Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como #Microrrelatos

El síndrome de inmunodeficiencia adquirida

Al salir del trabajo me paró en la calle. Su juventud, su melena al viento y sus grandes ojos me miraron con una gran franqueza para decirme:  —Tengo que hablar contigo.    Le hice un gesto para que me acompañara a una cafetería.   —No, no; aquí mismo. Será breve. No quiero que pienses que soy una cobarde. Cuando nos hemos presentado en la reunión, me hubiera gustado decir que soy portadora del VIH, pero me lo he callado. Al principio, cuando lo supe, se lo comenté a mi mejor amiga. No he vuelto a saber de ella. Lo mismo me ha pasado cuando he empezado nuevas relaciones. Ahora ya no se lo digo a nadie. He tenido que empezar a vivir de nuevo conmigo misma y a hacer nuevas amistades, pero lo del VIH lo mantengo en silencio. Para mí es angustiante llevarlo dentro, porque es muy difícil vivir con esto, pero mucho más sentir que te miran como a una apestada. No puedo evitarlo, ¡joder! El rechazo me afecta. En terapia nos dicen que el problema lo tienen los que se alejan de ti. ¡Qué fác

El Mundial de Fútbol - Sudáfrica 2010

La calle solitaria y tranquila invita a pasear. A ambos lados, en los bares, racimos apiñados de gente diversa miran hipnotizados un punto luminoso y palpitante por el que corren los profesionales del balón.  Una voz masculina, modulada y suave, a veces; otras, exaltada, me acompaña a lo largo de la calle. Por mucho que yo avance, siempre está ahí, siguiéndome. Por momentos siento cómo se adelanta unos metros para recibirme y envolverme en su entorno sagrado . De repente, un grito de jauría unánime, vocerío atronador, desgarro del alma.  Cuando se da un gran acontecimiento de estos como es un mundial de fútbol, te enteras sin poder evitarlo porque como todos los grandes actos tiene un ritual: días antes empiezan a calentar motores, prensa, radio y televisión, al unísono nos bombardean el acontecimiento y después está radio macuto, no se habla de otra cosa.  Todo se prepara para la gran final, el gran acontecimiento, con sus ritos, sus normas, sus colores. Como si de una lucha de

Las tres hadas disfrazadas

En un país multicolor, entre fiesta y alegría, nació una princesa que era el orgullo de los suyos y la envidia de los ajenos.  Un día se presentaron en ese país, sin ser invitadas, las tres hadas hermanas conocidas en el mundo entero por el nombre de la triple A y que individualmente se llaman: Moody’s, Standard and Poor’s y Fitch.  Mala cara la de los progenitores al verlas, las habían tenido olvidadas y no les habían agasajado como en otros lugares. Ni un detalle, ni un obsequio, ¡nada!  Standar and Poor’s, la más codiciosa de las tres, se acercó a la princesa, le tocó el hombro con su varita mágica y le dijo: «Desde hoy todo el mundo te verá fea y todos te rechazarán».  Fitch, la envidiosa, le dijo: «Te rebajaré unos cuantos peldaños para que ocupes el sitio que siempre te ha correspondido y así te olvidarás de esos aires de princesa que tanto aborrezco».  Moody's, la del doble lenguaje, le auguró un futuro incierto: «Aunque puedes mantener tu atractivo si actúas con inteligenc

Carrera de la mujer en Vitoria

Corriendo voy, corriendo vengo.  ¡Esta carrera la vamos a ganar!  Nada más llegar al punto de partida se respira un ambiente de celebración y fiesta. La fiesta que queremos celebrar 3000 mujeres unidas, aportando nuestro granito de arena contra el cáncer de mama. Contra todo pronóstico, la lluvia no nos ha aguado la carrera. Pisando el asfalto con ganas y equipadas con nuestro chip, camiseta y el número correspondiente, hemos recorrido, niñas, jóvenes, maduras y abuelas, los cinco Kilómetros de distancia. Alguna con perro incluido, otras con sillas de bebé. Grupos de amigas por aquí; abuela, madre y nieta por allá. Todas sintiéndonos unidas por una causa solidaria.  ¡La unión hace la fuerza!  Pasamos el testigo a las sevillanas. © María Pilar

Noja y el día del libro

Permanecer al atardecer sentados al borde del acantilado, leyendo un interesante libro o contemplando la inmensidad del mar, es algo que cada vez hacemos con mayor frecuencia. La brisa nos saluda con el olor a mar y nos envuelve con su frescor. Las gaviotas sobrevuelan el acantilado buscando su alimento diario. Peña Pombera, que como una madre las acoge a todas, soporta estoica la locura que producen con su griterío descomunal. Un barco de vela cruza suavemente, al rozar el mar lo cosquillea y nos contagia la alegría con esa amplia sonrisa que le deja. Los días de cielo azul, el mar en calma quiere que bajemos a disfrutar con él. No para de salpicarnos juguetón al chocar contra el acantilado para que dejemos el libro. A veces lo consigue. Es un placer sentir la ligereza de nuestro cuerpo mientras la mente se libera. Salimos como flotando, siempre riéndonos y muy satisfechos. Volvemos a casa cargados de energía positiva. Nos despedimos del sol que ya se tiene que ir. Cuando está m

Turismo rural

—Me voy al pueblo a pasar unos días de vacaciones. —¿A qué pueblo? —me pregunta mi amiga Amaia  —¿A qué pueblo? Al mío, al de siempre.  —La diferencia es que si vas a tu pueblo es gratis y si haces Turismo Rural vas a un pueblo que no es el tuyo pagando una pasta. Además, no vale cualquier pueblo, tiene que ser un pueblo con encanto que son los que aparecen en la Guía de Pueblos con Encanto.  —¿…?  —A estos pueblos se va por una carretera con tantos baches y curvas que no ves el momento de llegar. Lo siguiente es alojarse en una casa con encanto adornada con muchas vasijas y ristras de ajos, que no tiene tele, ni radio, ni microondas. Eso sí, tienen mosquitos trompeteros que te dejan como un Ferrero Rocher con varicela.  —¡Amaia!  —¡Calla!, que luego te das cuenta de que los del pueblo tienen parabólica, jacuzzi, internet y portero automático. Tu casa no tiene portero automático, pero tiene una llave que pesa medio kilo. También puedes elegir vivir con los dueños. ¡Estupendo! Tú vas de

Puesta de sol camino de Villamediana

El viernes por la tarde dejamos la ciudad de Vitoria fría, gris y lluviosa y nos encaminamos al pueblo de Villamediana, Palencia. Pasada La Brújula, un derroche de luz y color parece incendiar el ambiente. Nos dirigimos hacia esa luz de poniente, deslumbrante y espléndida que tanto agradecemos. El cielo está teñido de rojo y fuego, y algunas nubes algodonosas que a esta misma hora pasean, lucen sus mejores galas entre rosas y violetas. Los pueblos, con sus tejados rojos y jaspeados, se arropan en torno a la iglesia de piedra de sillería y campanario. Al abrigo de los vientos fríos de esta época, complacientes, se dejan acariciar por el cálido sol del atardecer. Los campos cubiertos de un manto verde transmiten un olor a humedad y frescor que nos renueva. La silueta de las altas sierras se recorta perfectamente con los rastros de nieve aún sin deshacer y por su cima, los molinos de viento trabajan airosos y competitivos a la vez que nos saludan levantando los brazos.  Los ríos A

¿Por qué escribes?

“Para mí, el mayor placer de la escritura no es el tema que se trate, sino la música que hacen las palabras” Truman Capote ¿Por qué escribes? Me pregunta mi hija.   ¿Por qué escribes? Me pregunto yo.  Porque quiero, me gusta, y siento un impulso interior, una necesidad imperiosa que no me deja tranquila hasta conseguir juntar las palabras con las que liberar mi pensamiento. Por lo tanto, escribo en primer lugar para mí misma, porque me ayuda como efecto catártico a elaborar y expresar reflexiones, a liberar emociones y sentimientos sin la máscara de la ficción, a canalizar mi imaginación y desarrollar mi creatividad, a sorprenderme conmigo misma y transmitir al que me lea mi manera de ver la vida. Así, me voy destapando sin las deliberadas opacidades que con frecuencia se tejen en la conversación oral.  Son momentos y recuerdos vividos con ilusión y los quiero atrapar, otras veces frustraciones y decepciones que parecen menos al escribirlas y pasan al olvido y sobre todo creación i

Día de aniversario

Sí, hoy es nuestro aniversario de bodas. Le digo que no quiero ir a ningún sitio, que me apetece quedarme en casa. Prepararé una comida como a nosotros más nos gusta: entremeses, redondo de ternera asado, puré de patatas, todo ello regado con un buen vino, macedonia de frutas, dulces variados y solo para mí un café negro. Mientras lo ayudo a poner el mantel, le miro las manos enérgicas, tan suaves cuando rozan mi piel; el perfil de su rostro serio y concentrado en lo que está haciendo para que le quede bien, la frente amplia y despejada, los ojos entrecerrados por la necesidad de gafas, la nariz contundente, la boca de finos labios y besos apasionados…  En sus actos transmite quietud, aunque dentro de esa quietud bulla una mente inquieta, activa e incansable, que se manifiesta por cómo frunce el entrecejo. Unos ojos azules como el mar en un día de sol se encuentran con los míos que sienten perderse en el interior de esas aguas. «¿Está todo?», me pregunta. Son estas palabras las que

La italiana Renata

Se llama Renata, estaba cursando segundo de Historia del Arte en la universidad de Florencia. Allí conoció a su novio, Piero, hijo de un industrial de Turín. Lo suyo fue amor a primera vista. Él no pudo resistir sus grandes ojos verdes y su belleza mediterránea. A los dos les gustaba  mucho  viajar. Un día Piero le comunicó que había solicitado una plaza de Erasmus en una universidad de España, en concreto en la facultad de filología de Vitoria (País Vasco). Animó a Renata para que lo acompañase, aunque ella no tuviera beca, contaban con la suya y sus pingües ingresos familiares.   Renata, como era muy inquieta, dedicaba sus horas libres en una ONG por los derechos de los Saharauis, se sentía útil organizando campañas para buscar ayuda para los campamentos de Tinduf. Introdujo a Piero en este mundo para él tan desconocido y al principio se sintió encantado.  Pronto el visado de Renata caducó y al quedarse en España en situación irregular, pasó a formar parte del grupo de extranjeros

La escalera mecánica

Estaba de pie en la escalera mecánica de unos grandes almacenes y no me decidía a dar el paso. Los peldaños, que habían de conducirme a la salida, se precipitaban en su caída y se ocultaban en los abismos de la tierra. Desde arriba, empecé a sentir los rigores del vértigo. Y al vértigo al vacío de otras ocasiones se añadía ahora el de ser atrapada por esa sierra mecánica con su filo dentado. Me quité las gafas para disimular, conté hasta tres, y me lancé a volar. © María Pilar 

Pensamiento rumiante

La salida de la consulta me empequeñece y me aplasta a la vez que la congoja se implanta en mi pecho. Haga lo que haga o esté donde esté siempre mi cabeza está dando vueltas a lo mismo, me siento atrapada y la bola se va acrecentando. Paso como flotando por los asuntos de mi vida diaria. Quiero sacármelo, pero vuelvo al punto de partida una y otra vez. De momento no puedo comentar el hecho con nadie si no quiero mostrarles un torrente de lágrimas que llegaría a inundarme. Para frenar los pensamientos me pongo a hacer una tortilla de patatas con toda mi concentración y ganas. Al cortar la cebolla lo intuyo, lo percibo y abuso de su inhalación. —¿Qué te pasa mamá? —me pregunta entristecida mi pequeña. —Nada, hija, estas cebollas del pueblo son tan auténticas que me hacen llorar. ©María Pilar

Para este viaje no hacían falta alforjas

En sus palabras de presentación se la veía insegura, indecisa; su falta de facilidad de palabra no le ayudaba a dar una imagen convincente. El toque victimista que dio a su discurso me provocaba sentimientos contradictorios. «No quiere el cargo, hace un sacrificio por aceptarlo, en cuanto cumpla el tiempo para el que ha sido nombrada, se irá».    —¡Bah!, es solo su falta de experiencia —me dije.  Por lo demás, aparentemente parecía honesta, tranquila, paciente. El típico perfil de la persona en la que puedes confiar. Era una mujer, por fin, una mujer iba a llevar la dirección de la empresa. ¡Había que apoyarla!  El alejamiento nace de la poca claridad en las líneas de actuación, reiteradas evasivas, frases reticentes y muchos silencios irritantes. Toma decisiones en las que delata su incompetencia. Al sentirse observada, su inseguridad hace que se cierre más en ella misma y reciba las opiniones diferentes como críticas destructivas a su trabajo. A la vez que se va dejando de escuchar

El poder de una mirada

Dicen que un gesto vale más que mil palabras, y yo digo: una mirada, ¿cuánto vale una mirada? Una brizna, un segundo, una eternidad. A veces nuestras miradas se debaten en un diálogo misterioso y profundo que solo los que se quieren o se odian saben interpretar. Cuando tienes un nudo en la garganta, un quiebro que empaña tus gafas, un caballo desbocado por corazón, y de repente, ¡ahí está frente a tus ojos! Queda, callada, sincera y cómplice; se produce un encuentro mágico. Es un gran misterio, pero después de una mirada así, nada en el mundo sigue siendo igual; porque es única, diferente, te transmite energía, te da fuerza, te ayuda a ponerte las pilas, a sentirte alegre, acompañada y feliz.  La razón es que no es algo que se da solamente con los ojos, sino que se pone corazón y de esa misma manera se recibe. ¡Lo que engrandece a una persona que es capaz de regalarte una mirada así! © María Pilar

Conferencia de un brillante profesor

Nos ha dicho su profesor que ya ha roto a leer. ¡Enhorabuena! Tanto tesón, tanto esfuerzo y sobre todo tantos años añorando una oportunidad. Nos ha explicado, con todo lujo de detalles, que aún silabea, pero que está leyendo por tercera vez el Ulises de James Joyce.  Su profesor está muy orgulloso de usted, tal vez el orgullo sea mutuo y como fiel alumna no quiere pertenecer al «club de los mediocres, torpes y poco inteligentes». Así ha calificado a sus compañeros universitarios por no haber leído esta obra.  Nos vende su ejemplo como algo a seguir y yo me niego en redondo a absorber como una esponja las enseñanzas de tan «prestigioso» profesor que da conferencias en la universidad de Harvard. Cuando le oigo hablar así, henchido su ego como un pavo real, algo chirría en mi interior y los goznes se me descolocan. Zapatero a tus zapatos , oía yo a los abuelos cuando era pequeña. Pues eso le aconsejaría si tuviera espíritu democrático y nos dejara hablar. Sé lo difícil que es encontra

La gastroenteritis de Amaia

Mi hermana mayor, Amaia, está ingresada en el hospital de Txagorrichu con gastroenteritis. El médico ha prescrito el uso de pañales, pero Amaia grita con su lengua de trapo que no es un bebé, que ella lleva bragas, ¡sus bragas! Ya no le quedan limpias y la enfermera le trae unas desechables. «Ni hablar», dice. Solo quiere las suyas y si no, pues nada. A mi hermana, desde que nació, le consentimos todos los caprichos porque mis padres opinan que bastante tiene la pobre con lo que le ha tocado en la vida.  —¿Por qué Amaia no es como las demás niñas? —les preguntaba de pequeña.  —Porque una mujer bizca se acercó al cochecito en el que la llevaba recién nacida y como no se la dejé coger le echó el mal de ojo —me contestaba mi madre. Me he pasado la vida cruzando los dedos y bajando la mirada atemorizada cada vez que me encontraba con un bizco por temor a su influjo maléfico. Ahora Amaia tiene 41 años, está oronda y el hechizo que le ocasionó aquella mujer cuando tan solo era un beb

Cumpleaños de Olga

El Principito (fragmento)  De Antoine de Saint-Exupery  «Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además ¡mira! ¿Ves allá los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo…»    © María Pilar