El Julián estaba muerto y bien muerto.
¿Qué cómo lo sé?, me pregunta usted, Sr. juez.
Llevo años acompañando a D. Gregorio a dar la extremaunción y sé bien si están con los estertores o ya fallecidos. Cuando ya nos íbamos, una de las plañideras me agarró del roquete y me puso un velón encendido en las manos. «Tú aquí, a velar al difunto junto al sarcófago».
Hacía mucho calor en aquella sala llena de gente rezando el rosario. Se respiraba un aire rancio, como si rara vez se ventilase. La penumbra de la luz de las velas resultaba impresionante. El Julián todavía estaba arriba, tendido en la cama, solo. Las campanas tocaban a muerto. De repente, empezaron a oírse unos pasos por el techo. La muerte se enseñoreaba por la casa. Recuerdo muy bien el olor de la cera mezclado con el miedo. Alguien bajaba las escaleras.
Entonces se abrió la puerta de la sala con el crujir de los goznes oxidados y allí estaba el Julián. Sentí que se me erizaban los pelos de la nuca, y un escalofrío me recorrió por todo el cuerpo.
Usted no vio la cara de su mujer bañada en lágrimas, suplicando. En los ojos de él, que buscaban los de su mujer, solo había frío, el frío de la muerte o del desprecio. Después, dio media vuelta y desapareció.
Los hombres que lo siguieron, lo vieron abriéndose paso entre la maleza, junto al arroyo que corre al pie del monte El Calvario. Atraparlo parecía fácil, pero fueron hacia él y como por arte de magia se esfumó.
En ese momento, Fermín, el hijo de la Luisa, gritó: «¡Es un fantasma!». Todos se amedrentaron, tiraron las piedras y palos que llevaban y huyeron despavoridos.
El viejo Anastasio, cuando estaba cogiendo berros por la zona del arroyo, abandonó la cesta y regresó al pueblo todo asustado. Dijo que el Julián, aún con el sudario puesto, lo miraba fijamente sin decir una palabra, estaba demacrado y muy pálido. Más tarde se supo que esto no podía ser porque a esa hora unas señoras se lo encontraron en la fuente La Legaña, de donde volvieron jadeando por el susto y sin los cántaros en la mano.
¿Que dónde está el Julián ahora?, yo no lo sé. Por si acaso, damos un rodeo para no pasar por esas zonas, aunque tengamos que andar el doble.
Relato de mi libro "La casa de Arena"
Y eso que siempre se dice aquello de que hay que temer a los vivos y no a los muertos. Pero es que la muerte a medias no sabemos por dónde pillarla.
ResponderEliminarMuy bueno, Cabrónidas.
ResponderEliminarQue buen capituló, interesante relato, me recordó al gran Edgar Allan Poe, y su forma de expresar sus relatos. Enhorabuena y auguro un buen futuro para tu libro. Un saludo de ANTIGÜEDADES DEL MUNDO.
ResponderEliminarTambién a mí me lo ha recordado...
Eliminar¡Magistral!
ResponderEliminarUn disfrute el lenguaje y el relato.
Besos
Gracias, Volarela. Un abrazo.
EliminarUna vez muerto, optó por darse una vuelta y asustar un poco al vecindario, para que tuvieran de que hablar durante un tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y hablarían de él generación tras generación.
EliminarUn abrazo, Alfred.
Uno de mis favoritos de tu libro La casa de arena, que tanto disfruté.
ResponderEliminarUn abrazo, María Pilar.
Gracias, Chema. Un abrazo!
Eliminar
ResponderEliminarSeguro que el crujir de los goznes oxidados daba mucho miedo pero Julián no aparecería, se quedaría en el limbo indefinidamente mientras los demás le pisaban sus fantasmagóricos talones.
Un abrazo María Pilar.
Tal vez fue así como tú dices. Un abrazo!
EliminarA algunos les cuesta irse
ResponderEliminarTal vez tenía cuentas pendientes que cerrar. Saludos, Chaly.
EliminarBien escrito, me encanta cuando el lenguaje lo adaptas al relato.
ResponderEliminarUna pregunta que se hace ahora con el ataúd, se puede vender en Segundamano? ¿Y los cirios? que manía de no morirse del todo.
Un abrazo y una sonrisilla para quitarme el miedo
Hola, Ester, pues no había pensado en esa casuística. Un abrazo!
EliminarExcelente relato, y es que a veces los muertos no saben que están muertos. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Mar. Un abrazo!
EliminarMe ha gustado, y he situado la historia en Galicia, no sé porqué.
ResponderEliminarYo me situé en un pequeño pueblo del interior de España para escribirlo. Un abrazo, Tracy.
EliminarTal vez fue para quejarse de que no lo habían invitado a su propio funeral.
ResponderEliminarSeguro que tenía algo pendiente con aquellos que estaban en su funeral. Un saludo, Abraján.
EliminarMaría María! Maravilloso relato, estupendo, tanto como tu libro completito. Eres grande María, de verdad que sí! Te mando un gran abrazo.
ResponderEliminarGracias, Maty. Un abrazo.
EliminarSiempre he dicho que me gustaría que el fantasma de mis seres queridos se me apareciera para poder abrazarlos una vea más, pero la verdad es que estos relatos de fantasmas me ponen los pelos de punta. Y me encantan.
ResponderEliminarUn beso.
Hola, Rosa, seguramente con un ser querido la experiencia sería otra. Al Julián parece que no lo quería ni su mujer. Un beso!
EliminarExcelente relato María Pilar
ResponderEliminarMe ha encantado el tono y la sucesión de expresiones tan bien adaptadas al contenido. Lo de "la muerte se enseñoreaba por la casa" me ha parecido sencillamente sublime.
Enhorabuena amiga.
Un abrazo
Gracias, Matilde. Un abrazo!
EliminarMuy bueno, me gustó.
ResponderEliminarGracias. Un abrazo!
Eliminar¡Hola, María Pilar! En este caso, parafraseando la canción, el Julián no solo estaba muerto sino que también estaba de parranda, je, je, je... Un relato fantástico tanto en el fondo, como en la forma con ese estilo tan de la época. Diría que bien podría etiquetarse como relato de humor gótico. Un abrazo!
ResponderEliminarGracias, David. Un abrazo!
EliminarUn mundo ciertamente oscuro y que nos recuerda a viejas leyendas de fantasmas, nieblas y pantanos, como en Florida o Nueva Orleans.
ResponderEliminarEn Galicia, los anunciadores de la muerte o de la venganza desde la otra vida suelen ser también negros, pero en forma de cuervo.
Brillante.
Un abrazo
Gracias, Doctor Krapp. Un abrazo!
EliminarBuen cuanto, bien manejado.
ResponderEliminarGracias. Abrazo!
EliminarFascinante leerte Un aplauso desde lo lejos
ResponderEliminarGracias, Recomenzar. Un beso va de vuelta.
EliminarEl muertito que antes de cruzar para el otro lado se fue a dar la vuelta y recordarles a los vecinos que todos vamos para el mismo destino. Muy bueno, gracias por ello, abrazo
ResponderEliminarSí, creo que dejó su recuerdo para que hablaran de él generaciones. Gracias a ti por comentar. Un abrazo!
EliminarUna resurrección en toda regla. Al menos eso es lo que me parece...
ResponderEliminarGracias, Marcos. Un abrazo.
Eliminar