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La cigarra y la hormiga

Nada anunciaba algo diferente.
  
Por la noche, cuando se iluminaban las calles de manera que la ciudad se teñía de un gris ceniciento, Carlos, de cuarenta años, salía de casa para divertirse con sus amigos. Todos desocupados, con demasiado tiempo libre para regodearse en sus inmaduras diatribas tabernarias. 

Olas humanas hormigueaban por las calles estrechas del Casco Viejo de la ciudad. El viento intercambiaba franjas de músicas, a todo volumen, entre voces humanas. Los camareros sudaban haciendo equilibrios con las bandejas cargadas de bebidas, y los jóvenes desinhibidos se entregaban al disfrute de la vida. 

Nada anunciaba algo diferente. 

Al regresar a casa y abrir la puerta, Carlos, en estado ebrio, se dio un susto de muerte. Allí estaba su madre, como una momia. La mujer, a punto de jubilarse, con los maxilares apretados, contenía la rabia a punto de explotar, mientras lo interrogaba con ojos lacerantes e intensos, como si sondeara las profundidades de su alma. Él se puso torvo y se quedó callado también porque no encontraba las palabras precisas para encararse con ella. La madre le alcanzó una carta notarial y, como si tuviera mucha prisa, le puso una maleta en la otra mano. Con un gesto severo, le indicó que se largase. Y, antes de que Carlos se recobrase de la fatal sorpresa, ya había echado el cerrojo a la puerta. 

© María Pilar

Comentarios

  1. Digamos, que era una madre contundente con el hijo cascos flojos ¡quién ya tiene edad para sentar cabeza!.

    Muchas gracias, querida Pilar, por tu comentario y felicitaciones en casa. Ojalá, completamente recuperada de tu operación, puedas hacer ese viaje por Alemania en tiempos ahora de post COVID. Beso enorme.

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    1. Gracias, Myriam por tu atenta lectura y por estar siempre.
      Un beso.

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  2. Excelente entrada Bravo ligera y corta
    feliitaciones

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    1. Gracias, Mucha, por pasarte por aquí y dejarme tu comentario.

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    2. un beso enorme y mi felicitación por tu post.

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  3. No sé quién es peor, si la cigarra o está hormiga. Un abrazo, María Pilar. Aquí seguimos

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    1. Me alegra verla por aquí, Sor Austringiliana. Todo un honor para mí. Tal vez si usted cogiera a estos dos por banda y les pusiera las cartas boca arriba, entrarían en razón.

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