de su hermano.
—Te arrancaré la nariz, imbécil. —Y el zurdazo lo dejó sangrando.
—¡Ay!, me ha mordido.
—¡Basta! —gritó Aurora tratando de sujetarles los brazos mientras sus ojos se velaban de lágrimas—. Me tenéis harta, harta y muy cansada.
—El idiota ha hecho llorar otra vez a mamá.
—¿Qué he dicho? —Atajó la madre imponiendo silencio con el dedo índice en los labios. 

Recorrió el campo de batalla con el botiquín de primeros auxilios: un tapón en la nariz de David; hielo para el ojo amoratado de Raúl que se iba cerrando como cerrada tenía la mano izquierda apretando los pelos que había arrancado a su hermano. Cuando acabó, fijó la mano derecha de David a la silla con esparadrapo y lo mismo hizo con la izquierda de Raúl.
—Así estaréis hasta que mañana llamen del hospital donde os van a operar para  separaros.
La palabra mañana fue el resorte que los afectó por igual.
Mañana era ya, después de hoy. Ambos querían hablar, pero se embrollaban. Por primera vez los dos se balanceaban acompasados con las cabezas bajas.
—Mamá… —dijo David completamente demudado. Algo lo ahogaba y no pudo seguir.
—¿Nos harán mucho daño? —Terminó Raúl con voz temblorosa.
—Cariños. —Los abrazó emocionada. Nunca los había visto tan frágiles y necesitados—. Yo estaré siempre con vosotros y no consentiré que os hagan daño.

Safe Creative #1811018902380

Comentarios

  1. Hola María Pilar, qué sorpresa el final: habían resultado siameses y a pesar de la profunda agresividad con que se trataban, ante la separación se sintieron perdidos y frágiles.
    Un relato breve, sólido y bien contado.
    Besotes.

    (Al principio del texto el nombre de la madre es Aurora y más abajo la llamaste Teresa.)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muy aguda, Mirella. Cambié el nombre de la madre después de escribir el relato por el de esa deidad que personifica el amanecer a una nueva vida y...
      Lo vi como un crecimiento personal frente al otro que le come el espacio y lo ve como rival, cuando este le falta, se les rompen los esquemas y se sienten aturdidos porque no saben cómo van a afrontar la vida en solitario.
      Abrazote, Mirella.

      Eliminar
  2. Que buena historia y que realidad le diste. Hermanos siameses, dicen que generalmente se cuidan unos a otros, los de tu historia son diferentes.

    mariarosa

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí,también había oído eso de que se protegían, yo quise darle la vuelta y que se vieran como impedimento en la vida. Claro cuando te acostumbras a vivir con ese impedimento desarrollas unas estrategias de vida y cuando te lo quitan se te cae el soporte de todo tu mundo y sientes el vértigo del vacío.
      Es pura imaginación, María Rosa.

      Eliminar
  3. Unidos sin querer estarlo, pero temiendo la separación.
    Muy logrado.
    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así es, Alfred. Las contradicciones en los seres humanos son bastante frecuentes...
      Besos

      Eliminar

Publicar un comentario

Más vistas

Hagamos un trato

Te propongo un pacto. No removamos más el pasado, no le demos más vueltas ni nos echemos más en cara lo que ocurrió, ya no lo podemos cambiar, dejémoslo correr por el camino del olvido, no me gusta esta guerra soterrada ni este mirar de soslayo con la desconfianza como carga. Llevamos un tiempo con el rictus de la tristeza pegado y el alma rota sin querer dar el brazo a torcer. «Demasiado vehemente», me dices; «excesivamente racional», te contesto. Esto es un «toma y daca» y esta guerra no va a parar. Ya sé que soy impulsiva, alocada y me lanzo sin escuchar tus voces de contención, pero reconoce que eres tan racional, tan pausado y mides tanto las palabras que a tu lado últimamente no hago más que bostezar. Me gusta volar como el viento, necesito sentirme en libertad, no me atosigues. Cuando yo he tomado decisiones no nos ha ido tan mal. Y sobre todo no cargues sobre mi conciencia, sabes que soy muy sensible y el sentimiento de culpa me hace pasarlo fatal. Te pasas la vida planific

Amanecer deslumbrante

Salimos de casa con aspecto somnoliento. Al subir al remolque, ayudados por los dos hermanos mayores, percibimos el viento gélido de la madrugada. No era normal que nos llevaran con ellos; pero ese día, así padre lo había decidido. La calle en la que vivíamos aparecía oculta en la penumbra, se nos hacía extraña. Dejamos el pueblo solitario y silencioso envuelto en la neblina matinal. En el remolque nos encogimos como pudimos para evitar el frío que nos hacía castañetear los dientes y nos provocaba pequeñas chimeneas de vaho que se fundían con la niebla; esfuerzo inútil, pues el traqueteo descomponía nuestras figuras y nos lanzaba a la una contra la otra. No así los hermanos mayores que, apoyados en las cartolas, se dejaban acunar por el movimiento y se hacían los dormidos. El tractor reptaba ruidoso por la subida del Carramonte. Al llegar al alto del páramo por la zona de Valdesalce, amanecía. Nos apeamos de un salto. Impresionaba el mundo que se abría ante nosotros. Miré a mi a

El vaivén de la vida

En la vida de Clara había aparentemente de todo menos paz y sosiego. Era de esas personas que cuando te pasan, su estela tira de ti y te hace girar la cabeza deseando alargar tu mano entre la brisa que ondea los rizos de su melena. Esa noche Clara se separó de la fiesta, se quitó los zapatos de tacón de vértigo, la máscara de top-model y se abandonó en el columpio de sus pensamientos. Cualquier observador habría olido la tristeza que embargaba tanta belleza. Sabía que Rubén no se creía que ella se dormía en cuanto se acostaba, pero callaba. Rubén sabía que esa tarde ella había llorado, pero dijo: ̶ Cariño, ¿estás ya preparada? La rutina había llegado a sus vidas como un intruso para definitivamente quedarse. Su ambición profesional, el estatus social y ese ajetreo diario de fiestas y relaciones sociales para alzar una muralla sobre la que asentar su seguridad, había resultado una telaraña en la que se habían perdido y ahora… ahora todo ello solo servía para acallar el incómodo

La musa de la escritura

Hoy hace un año que te fuiste… Digo a gritos que no te necesito, que ojalá no vuelvas. Miente mi orgullo para cubrir el dolor de mi impotencia. Ya sabes que mi cabeza es un cóctel de ideas encontradas, letras sueltas y sensaciones indefinidas. Qué diferencia con las composiciones escritas a golpe de vértigo, las notas de recuerdos con ilusión vividos, la actividad nerviosa, el febril pensamiento desbocado, todo un mundo que se diluía en la página en blanco. Mi imaginación no se resigna a esta inactividad actual y sigue alimentándome: me trae el choque de olas acunando a otros muchos en sus aguas, el espectáculo de un gnomo sibilino junto a una princesa destronada, un bello alfiler ensangrentado en el escenario de una explosión en Yakarta, hasta me tienta con el aroma de la riquísima sopa de la abuela. Miro tu hermética bola de cristal donde encierras la energía en un tiempo y un espacio diferente al que reclama el reloj para sí mismo. Te miro y tu fulgor me deslumbra y pienso